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Reportaje:Los efectos en la fauna y la flora | CATÁSTROFE ECOLÓGICA

Los pájaros no pueden volar

El vertido del 'Prestige' ha acabado con la vida de 1.300 aves sólo en las costas de la provincia de A Coruña

Ramón Lobo

Algunas tienen nombre: Paco es un frailecillo a punto de ser liberado; Brad y Jorge son araos que miman sus plumas limpias de fuel en la piscina del centro de recuperación de Santa Cruz, en A Coruña. En él, los veterinarios Santiago Balado y Pablo Teijeiro reciben aves de toda la provincia. Desde la catástrofe del Prestige (13 de noviembre), han tratado a 923 pájaros vivos petroleados; los muertos se elevan a 1.300. "Antes recibíamos 700 al año; de ellos, unos 20 con manchas de fuel procedente de las sentinas de los barcos", afirman.

Los dos veterinarios y varios de los más de 80 voluntarios que han pasado por Santa Cruz trabajaron en el caso del Mar Egeo, en 1990. "Esto es mucho más grave", dice Teijeiro, "porque aquel accidente afectó a no más de 300 aves, pero esta crisis no ha terminado", añade en referencia al vertido continuo desde el fondo del mar. Luis Miguel Espinilla, biólogo y coordinador de voluntarios, apunta pesimista: "Afectará a la cadena trófica".

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Santa Cruz, que depende de la Consejería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia, funciona como un centro de urgencia. Estabilizan las aves y las envían después al de Pontevedra para concluir el ciclo de recuperación. "Es difícil definir el porcentaje de rehabilitación", interviene Carlos, un guarda forestal. "El petróleo provoca fallos renales y hepáticos en los animales, que se dan a los 10 o 15 días; pero se puede decir que un 30% tiene posibilidades de sobrevivir", sostiene Teijeiro.

Papilla para comer

En el zaguán del chalé de piedra de doble planta se anota la fecha del ingreso, el tipo de animal, el lugar de procedencia y sus daños aparentes. "Son guardas forestales, voluntarios y particulares quienes los traen", dice Teijeiro. En el piso superior hay dos salas: para la primera cura y la UVI. José Díez Galindo es un veterinario voluntario de León. Tiene entre sus manos un colimbo que grita asustado. "Está estresado", dice. Le obligan a ingerir, con los ojos tapados por un trapo, un suero y una papilla.

"No tiene petróleo en las plumas, pero a veces estos son los que están peor, pues lo ingirieron. Debemos de esperar a las heces para saber cómo se encuentra por dentro". Tres voluntarios sujetan el ave que trata de zafarse de los cuidados. "Son animales salvajes; su código les dice que nos los vamos a comer", añade Teijeiro. "Esta lucha para escapar es una buena señal", añade. "Está muy debilitado", dice Galindo: "Sin pesca segura, el pájaro se entristece y apenas puede volar".

En los primeros momentos de la crisis del Prestige, el centro de Santa Cruz recibía decenas de aves petroleadas. "En el peor día, tratamos a 88; hace justo una semana que no recibimos ni un solo ingreso", explica Teijeiro. La UVI se mantiene a temperatura estable mediante bombillas de calor y cartones en el suelo. En estos momentos descansan en ella tres pájaros grandes. En el jardín han levantado una docena de casetas. En una guardan las cajas de cartón donadas por unos grandes almacenes y cientos de periódicos viejos para hacer tiras. En otra está la cocina. Las papillas de alimento las fabrican con latas de comida para perros o gato y suero. También disponen de pescado: arenques y sardinas. Un alcatraz de dos kilos y medio come 40 unidades al día.

Tres de esas cabinas prefabricadas están dedicadas a las aves muertas. Es la morgue. En nueve muebles frigoríficos conservan en bolsas de plástico 1.300 cadáveres congelados. "Aún no sabemos qué hacer con ellos, pues son tóxicos. Quemarlos puede no ser una buena idea y para enterrarlos había que preparar una fosa. Es una decisión para la consejería", dice Teijeiro. "A todos les practicamos una necrosis y los guardamos por si alguien quisiera realizar un estudio o para reclamar indemnizaciones".

Otra cabina está dedicada al lavado. "A los más manchados los lavamos con fairy ayudados de cepillos de dientes y de uñas. Son necesarios 60 litros para lavar y otros 60 para aclarar, pero ésta es una función que hacen cada día en el centro de Pontevedra", dice Teijeiro. En otras tres salas hay pájaros vivos en corrales fabricados con cartones y restos de periódicos en el suelo. Varios frailecillos y araos comparten zona. El veterinario de León toma uno de los araos para darle la papilla. El ave defeca y no come. "Está agonizando", dice Teijeiro. "Tiene las patas y el cuerpo frío, le queda poco", apunta Galindo. Deciden aplicarle una inyección para que no sufra.

Algunas sanan

Los que superan la fase del corral y mejoran, recuperando la calidad de las plumas y la impermeabilidad, son transferidos a la piscina. Allí reciben un nombre de pila. Paco, el frailecillo, se divierte escalando por las rocas. Les gusta comer pescado vivo, pequeñas truchas. "Cuando les echamos sardinas muertas, las agitamos para engañarlos; se tiran al agua pero las sueltan enseguida". Había varias en el fondo por la mañana, pero ya no están. "Bueno, cuando tienen hambre comen todo", explica Galindo.

Cada siete u ocho días, trasladan las aves que necesitan seguir el tratamiento a Pontevedra. Las que superan allí el ciclo de recuperación son anilladas y liberadas en el sur de Portugal, bien lejos del chapapote. "Tendrán que encontrar un nuevo grupo y ser aceptados en él, pero al menos estarán vivas", dice Teijeiro esbozando una sonrisa.

Un ecologista muestra un ave encontrada ayer muerta y manchada de fuel  en la costa suroeste francesa.
Un ecologista muestra un ave encontrada ayer muerta y manchada de fuel en la costa suroeste francesa.AFP

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