Cataluña y Euskadi
La política catalana se asoma a Euskadi. Los partidos políticos catalanes, a excepción del PP, por supuesto, han desplazado a sus líderes a la manifestación contra ETA convocada por Juan José Ibarretxe. El PP sigue empeñando en no conceder ni el mínimo beneficio de la duda al lehendakari. Lo ha dicho Jaime Mayor Oreja y el partido le ha seguido como un solo hombre.
Lo de Ibarretxe es raro, pero el hombre es así: levita. Traza su política varios metros por encima de la realidad. Ibarretxe convocó la manifestación el mismo día en que Gara anunció el rechazo de ETA a su beatífico plan. ¿Es posible que Ibarretxe creyera que ETA podía aceptar su propuesta? ¿Necesitó esta frustración para decidirse a convocar una manifestación contra ETA? ¿No aprendió las lecciones de la tregua? Es difícil de entender a este político, que habla como si estuviera en trance, diseña planes como si la realidad no existiera y se ofende cuando ésta no se adecua a sus deseos. Me contaba una periodista inglesa que sus colegas quedaron alucinados cuando el lehendakari presentó su plan en Inglaterra, sin que -a juzgar por las respuestas que dio- entraran en sus cálculos ni las consecuencias económicas ni el posible aislamiento respecto de la Unión Europea. Esto daría la razón a los que piensan que el plan no está hecho para llevarlo a cabo, sino para ir manteniendo la tensión. Sin embargo, en un momento en que el Gobierno está consiguiendo éxitos policiales muy importantes -los comandos están cayendo antes de que cometan los atentados-, en un momento en que ETA y su entorno están muy debilitados, es exigible a los partidos políticos democráticos que alcancen los acuerdos necesarios para dar el último empujón. Por eso, estar en la manifestación de Ibarretxe era un primer gesto al que el PP no debía haberse negado.
Pero más allá de la perspectiva global, la presencia de líderes catalanes en esta manifestación es noticia en clave catalana. Es noticia porque durante su largo reinado Jordi Pujol siempre ha procurado mantener Cataluña a una distancia prudencial del País Vasco. Pujol interpretaba de este modo cierta ambigüedad de fondo en el espacio culturalmente hegemónico de la política catalana. En los ámbitos que definen lo políticamente correcto en Cataluña -desde las diversas formas del nacionalismo integrado hasta las variantes socialistas del catalanismo- ha abundado durante muchos años una mezcla de admiración por las conquistas en materia económica y competencial del País Vasco y de miedo a la contaminación de un modelo que no ha sabido expulsar la violencia de su seno. A esta doble conciencia se deben reacciones aparentemente tan opuestas como la tardía ruptura sentimental con ETA -fue necesario el atentado en Hipercor para que se liquidara definitivamente cualquier prejuicio atenuante- o la discreción con la que nacionalistas y socialistas catalanes contemplaron los episodios de terrorismo de Estado. En el fondo, hasta que ETA se metió en Cataluña, cuando se trataba de Euskadi, siempre se prefirió mirar a otra parte.
A pesar del parentesco ideológico con el Partido Nacionalista Vasco (PNV), Pujol no ejerció casi nunca la alianza de nacionalismos periféricos que podía parecer natural, excepto con algunos gestos para dar carnaza a los suyos, relativizados inmediatamente como "cosas de Pere Esteve". En su relación con los gobiernos de Madrid a los que ha dado sucesivamente apoyo, Pujol dio siempre su apoyo global a la lucha antiterrorista, sin querer saber nunca la letra pequeña, lo que le obligó a guardar silencio cuando estalló el caso GAL. Todo esto, que podría parecer extraño y contradictorio, obedecía a una idea muy clara de los tiempos y de los ritmos. Pujol es un nacionalista de la vieja escuela, de los que creen que una nación tiene una lengua y una cultura y sobre ellas el derecho a la construcción de un Estado, pero conoce perfectamente Cataluña y su alergia a cualquier descarrilamiento. De ahí la idea de que cada nación periférica construya su relación bilateral con el Gobierno de España -con la Corona, en sus fantasías- para ir avanzando según permitan la idiosincrasia y las relaciones de fuerzas. Este esquema tiene dos peligros: los momentos de cerrazón en Madrid que bloquean la sensación de que se avanza y el contagio de Euskadi si en algún momento se dieran allí pasos adelante de mucha envergadura. A lo primero, se ha ido respondiendo a golpes de victimismo, que ha sido -pero cada vez lo es menos- una forma eficaz de mantener la cohesión de los suyos. Lo segundo preocupa. Por eso, Pujol ha hecho todo lo posible para colocar un biombo entre Cataluña y Euskadi. Si un día Euskadi hiciera alguna forma de referéndum de autodeterminación, es indudable que a Cataluña le caería encima un problema que no tiene y que a todos les gustaría poderse evitar.
Que Maragall haya ido a la manifestación de Ibarretxe está dentro de la lógica de sus movimientos de los últimos tiempos. Maragall ha ido con frecuencia a Euskadi -incluso a alguna otra manifestación-, y de la mano de Gema Zabaleta y de Odón Elorza -el sector del PSE con el que más simpatiza- parece decidido a jugar dos cartas: acompañar -o conducir- a José Luis Rodríguez Zapatero hacia un entendimiento entre el PNV y el PSOE, e invitar a Pujol a que intervenga con la autoridad que le dan su fe nacionalista y su leal colaboración con el Estado.
La presencia de Artur Mas y Josep Antoni Duran merece cierta interpretación. Algunos verán estrictamente la clave oportunista de contentar un día al sector empresarial de su electorado -pactos con el PP- y otro a las bases nacionalistas -guiños al PNV. Puede ciertamente que no sea más que eso: tratar de mantener el equilibrio entre el PP y Esquerra Republicana, pero podría también significar una ruptura o alejamiento del modelo impuesto por Pujol durante estos años. La aproximación de Mas y Duran al PNV -como si se decidiera quitar el biombo que nos separa de Euskadi- coincide con otra decisión rupturista respecto al pujolismo, que es la disposición a gobernar en Madrid en determinadas condiciones, e incluso con una aceptación de la alianza con el PP menos vergonzante de como la planteaban Pujol y el sector soberanista. De modo que de la doctrina del pacto bilateral con la Corona entre naciones distintas inscritas en un mismo Estado, se podría estar pasando a un modelo más complejo de implicación en el Estado, sin miedo a asumir los costes de participar en los problemas que durante este tiempo se ha intentado que no nos contaminaran. Porque podría ser perfectamente que esta generación de dirigentes nacionalistas haya entendido que si quiere más poder -y lo quiere- uno no se puede hacer de rogar eternamente. Para Pujol, Cataluña era el marco absoluto de sus ambiciones de poder, para la nueva generación convergente no hay por qué poner límites al poder alcanzable. Aunque esté en Madrid. O quizá no, quizá la única diferencia sea que Pujol obraba en la oscuridad y Mas y Duran saltan de una cama a otra con las luces encendidas.
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