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LA CRÓNICA
Columna
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Un país en plena galbana política

No es frecuente que, en momentos personalmente aciagos, un político reciba el socorro de otro, a poco que exista el mínimo riesgo de ser salpicado por la misma desventura. Quizá no sea por maldad o egoísmo, sino por el preferente instinto de supervivencia que late en el oficio, o acaso como desquite por la adulación profesada en otros momentos. Por eso hay que valorar positivamente el quite que hizo el candidato del PP a la Generalitat, Francisco Camps, cuando, al hacer balance del año, se recreó incensando al ministro Eduardo Zaplana y la gestión que desarrolló al frente del Gobierno autonómico. Un gesto meritorio que contrasta con los silencios estruendosos que se han constatado a propósito del chapapote de Aguas de Valencia y el non nato grupo mediático.

No tiene suerte, ciertamente, el ex presidente para suscitar apoyos partidarios en trances enojosos. Deben pensar los suyos que anda sobrado de recursos dialécticos para afrontar los zarandeos retóricos, que en alguna oportunidad han sido extremados. Que recordemos, en distintos trances se le ha reputado de "consumado sinvergüenza", carente de honor e "indigno". No nos consta que tales dicterios hayan activado las baterías de sus parciales, a pesar de que episodios semejantes han menudeado. No ha de extrañarnos, pues, que sea ésta una razón de peso para intentar reflotar un frente informativo que lo amparase de parecidas inclemencias verbales. Al final va a resultar creíble que el ex molt honorable, como el coronel de Gabriel García Márquez, no tiene nadie que le escriba, por estos pagos al menos.

El candidato Camps, decíamos, rindió balance del año y lo hizo, como era de esperar, en términos hiperbólicos. Esto es Jauja, estamos inmersos en el turbión del progreso y, poco más o menos, el Gobierno central, sin soslayar el de la Unión Europea, no pueden tomar decisiones sin contar con el País Valenciano. Algún día habrá que premiar a los fabulistas que edulcoran estos discursos perfectamente prescindibles. Claro que no siempre se puede uno inventar una "nueva frontera" kennediana o declamar que ha tenido un sueño innovador y felicitario para todos. Sin llegar a estas cotas de inspiración, sí serían plausibles unas dosis de sensatez y autocrítica acordes con la sociedad adulta que creemos ser.

Nos tememos que en adelante, y hasta los comicios de mayo, vamos a saturarnos de verborrea electoral. El tono y la inercia de los principales candidatos -el citado y el socialista Joan Ignasi Pla- son un anticipo expresivo de lo que nos espera. Sin embargo, tanto uno como otro y sus correspondientes equipos de muñidores no deberían ser insensibles a una realidad que deslumbra: esta autonomía languidece políticamente, está, como diagnosticaría un gobernante del XIX, sin pulso. El súbito relevo en el Consell, la ejecución del programa de gobierno en casi su totalidad -como dicen-, el endeudamiento de las finanzas públicas y la precariedad de los cargos, han abierto un paréntesis político que es lo más parecido a una galbana generalizada. Un efecto colateral que, viene a mano subrayar, no tuvo en cuenta el ministro Eduardo Zaplana cuando emprendió su aventura madrileña. La experiencia ha de servirnos por si en el futuro se repite la jugada.

Pues bien, éste es a nuestro entender el gran desafío que tienen ante si los candidatos: prender los motores de la ilusión vecinal mucho antes que abrumarnos con propuestas descafeinadas y tan similares que bien podrían aunarlas, o enzarzarse en descalificaciones personales que podrán amenizar la lucha por el voto, pero que de nada sirven para restaurar la confianza y la esperanza de los administrados. Esta Comunidad no es, ni de lejos, el emporio que se nos vende a diario, ni puede -como hace- tomarse vacaciones en punto a sus problemas estructurales y deficientes servicios públicos. Quienes opten a gobernarnos deberán cambiar el chip y hasta de talante si no quieren que colectivamente convengamos en que ha sonado la hora de los enanos y que la próxima legislatura está condenada a desvanecerse en un aura de mediocridad. Claro que si la naturaleza no da más de sí, el país tampoco presta, por más que nos obstinemos en confundir los deseos con la realidad.

MÁS TINIEBLAS QUE LUZ

El candidato Francisco Camps citaba la Ciudad de la Luz, de Alicante, como uno de los proyectos consolidados. Por el momento, lo único consolidado es el pastón que se ha pagado por el evanescente concepto de asesoramiento, supervisión, coordinación y otras mandangas de este jaez. Casi un millón y medio de euros es una cifra fabulosa y no es raro que el Síndic de Comptes quiera saber en qué consiste la contrapartida a fin de que no todo quede en tinieblas o en una película de terror. A Luis García Berlanga, padre de esta criatura, le conviene poner en claro estos números alarmantes.

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