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Columna
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Rato nos quiere gobernar

El domingo pasado, sin respeto al horario ni a las costumbres, ni concesión alguna a la tradicional tregua navideña, el diario Abc titulaba a toda página en primera una conversación de su director con Rodrigo Rato, vicepresidente económico del Gobierno, en los siguientes términos: "Estoy en condiciones de aceptar la presidencia del Gobierno si mi partido toma esa decisión". Tanta contundencia obliga a desentrañar qué novedades pueda incluir esa declaración y, también, sobre qué confusiones y ambigüedades calculadas podría haberse formulado. Se trata de una información relevante porque en el principio de esta disputada candidatura, que surgió por la libre la renuncia de José María Aznar a presentarse de nuevo en las elecciones generales del 2004, no fue el Verbo sino la elegancia social del desistimiento. Al menos esas fueron las apariencias. Nadie las expresó mejor que Javier Arenas en su primer discurso ante el Congreso Nacional que acababa de refrendar su designación como secretario general del Partido Popular.

Todos habían entendido con mucha antelación que cualquier signo de ansiedad sería penalizado. En ese clima de cansancio psicológico, meses antes de las mencionadas solemnidades congresuales, para desaliento de Pedro José Ramírez, incluso Rato desfalleció y prefirió declararse fuera de la competición que llamaban sucesoria. Una manifestación que recibió el inmediato, destemplado e implacable desdén de Aznar, quien por su origen funcionarial y meritocrático tiende a reaccionar contrariado ante los síntomas de indolencia propios de las clases altas. Nuevas muestras de desafecto hacia Rato pudieron apreciarse en la formación del Gobierno que siguió a la mayoría absoluta obtenida en el 2000, cuando Aznar le negó la primera vicepresidencia y el ministerio de Asuntos Exteriores y además decidió segregar de las competencias que antes le tenía confiadas las de Hacienda para encomendárselas a Cristóbal Montoro.

Que Rodrigo Rato vuelva por uvas y se declare ahora en condiciones de aceptar es una figura retórica que precisa de alguien en condiciones de ofrecer. Además la presidencia del Gobierno es mucho más de lo que un partido puede ofrecer a uno de sus próceres. Por lo menos si nos atenemos a lo que hasta ahora estábamos hablando, es decir a que el PP tenía que designar un candidato para encabezar sus listas electorales en el 2004. Entonces, después del escrutinio de las urnas se verían las posibilidades del candidato del PP para ser investido como presidente del Gobierno. ¿O es que Rodrigo Rato se ha manifestado en Abc en condiciones de aceptar la presidencia del Gobierno tomando el relevo de Aznar antes de que se celebren las elecciones del 2004? Porque esa investidura previa sí es algo que podría ofrecerle el partido con la mayoría absoluta actual.

Conviene, en todo caso, tomar nota de la nueva estrategia diferenciada de Rato, dispuesto ahora a un juego mucho más activo y descarado frente a la aparente pasividad de los otros dos tenores, Mariano Rajoy y Jaime Mayor Oreja, sólo rota para aliviarse con algunos recursos irónicos. Dice Rato que no entró en UCD porque aquella formación partía del principio de que la izquierda tenía la razón y lo recuerda ahora para mortificar a los centristas como Jaime Mayor y marcar territorio de camisa vieja de AP, mientras resalta que "en algunos temas llevamos 20 años teniendo razón aunque fuera en solitario". ¿Nos está advirtiendo Rato de que preferiría de nuevo quedarse con la razón y sin acompañamiento? En todo caso, dispuesto a cumplir los ejercicios de idoneidad requeridos, Rato se declara por la guerra con Irak y, lo mismo que Aznar el domingo pasado en La Vanguardia, abomina "de los cánticos antiyanquis" como resultan sin duda los entonados por los norteamericanos más esclarecidos, así los del ex secretario de Estado Warren Christopher al sostener que "las amenazas de Corea del Norte y del terrorismo internacional son más inminentes que las planteadas por Irak". Pero aquí guerra y después, gloria.

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