El amigo invisible de los Reyes
Grupos de alumnos de primaria y secundaria han vuelto a escuelas e institutos antes de lo previsto. Discuten en sus aulas con apasionamiento, pero con orden, qué estrategia usar en los próximos días. Todos creen que la situación no puede mantenerse. El número de objetos-regalo que cada uno de ellos recibe de padres, abuelos, tutores, hermanos mayores, tíos, primos, amigos y demás familia supera no sólo lo razonable, sino casi lo concebible.
Una de las alumnas apunta que así no hay forma de disfrutar y conocer nada en concreto, que aún no ha visto algunos de los regalos de hace dos años. Otro sostiene que es un abuso y una falta de ética y estética ver tanto objeto acumulado para nada o casi nada. Otra más afirma que todo ello no es sino una mala y casi perveresa educación en lo rápido y en el consumo irresponsable. Alguien propone una solución que cree razonable: que cada unidad familiar, sea cual sea su composición, practique una variante de un bello juego escolar: el amigo invisible, artesanalmente concebido, creando regalos para que cada miembro de la familia, sin exclusión, disfrute de un detalle, de un solo objeto, pensado para él por alguien que se ha esfozado en hacer con sus manos y mente un objeto de disfrute como felicitación del año.
Todos aplauden y uno apunta que la falta de consumo de este tipo de productos y los efectos consiguientes podrían paliarse fabricando y facilitando juguetes a otros muchos niños y jóvenes de aquí, de allí y de más al sur, donde, según dicen, no tienen ni siquiera el concepto de juguete. Uno dice más: si el mundo fuera una familia con 50 niños y niñas, 25 de ellos jamás habrían recibido ningún detalle, ¿qué sentido tiene entonces este despilfarro sin límite? Todos ellos han decidido en un manifiesto practicar con el ejemplo y se niegan a aceptar objetos de todo tipo comprados sin ton y, sobre todo, sin son alguno.
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