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Por qué estuvimos allí

Fernando Savater

No creo que haya muchas ciencias realmente exactas, y desde luego, la lucha contra el terrorismo etarra no figura entre ellas. De modo que ni la decisión de asistir a la manifestación convocada por Ibarretxe ni la de no ir son invulnerables a la objeción razonable. Lo malo en estos casos es que a muchos les entretiene más formular juicios de intenciones que sopesar los argumentos a favor y en contra. En el asunto vasco, nadie puede estar seguro de tener del todo los deberes hechos: te acuestas héroe de la libertad y te levantas cómplice de los dinamiteros o bobalicón engañado por astucias nacionalistas (y lo malo es que estas deficiencias te las señalan quienes son dolorosamente aún más bobos que tú), lo cual aumenta las incomodidades de cualquiera. El caso es que se trataba de ir o no ir a la manifestación, tal era la cuestión. ¿Qué es más digno...? En estos casos, francamente, vale todo menos el respeto a la obediencia debida. Como acota al comienzo de su autobiografía Santayana, "el respeto a las autoridades es fatal cuando los doctores disienten y el alumno no tiene la confianza en sí mismo para dirigir su libertad". Algunos párvulos preferimos decidir por nosotros mismos y por eso fuimos a la manifestación de Bilbao. Señalaré algunas de nuestras razones.

Empecemos por las que nos son adversas. Se ha dicho que el lehendakari convocó el acto tras el explícito rechazo de ETA a su plan, pero no antes, que no lo acompañó de la aceptación de ninguna de las medidas políticas o judiciales que últimamente vienen tomándose contra ETA y que su partido ha criticado, que pudo intentar con esa convocatoria fingir un liderazgo antiterrorista que de hecho no ejerce, que incluso quizá pretende abominar públicamente de ETA para mejor luego echar un cable a la desfalleciente Batasuna, que busca por vía indirecta un refrendo a su plan soberanista o semisoberanista. Otros resumen su rechazo diciendo que Ibarretxe sencillamente no es de fiar y recuerdan los vergonzosos episodios ocurridos en Vitoria durante los actos que siguieron al velatorio de Fernando Buesa. ¿Me creerán si les digo que incluso a los menos despejados se nos habían ocurrido tales objeciones y que fundamentalmente las comparto todas? Y sin embargo...

Sin embargo, lo cierto es que el lema de la marcha era exclusivamente "ETA kanpora", aquel que sacamos por primera vez a la calle en la manifestación inaugural de Basta Ya el 19 de febrero de 2000 y que entonces nos valió censuras por "unilaterales", "crispadores" y "simplificadores". Lo pagamos caro: tres meses después habían sido asesinados ya dos de los asistentes, Fernando Buesa y José Luis López de Lacalle, y otro compañero, Ramón Recalde, aún convalece del grave atentado sufrido poco más tarde. En aquella ocasión ningún alto cargo nacionalista quiso acompañarnos: ahora, fueron los más altos dirigentes del nacionalismo sempiternamente reinante los que lo compartían. ¿Debíamos negarnos a ir con ellos por su tardanza, cuando entonces los echamos de menos? Creo que la firmeza en lo esencial está reñida con dar la razón a quien no la tiene por oportunismo, pero no con aceptar los cambios favorables de postura que los acontecimientos van forzando en los adversarios, sobre todo cuando tales cambios son los que buscábamos precisamente con nuestras intervenciones públicas. Siempre hemos censurado al Gobierno nacionalista por condicionar la repulsa inequívoca de ETA a otras prioridades políticas: ¿debíamos nosotros ahora hacer lo mismo, por mucho que estuviésemos seguros de discrepar de los principios soberanistas de la cúpula gobernante? Mi amigo Germán Yanke señalaba en un artículo que él no se pondría tras una pancarta contra ETA con Ibarretxe por lo mismo que rechazaría la misma invitación de Inestrillas. Pero para mí, lo que representa Inestrillas no merece ningún aprecio político, mientras que el lehendakari, del cual no soy excesivamente devoto, representa más mal que bien unas instituciones constitucionales que acato, sin renunciar a criticarle porque quizá él cree menos en ellas que yo. Como defensor del Estatuto y la Constitución, que hasta mejor noticia representa, estoy dispuesto a acompañarle en todo lo que no vaya contra ellas. De lo contrario hubiera tenido que coincidir con Arzalluz, que se congratula de que el PP no asistiese a la manifestación porque en tal caso "hubiera ido mucha menos gente" (supongo se refiere a nacionalistas). No estoy obligado a compartir la mala impresión que de la filiación democrática de los nacionalistas tiene Arzalluz y quienes son como él.

Los rebuznos con que unos cuantos nos gratificaron a los miembros de Basta Ya que asistimos al evento, sin desnaturalizarlo en modo alguno, pero sin renunciar a nuestro propio perfil público y lúdico que es nuestro derecho tener, sólo demuestran una contradicción dentro de un amplio sector del nacionalismo que son ellos los que deben afrontar. Está claro que informativa y educativamente les han inculcado que los etarras son en el fondo buenos, aunque lo que hagan está mal, y que los no nacionalistas somos en el fondo malos, aunque lo que hagamos parezca estar bien. A los únicos que la manifestación convocada por el lehendakari les cogió con el paso cambiado fue a ellos. Ahora deben aprender dos cosas: primera, a defender su proyecto político sin el apoyo no siempre indeseado de los terroristas, la necesidad de cuya derrota y supresión de nuestra convivencia sus representantes no niegan; segundo, a aceptar que el proyecto alternativo no nacionalista también debe ser defendido en igualdad de condiciones pacíficas, que los que pensamos distinto que ellos no vamos a desaparecer ni antes ni después que ETA, que estamos dispuestos a ocupar también las calles y a expresarnos -con nuestros símbolos políticos- cada vez más alto y cada vez más claro. Y para eso hace falta que nos vean, entre ellos y junto a ellos, cuando se trata de enfrentarse contra quienes no son simples rivales, sino claros enemigos. Aunque nuestra presencia les cause un cierto trauma a los más arterioscleróticos de la clase. En cambio tuvimos la alegría del apoyo decidido de dirigentes socialistas, dicho sea con la misma franqueza con que otras veces hemos debido criticarles.

Sinceramente, si a la manifestación hubiéramos tenido que ir solos Ibarretxe y yo, creo que hubiese declinado tal honor. Pero allí asistió mucha más

gente, nacionalistas sin duda, pero como esos nacionalistas que se me acercaban aquel pasado 19 de febrero hace dos años para decirme que a pesar de serlo estaban con nosotros, o como los que, tras la marcha de Bilbao, nos buscaron para agradecernos haber ido y deplorar los incidentes. Los críticos de la deriva radical nacionalista no podemos escondernos tras nuestra dignidad ofendida ni contentarnos con artículos feroces para solaz masturbatorio de los ya convencidos. Tenemos que hacernos visibles, permanente y tenazmente visibles en todos los espacios públicos que nos pertenecen ni más ni menos que al resto de los ciudadanos vascos. Sin complejos ni arrogancias. Con nuestra presencia, denunciamos lo que otros callan: la realidad de un país en profunda crisis económica que ya las subvenciones y los amaños no encubren y en no menor agonía institucional, que desoyen o agravan quienes deberían estar más preocupados por ella. Cara a las próximas municipales, es preciso reflexionar sobre las terribles indicaciones del Euskobarómetro, que indica a un cuarenta por ciento de votantes del PP y del PSOE con ganas de irse del país. No sólo hay que impedir esa retirada desastrosa, sino conquistar a un gran número de votantes urbanos que siguen sin especial entusiasmo a los nacionalistas porque las otras opciones no las "ven" en la cotidianidad en que ellos se mueven. Ahí está la tarea que deben acometer los partidos no nacionalistas, cuyas dificultades de expresión son obvias por culpa del terrorismo y del monopolio nacionalista del espacio público: ellos tienen que impedir que se les expulse de él sin renunciar a sus ideas, como pretenden Arzalluz y adláteres.

Por eso fuimos algunos a la manifestación de Bilbao, a pesar de los pesares. Y no nos arrepentimos de ello, aunque a bastantes ultramontanos se les olvidara que la convocatoria era insólitamente contra ETA y decidieran volverla contra nosotros, como es habitual. Y como les han enseñado a hacer.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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