Pujol y el cínico Antístenes
Antístenes, el fundador de la escuela cínica, hubiera considerado espléndido el mensaje de fin de año del presidente Pujol, sobre todo cuando pide a la sociedad civil catalana que piense en los intereses colectivos y no en los particulares. Precisamente su largo gobierno se ha caracterizado por la eliminación de la activa sociedad civil organizada surgida a partir de la muerte del dictador. El movimiento vecinal sucumbió al clientelismo organizado desde el Departamento de Bienestar Social, donde el ex consejero Comas actuó como un gran disolvente de las primeras asociaciones de vecinos.
Y los potentes movimientos de renovación pedagógica también fueron comidos por la máquina fagocitadora del Departamento de Enseñanza que, poco a poco, ha conseguido que Cataluña pasase de ser la vanguardia en propuestas de renovación pedagógica en el ámbito europeo a ser una más del pelotón del inmovilismo educativo.
Esto es lo que hace enfadar al señor Pujol, que, después de hacer un gran esfuerzo para desmovilizar la sociedad civil y crear esta especie de oasis social, de cementerio reivindicativo en Cataluña, ve que al final de su vida política los ciudadanos y ciudadanas vuelven a movilizarse. Una ciudadanía que dice basta a tanto autoritarismo, a tanta especulación, a dejar que el mercado decida el destino del territorio, de las políticas sociales y de los servicios de proximidad. En definitiva, la ciudadanía dice basta a vender el país por intereses partidistas.
Quien ha defendido intereses particulares y partidistas ha sido el Gobierno del señor Pujol. Ha iniciado un proceso de privatización de todos los servicios públicos: educación, sanidad, guarderías, centros para la tercera edad... No ha dudado en utilizar fondos públicos para sanear empresas privadas como el Hospital General de Catalunya, o en conceder créditos y avales del Instituto Catalán de Finanzas a empresarios del ámbito convergente. O en comprar por más de 7.000 millones de pesetas (unos 42 millones de euros) el paraje de Castell porque era propiedad de amigos del presidente. O en apoyar el Plan Hidrológico Nacional para mantenerse en el poder. Incluso es capaz de decir que el bienestar de los ciudadanos de las comarcas de Girona se da gracias a los campos de golf, las granjas y las líneas eléctricas. Señor Pujol, cum laude en cinismo.
Ahora ya no puede pasearse por el país sin que la sociedad civil organizada le exija responsabilidades tanto en las tierras del Ebro como en el Empordà, el Área Metropolitana de Barcelona o los valles d'en Bas y del Ges. Al final de su discurso, el presidente habló sobre que tenían que evitarse los abusos en política y que hacía falta una actitud moral en todas las actuaciones sociales. Estoy de acuerdo. Pero haría falta preguntarle al señor Pujol qué tipo de moral defiende el presidente de un Gobierno que permite que el dinero destinado a los parados se gestione irregularmente y acabe en las arcas de un partido de su coalición, como bien explican los periodistas Josep Callol y Eduard Cid en el libro La negra mancha de CiU (editorial Tempestad). O un presidente que permite irregularidades y corruptelas como el caso Turismo, la Maison de la Catalogne, el caso Casinos, la venta del portal Olé o el caso Planasdemunt. O qué moralidad predica un presidente que permite que su familia se beneficie de la gestión del Gobierno de la Generalitat.
El mensaje de fin de año es la más clara descripción de lo que ha sido el modelo de gestión pública del señor Pujol y el que continuaría el señor Mas. Con este panorama, desde la radicalidad democrática, viva la sociedad civil y felicidades.
Joan Boada i Masoliver, portavoz del grupo parlamentario de ICV.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.