Antisemitismo sin judíos

El antisemitismo en España no ha sido durante los últimos tiempos un tabú, sino más bien un agujero negro. Desde los retóricos días de la revolución pendiente, cuando se sostenía a pie enjuto que España desconocía el racismo, la renovada existencia de una comunidad judía en España y ya española ha vegetado entre el insulto genético e irreflexivo (hacer una judiada) a la indiferencia ignorante. Mejorando incluso lo que una vez me dijo el periodista polaco y también medio judío, Adam Michnik ("Polonia logra ser un país antisemita sin judíos"), España se las arregla para ser antisemita y antiárabe a la vez, si bien que con virulencias diferentes; judíos hay apenas entre 20.000 y 25.000 y no suelen ser competidores como los norteafricanos en el mercado de trabajo.

El libro de González Chillida, El antisemitismo en España, es tanto una cuidada, efectiva y austera recensión de la presencia e imagen jurídico-política del judío en España, desde la recuperación de una mínima comunidad en el siglo XVIII hasta la actualidad, en que alcanza un perfil modesto pero significativo, como una amonestación implícita por un antisemitismo que sólo podía ser ambiental, ya que carecía de suficiente materia prima en la que cebarse. Así, traza el autor la reconstrucción desde un punto de vista legal de la comunidad, como consecuencia de la emancipación que opera la Revolución Gloriosa de 1868, cuando el número de judíos, españoles o extranjeros, residentes era minúsculo, en la estela de la abolición de la Inquisición en 1834, y la derogación tácita más que expresa del decreto de expulsión de 1492.

El verdadero crecimiento de la comunidad no se produciría hasta los años cincuenta del pasado siglo, cuando el fin del protectorado sobre el norte de Marruecos provocó una diáspora de judíos sefardíes a la Península.

Uno diría que el autor ha te-

nido como preocupación esencial extirparse de un tipo muy frecuente de ensayismo gratuito. Los hechos están, en cambio, en su orden y concierto, la interpretación aflora siempre en primer grado, pero sin apología ni diatriba. Escalpelo, rigor, exposición, siempre en los antípodas de Sánchez Albornoz o Américo Castro y su famosa polémica sobre si con o contra los judíos vivíamos mejor, y bien está que así sea, que ya no están los tiempos para esencialismos históricos. Por ello, el texto es, además de una excelente lectura para hoy en la limpia edición de Marcial Pons, un magnífico libro de consulta para mucho tiempo. Están todos los que son y son todos los que están.

Hace ya algunos meses apareció también La Comunidad Judía de Madrid (1917-2001) en espectacular edición de la propia comunidad, de Jacobo Israel Garzón y Uriel Macías Kapón, ambos judíos españoles, que sigue en las fechas citadas el desarrollo de esta colectividad en la capital de España. Los textos son concisos, pero de una extraordinaria riqueza informativa, y están acompañados de una extensa galería fotográfica que documenta paso a paso la vida de los judíos madrileños del nacimiento a la muerte, del rito intracomunitario a su inserción oficial y pública en la sociedad española. El volumen se complementa con una serie de útiles apéndices y cronologías.