La imagen
Creo que la imagen del año es la de los gallegos cogiendo con las manos la pringue mortal. Las hay más duras; perversas. Hace dos días, nada más: la niña muerta en brazos de su padre, asesinada al salir del colegio por los soldados israelíes. O los afganos torturados en Guantánamo por los soldados de Estados Unidos. Pero son ya habituales, y hasta aceptadas. Tampoco hablo de imágenes privadas, o de asuntos repentinos, sino de las que reflejan un sentido del mundo. Y del mando. Los trabajadores del primer día de la marea negra, solos, abandonados, cuando los que debían ayudarles ni siquiera habían sentido el alcance de lo que pasaba, vacíos de esa sensibilidad. Ni saben lo que les estaba pasando a ellos: y estaba cayendo la máscara de su rostro. Otra marea negra que les tiznaba de dureza: hasta las últimas imágenes de sus diputados abandonando la sesión en la que se trataba del barco para atacar a un Caldera intoxicado.
La imagen de los primeros días era la de un pueblo contra la adversidad, la del que defiende su pan. Ahora están con los monos transparentes blancos, los gorros, las mascarillas y los guantes que les hacen ultramodernos, de ciencia-ficción: ya no vemos el rostro humano del que sigue haciendo un trabajo imposible. Y no están solos. Han despertado algo muy difícil en la España castigada y siempre amenazada por el que tiene el poder -¡hay tantos poderes pesando sobre cada ciudadano! El fascismo de hogar, el de capataz, el de antidisturbios adiestrados en pegar; el del poderoso, con su obispo y todo- que es la de la gente que ha corrido a ayudarles, dejando su descanso. Interrumpiendo aquello por lo que se les maldice: la descalificación escolar, la calle del fin de semana. Aún el jueves, el Parlamento de partido único imponía a los estudiantes la ley de enseñanza; y la ministra hablaba con la fe del converso. Creo en el converso que se deja llevar en Roma a las fauces del león; no en el que corre a ocupar el sillón ministerial, o finge en las ceremonias de santificación del que creó un poder político y económico.
Pegada a esta imagen está la de Fraga, petrolero escorado, lleno de pez, que dice que no dimite "porque es difícil sustituirle". Es cierto que no es tiempo para que ocupe el trono de Santiago de Compostela un percebero con las manos arrasadas. Y ya no le quedan más elecciones que perder. La imagen del año, la de la mariscadora que habla a la cámara con sensatez desesperada se alzará sobre las urnas.
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