Poética de la búsqueda

Pese a que corre la sangre por varias páginas de su obra, las deudas de Sergio Gómez (Temuco, Chile, 1962) en realidad son de tinta. La contraída con el universo literario de Borges salta a la vista del lector de La obra literaria de Mario Valdini, novela ganadora del VIII Premio Lengua de Trapo de Narrativa. Un relato esmerado y de innegable oficio pero no del todo alejado todavía, como debiera, de sus modelos y referencias, cuyo peso en el texto entorpece, si no impide, la tarea de reconocer un estilo propio en el prometedor narrador chileno. El empleo autocomplaciente de la primera persona, y la sintaxis por yuxtaposición de frases escuetas, remiten sin asomo de duda al autor de Ficciones, cuya impronta parece innegable también en la reconstrucción literaria de un personaje de ficción, el novelista Mario Valdini, que el narrador de la novela lleva a cabo con la (tr)aviesa intención de insuflarle vida, como Borges hizo con Menard. El clima claustrofóbico de las indagaciones del profesor biógrafo que lleva las riendas del relato, en Vertiente Baquedano, al sur de Chile, que coquetean con el paisaje gótico -un crimen de vodevil en el transcurso de una cena de gala, sótanos, visitas nocturnas a bibliotecas, escritos secretos e intrigantes acarreos librescos-, remite a los laberintos de papel de Borges, a la vez que dibuja un paisaje en el que se sentirían a gusto los personajes de El Club Dumas, de Pérez-Reverte. Y, en fin, para los menos avisados, el guiño -o la indisimulada deuda- a Pierre Menard en la página 150 ("lo que usted ve ahí es su novela Provincia lejana, la misma que escribió en el cincuenta y ocho pero vuelta a escribir treinta años después. Está copiada exactamente, con las mismas palabras, comas y puntos"). Sin apenas esfuerzo, el modelo de biografía de ficción pergeñado por Nabokov en La verdadera vida de Sebastian Knight acude a la memoria leídas ya muchas páginas de La obra literaria de Mario Valdini (en especial la idea de reivindicar el personaje, no así su talante burlesco), y los lectores de Pálido fuego, de Nabokov, verán en nuestro profesor biógrafo un trasunto del profesor Charles Kinbote, como el escritor Mario Valdini será visto en el texto como un eco del escritor John Shade en la farsa nabokoviana.

En La mujer del policía, el

periodista Plinio Jáuregui rastreará la historia de Silvia Chibuis y de su asesinato, indagando también en esta ocasión en la biografía de un personaje desaparecido que aglutina la trama, de manera que en ambas novelas Sergio Gómez se sirve del motivo de la búsqueda para construir su relato. En ambas escribe con inusual cautela (presumimos la reescritura, entrevemos los borradores), como si temiese que el lector le fuera a coger en un renuncio, y en ambas se asoman con impudicia sus deudas literarias, toda vez que el autor no ha alcanzado aún a depurar su estilo. Es forzoso anotar, con todo, que tiene oficio y trabaja sus textos hasta el último de sus incontables adjetivos, lo que no es pequeña virtud, habida cuenta de los tiempos que corren.