La Horca, el Tercio y el Nefando
Tres mojones centenarios de granito invitan a recorrer esta villa serrana evocando viejas historias y leyendas
Vemos una cruz en la cuneta y caemos, como un rayo, en una idea peor: un ciclista atropellado por un camión. Una cruz en la costa y pensamos en un percebeiro arrollado por una ola. Una cruz en mitad del campo y deducimos un soldadito condecorado con el plomo de una bala extraviada. Las cruces nos ponen forenses. Incluso las que no son más que simples cruces de término, erigidas para orientar a los viajeros, acaban cargando con algún muerto imaginario. En la villa de El Escorial hay tres buenas cruces con sus correspondientes historias. Reales o legendarias, casi todas, seguramente, de tradición oral.
Hay quien dice, por poner el primer y más claro ejemplo, que en la cruz de la Horca fueron ejecutados dos ladrones que asaltaron, y mataron en el intento, a un cantero de los que participaban en la construcción del monasterio de San Lorenzo.
En la villa de El Escorial hay tres cruces a las que acompañan sus respectivos relatos
Mas siendo innegable que la cruz se yergue en un sitio ideal para colgar malhechores -sobre un peñasco a la entrada de la población, a la vista de cuantos se acercan por la carretera de Madrid, junto al cementerio-, no existen documentos históricos que avalen esta morbosa y justiciera hipótesis.
Es posible, puestos a buscarle una explicación al nombre, que la cruz fuese alzada en 1599, año en el cual Felipe II otorgó el título de villa a El Escorial, lo que suponía el derecho a "cárcel, horca, cepo, cuchillo y picota". Así, la cruz sería un aviso para maleantes: ojo, que por estos lares se ahorca. Y más que posible, seguro, que se tratase de una señal delimitadora de los predios de El Escorial y de La Fresneda, una alta muga dominadora, entonces como ahora, de una dehesa riente y del todo ajena a la idea de la muerte, como no sea la que llevan los toros bravos que aquí pastan escrita, como una premonición sin huida, en la cruz de sus espaldas.
Visto este crucero, subiremos por la avenida de Felipe II y, doblando a la altura de la iglesia herreriana de San Bernabé, seguiremos de frente por las calles de la Iglesia y de Lorenzo Niño, hasta llegar al parque Lorenzo Fernández Panadero.
A un lado queda el monasterio de Prestado, que albergó a los jerónimos hasta que estuvieron listas sus dependencias en el de San Lorenzo (1571); al otro, ya en el cruce con la avenida de la Constitución, se alza la cruz del Tercio.
De la del Tercio se cuenta que fue labrada en memoria de las víctimas de la banda de la Garduña, una sociedad de corte masónico de la que nada sabemos. Lo único cierto es que la asociación mataba mucho y bien. Sin embargo, lo único comprobado de esta marca es que fue erigida en el siglo XVII para fijar el límite entre La Fresneda y Navalquejigo, que fue sepultada por las aguas del embalse de Valmayor (1976) y que, después de un feliz rescate, fue plantada, a finales de 1985, en mitad de esta glorieta semaforera que, como emplazamiento, no es el más bonito, pero mejor que el fondo de un pantano sí que es.
Poco más arriba, tras cruzar la línea férrea por un paso subterráneo, daremos con el acceso a la casita del Príncipe, la cual fue diseñada en 1772 por Villanueva para el entonces príncipe de Asturias y luego rey Carlos IV. Y, una vez en el parque que la rodea, avanzando por el paseo de los Carpes y después a la derecha por el de los Tilos, descubriremos la tercera de las cruces.
La del Nefando, justo allí donde la leyenda dice que fue quemado vivo, en 1577, un mozo de 24 años, hijo del panadero de la reina Ana de Austria, tras confesarse autor de dos delitos de pederastia. Los historiadores, como siempre, arruinan lo que sería una noticia interesante al asegurar que, en realidad, la cruz fue construida en 1606 para que, simplemente, sirviera de humilladero.
Horas podríamos estar recorriendo este jardín ilustrado donde habitan árboles morrocotudos, varias veces centenarios: secuoias, pinsapos, abetos del Cáucaso, cedros del Himalaya... Esta parte del itinerario queda al albedrío de cada cual. No así el regreso, que efectuaremos por la avenida de la Constitución abajo, pasando por la fuente y el arca de San Sebastián (siglo XVI), para llegar de nuevo a la cruz de la Horca, donde a la vista de las fresnedas que orlan El Escorial nos quedaremos embobados, suspensos, irremediable e inquietantemente colgados.
Un circuito urbano muy sencillo
Es tan simple como seguir un mapa del tesoro marcado por tres cruces.
Dónde. El Escorial dista 46 kilómetros de Madrid. Su acceso más directo es por la carretera de A Coruña (A-6), desviándose a la altura de Las Rozas por la M-505. Justo a la entrada de la población, se hallan la cruz de Horca y el cementerio, en cuyo aparcamiento podemos estacionar e iniciar el paseo. Otra opción es llegarse a El Escorial en tren de cercanías (Renfe. Teléfono: 902 24 02 02); en tal caso, podemos empezar visitando la cruz del Nefando, la más cercana a la salida de la estación.
Cuándo. Circuito urbano de tres kilómetros y una hora de duración -sin contar paradas-, con un desnivel acumulado inferior a los 100 metros y una dificultad muy baja, recomendable en cualquier época del año y para personas de todas las edades y condiciones físicas.
Quién. El personal del Ayuntamiento de El Escorial (plaza de España, 1; teléfono: 91 890 10 80) nos facilitará un plano-guía de la población que resultará de gran utilidad para llevar a buen término este recorrido.
Y qué más. Dada la corta duración de la ruta, se puede alargar otra hora más dando una vuelta completa a los bosques y jardines de la casita del Príncipe, que tienen un perímetro de casi tres kilómetros. Permanecen abiertos de diez de la mañana a ocho de la tarde.
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