Naftalina
La naftalina es un producto desinfectante, más evocado que usado en nuestros días. Durante décadas al abrir el cajón de la ropa limpia reconocíamos el fuerte aroma de las bolitas de naftalina a menudo aderezadas de lavanda o espliego para contrarrestar las intensas emanaciones que taponaban nuestra pituitaria. Hoy no pasa de ser un recuerdo de infancia o juventud -cada uno tenemos nuestros años-, sustituido por desinfectantes aromatizados que hacen las veces de aquella solución práctica de botica de la abuela.
La practicidad del invento, sin embargo, tenía efectos desiguales visto lo visto. Para algunos la pócima mágica tuvo el efecto perseguido y acabó con la polilla existente. Para otros, sin embargo, tuvo un efecto adormecedor del que nunca despertaron y en el que continúan sobreviviendo. La polilla le ha ganado la batalla a la naftalina. Y ello, pese a que un mes de mayo del lejano 68, despertaron y abrieron los ojos como platos ante lo que creyeron -y creímos- que nos haría olvidar el tradicional aroma de la naftalina. Muchos encontraron en aquel mes de aquel año mágico un nuevo fármaco para retornar a su dulce sueño. Y entre ese aroma a naftalina y aquel despertar repentino y momentáneo ha transcurrido el sueño posterior.
"Extraña paradoja la de asociar el discurso humanista con el dogmatismo, la ingenuidad y la blandenguería"
Un sueño de El florido pensil y la Enciclopedia Álvarez, de Frente de Juventudes y de Formación del Espíritu Nacional, trufado todo ello con lecturas de Marx y la pléyade de exégetas del padre del marxismo. En esos parámetros parecen aún moverse quienes no han podido despertar del sueño ni se han desprendido del aroma naftalínico que impregna su visión de los acontecimientos.
Así viene sucediendo desde hace tiempo. El último capítulo de esta manera somnolienta de entender la realidad, la ha escrito Manuel Talens en su columna Trinidad del pasado martes. En ella, con el tono panegírico al que nos tiene acostumbrados lanza sus diatribas contra un artículo mío publicado con motivo del Día Internacional del Voluntariado. Tras sacar a relucir sus fantasmas malolientes rebate lo escrito con adjetivos tales como "dogmático", "ingenuo" o "blandengue" para acabar unas líneas más abajo calificándolo de "discurso humanista". Extraña paradoja la de asociar el discurso humanista con el dogmatismo, la ingenuidad y la blandenguería, a nos ser que los nuevos exégetas, aún atrincherados tras el Muro de Berlín, reduzcan el humanismo a su vertiente religiosa y pierdan de vista su compromiso cívico que hoy como nunca representa el voluntariado. No como sustituto de nada ni de nadie, sino como fuerza que actúa desde la dignidad del ser humano, pues denuncia y actúa, se siente solidaria más allá de la ideología y abandona el dogmatismo de tribuna para mostrar la integridad de los hechos.
Una ojeada rápida a los medios habría sido suficiente. Pero eso puede parecer labor sísifa. Duplicar el presupuesto de bienestar social desde 1995 hasta hoy, aprobar una ley del voluntariado con el consenso de todas las fuerzas sociales y políticas, crear una plataforma como la Fundación de la Solidaridad y el Voluntariado, multiplicar por cuatro el número de plazas residenciales o reducir a actos caritativos la labor de más de seiscientas mil personas o las mil seiscientas organizaciones de voluntarios puede parecer blandengue o caritativo sólo a quien desconoce la realidad. Pero a quienes nos enfrentamos cada día con los problemas reales y las necesidades de nuestra sociedad se nos antoja un insulto a la razón que en nombre del Estado del Bienestar se defienda el desamparo y el abandono de los hombres y mujeres que han luchado durante años por alcanzar lo que el consenso y el buen hacer han hecho posible a día de hoy: una sociedad con renovados valores.
Merecen tales calificativos los Schröder, Jospin o Blair cuando han emprendido reformas en este sentido. O incluso el propio Lula en Brasil, cuando prepara una vía alternativa al sobrepasado Estado del Bienestar.
Buscar sinestesias olfativas extrañas donde solo hay olor a naftalina y recuerdos inamovibles del Estado del Bienestar, es continuar con el sueño adormecedor que se balancea entre el nacionalcatolicismo y el marxismo sin solución de continuidad. Pero además, confunde el voluntariado como forma de solidaridad y el voluntariado como detergente. Creo que poco conoce el mundo del voluntariado y la realidad de los servicios sociales quien habla de abandono de las responsabilidades sociales en un momento de fortalecimiento y expansión del bienestar en nuestra Comunidad.
Rafael Blasco es consejero de Bienestar Social.
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