Lo que ETA ha unido
"Después de todo, todo ha sido nada". Ha muerto José Hierro, y su verso de hierro, su expresión acerada, su aherrojada palabra, resuena en lo hondo mientras camino por un Bilbao que es abril en diciembre, primavera en invierno, sol y rumor de pasos (ya que no hay mariposas) y de voces (ya que no hay abejas) y de gentes que, como siempre, han acudido a la llamada contra la barbarie, si bien en esta ocasión con más incertidumbres que nunca antes. Son muchos los que han apretado el paso para poder hacerse presentes en la manifestación tras recorrer las viejas trochas que cada año por estas fechas llevan al Pagasarri a miles de vizcaínos. Muchos los que han dado un paso adelante a pesar de que su no-tan-todo-poderoso sindicato haya calificado la convocatoria como un retroceso político. No podían no asistir. Esto lo piensan hasta quienes, por fuerza Mayor, se han quedado finalmente en casa, aunque se alegran de que su ausencia no se note, al menos si medimos la afluencia al peso (que es la peor forma de medir estas cosas). Porque, aún con reservas, aún con cabreos, aún acarreando un fardo de fundados agravios... si ni siquiera contra la muerte y el liberticidio nos unimos, ¿qué podrá ponernos de acuerdo? Pero el estar de este domingo tiene un algo de distanciamiento crítico, un cierto aire de ausencia, de añoranza de otros buenos viejos tiempos en los que era mucho más fácil entender y entendernos, al menos contra ETA.
Sea como sea, las vascas y los vascos hemos vuelto a constituir una barrera cívica contra el chapapote de la violencia y a favor de la vida. Porque en la Euskadi de hoy no está en juego el bienestar o la identidad, sino la vida, la vida desnuda, la nuda vida. Escribe Imre Kertész: "La convivencia humana civilizada se basa, en definitiva, en el tácito común acuerdo de que el hombre no debe ser despertado para constatar que su nuda vida vale más, mucho más, que cualquier valor profesado hasta entonces. Cuando esto descubre -porque el terror lo obliga a una situación en que debe tomar conciencia de ello, y sólo de ello, día a día, hora a hora, minuto a minuto-, ya no podemos hablar, en rigor, de cultura, por cuanto todos los valores se han venido abajo frente a la supervivencia". Lo que está en juego en Euskadi no es, hoy por hoy, la suerte del ser colectivo, ni el derecho a decidir como pueblo. Lo que hoy está en juego en el País Vasco es algo previo, fundamental y fundante, aquello sin lo cual no hay nosotros que valga: la posibilidad misma de vivir para decir lo que uno mismo quiere ser junto con otros, condición irrenunciable para elegir entre variadas ideas de lo que es una vida buena. La posibilidad de vivir para contarlo.
Ahora bien: ¿qué va a quedar de ese domingo de masiva marcha ciudadana tras la pancarta de ETA kanpora!? No quedará, estoy tristemente seguro, el balsámico silencio de las armas. Hace ya muchos años que ETA ha cruzado su particular Rubicón, ha quemado sus naves, ha destruido sus puentes, y no concibe otra salida que no sea hacia adelante. Pero hacia adelante sólo hay, para todos, más de lo mismo. No será una manifestación, ni dos, ni cien, la que detenga la inercia de la sangre -propia y ajena- derramada.
"Después de tanto todo para nada", concluye Hierro uno de sus poemas. ¿Habrá de ser este el triste epitafio del acto del domingo? Habrá de serlo si hoy, martes, todo sigue igual. Si el caudillismo continua desplazando al parlamentarismo. Si la alternancia sigue siendo la única alternativa. Si la única alternativa es el continuismo. Si el aplauso de una diáspora intenta ocultar grito de rechazo de otra diáspora. Si el pasado es rechazado, eso sí, sin renunciar a ninguno de los buenos frutos que el mismo ha producido. Si el presente es despreciado en nombre del futuro. Si el futuro es reducido necesariamente a prolongación del presente. Si el diálogo debe excluir la discrepancia. Si la discrepancia debe excluir el diálogo. Si la opinión publicada ocupa el espacio de la opinión pública.
El domingo 22 de diciembre estuvimos, a pesar de todo, en la calle. Lo que ETA ha unido, que no se atreva a separarlo nadie.
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