Madrid revive sus últimos tres siglos como capital
Una muestra recorre la vida de la ciudad que fue corazón imperial antes que cabeza de España
Madrid cuenta con un fiel retrato de sí mismo. Se halla instalado bajo la plaza estatuada de Colón y puede contemplarse, gratuitamente, hasta el 16 de marzo. Por la definición de su traza y la completud del perfil que describe, la mirada que procura al visitante resulta insólita en la historia de esta ciudad. Se trata de la exposición Madrid, tres siglos de una capital, 1702-2002, montada en el Centro Cultural de la Villa por la Fundación Caja Madrid para conmemorar el tercer centenario del Monte de Piedad. El comisariado recae en José Luis García Delgado, rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y en Santos Juliá, catedrático de Historia del Pensamiento en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), más un panel de colaboradores entre los que destacan Adolfo Carrasco y Javier Moreno Luzón. El diseño museográfico pertenece al equipo Macua y García Ramos.
La exposición reproduce una chabola de la periferia, así como la vida cotidiana en torno a la cocina
La muestra recorre la vida de la ciudad a lo largo del lapso histórico abarcado por los tres siglos que median entre el arranque y el presente de la dinastía borbónica. Por su ámbito, cabe insertar esta exposición entre las muy recientes dedicadas a Felipe V por el Palacio Real, el Museo del Prado y la Casa de las Alhajas, y por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando a la figura de Fernando VI, los dos primeros dinastas Borbones, cuyos iconos permanecían insuficientemente evaluados en la memoria de la ciudad, a cuyo esplendor, sin embargo, contribuyeron de manera evidente según la historiografía más objetiva.
Pero la exposición sobre la capitalidad de Madrid en el centro Cultural de la Villa, aun desplegándose por hitos similares a los que encarrilan aquellas otras muestras, ofrece una contemplación de conjunto distinta. El protagonismo no recae sobre un monarca, sino sobre toda la sociedad de una ciudad cuya grandeza arranca de una contradicción: Santos Juliá y García Delgado consideran como crucial el hecho, incuestionable, de que Madrid fuera antes corazón imperial que capital de España.
Tal constatación ha dibujado con rasgos contradictorios el perfil de la personalidad madrileña, dice Santos Juliá, "por haber quebrado la secuencia lógica, que suele emplazar la capitalidad estatal como etapa previa a su transformación en foco central de un imperio". La corrección de tal rasgo tras el acceso de los monarcas de la Casa de Borbón al poder, en los albores del siglo XVIII, señaló el despliegue de Madrid como "ciudad en la que vale la pena vivir", destaca. Así, los primeros ecos del aforismo medieval El aire de la ciudad permite respirar la libertad no resuenan verosímilmente aquí mientras Madrid no culmina su mutación en capital de una nación.
Para José Luis García Delgado, "Madrid es la historia de un triunfo, por su poder de adaptación y su dinamismo, que le han ido granjeando una importancia creciente hasta convertirla en cabeza económica de España en el siglo XX, pese a que ese cetro lo esgrimió durante el siglo XIX Barcelona, verdadero eje industrial y financiero del país". Para el rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, "las energías consagradas al nacionalismo por Cataluña las dedicó Madrid a erigir un modelo de ciudad fundamentado en un cosmopolitismo abierto, que tiene su reflejo en las costumbres, los valores y el propio modelo de ciudad".
La exposición despliega una enjundiosa panoplia de informaciones donde historia y sociedad, urbanismo y cultura, se trenzan en escenarios de civilización cuyo relato cabe contemplar gozosamente. Y ello gracias a una cuidada documentación -y a un incitante diseño- que incluye hasta 90 minutos de proyecciones cinematográficas y vídeos. En ellos se narra el florecimiento de espectáculos, música y arte madrileños, y su contribución al troquelado del talante de sus moradores.
Hay, además, incursiones por el mundo de la organización de la vida cotidiana: así, dos salas reproducen cómo eran dos cocinas de la ciudad en 1860 y un siglo después, en el arranque del llamado desarrollismo franquista; otra sala alberga una chabola, de aquella etapa, reconstruida a partir de una herrumbrosa fotografía realizada en un barrio de la periferia norte... Todo un autorretrato definido por los destellos y la penumbra de una realidad social y política trepidante.
Madrid, tres siglos de una capital, 1702-2002. Centro Cultural de la Villa de Madrid (plaza de Colón). De martes a sábados, de 10.00 a 21.00. Domingos y festivos, de 10.00 a 14.00. Entrada gratuita. Hasta el 16 de marzo.
Nombres, apellidos y ausentes
Uno de los aciertos de esta exposición consiste en poner nombres y apellidos a algunos de los moradores, artistas, pensadores y políticos que bregaron por su ciudad con la acción, la palabra, el pincel y la pluma.
Así, en la muestra se encuentra una sala donde figuran los nombres de los aproximadamente 120 alcaldes que gobernaron el Ayuntamiento de Madrid, desde el marqués viudo de Pontejos, en 1836, hasta José María Álvarez del Manzano, primer edil durante tres mandatos consecutivos hasta hoy a partir de 1991. Sin embargo, de tal conjunto de alcaldes, en 42 casos se carece de un retrato que informe sobre sus rostros. Sus efigies desaparecieron. Esa desmemoria, resulta curioso, afecta más a ediles progresistas, de las etapas revolucionarias y republicanas, que a los de fases conservadoras.
La muestra da cuenta también, en una sala singular, de las principales tertulias desde las que distintas generaciones de literatos y pensadores brindaron a Madrid ideas para que la ciudad se formara un concepto cabal de sí misma. Figuran desde los cenáculos de las eras romántica y galdosiana hasta las del impar Ramón Gómez de la Serna, la tertulia del Café de Pombo inmortalizada por Gutiérrez Solana, sin olvidar la de la llamada movida madrileña. Fue aquélla una generación gozadora que, tras el periodo de conquista de las libertades públicas por la izquierda comunista y socialista en la transición, se dedicó al disfrute de las libertades individuales. Un óleo retrata a muchos de sus componentes. Se añora algún retrato de aquella otra generación anterior que, por mor de la clandestinidad y de la represión, hubo de renunciar a fotografiarse en público.
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