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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Negocios traicioneros

Propicia una curiosa y sin duda deseada metáfora el título de este filme, el tercero de un director chileno, Andrés Wood, del que sólo conocemos, vía Festival de Cine de San Sebastián, el primero, el muy estimable Historias del fútbol, que ningún distribuidor español creyó apropiado, por lo que parece, para su estreno. Y la metáfora afecta al término "loco": en el sentido del título, el loco es un marisco chileno altamente preciado, por escaso, y que los japoneses consumen por toneladas. Pero, en un sentido más amplio, un loco es aquel, lo diría tal vez así el propio Michel Foucault, cuyo discurso no circula por la sociedad de la misma manera que los del resto de los ciudadanos.

EL AÑO DEL LOCO

Dirección: Andrés Wood. Intérpretes: Emilio Bardi, Luis Dubó, Loreto Moya, Tamara Acosta, María Izquierdo, Luis Margani. Género: drama, Chile-España-México, 2002. Duración: 97 minutos.

Buscavidas

Algo similar sucede en el filme con el personaje que interpreta Emilio Bardi, un buscavidas, un fullero que, en pos de la fortuna, involucra a un viejo amigo (Dubó), al que ya traicionó una vez, en un negocio cuando menos poco claro. Su discurso, el dinero rápido y hasta cierto punto fácil, será el que hará moverse a toda una comunidad de pescadores del remoto sur chileno. Él se limitará a estar: los otros se afanarán en busca del loco, mientras el desaprensivo va fijando las condiciones de las capturas.

Como se comprenderá, anidan en el corazón de El año del loco muchos temas, aunque predomine por encima de todos el de la amistad y la traición. En esta película no juega, no obstante, el director Andrés Wood con las incógnitas: desde muy pronto, vuelca la cartas boca arriba encima de la mesa para anunciar que Bardi no es trigo limpio, que Dubó es un buen tipo, además enamorado, y crédulo. Se sabe también que las prostitutas que acuden al dinero fácil son honestas trabajadoras, y que el equilibrio social del lugar depende, al igual que el ocio y los sentimientos, de la Iglesia y sus representantes: el cura igual oficia misa que guarda el dinero que se canjeará por el molusco, o que, y es ésta una brillante idea de guión, amenizará el tiempo de ocio de sus vecinos (más que nada, vecinas) con un impagable radioteatro culebronero, que transmite la pequeña emisora local, y que las mantiene en vilo hasta su más que previsto desenlace.

En esta película también resulta previsible, a la postre, la solución de los enigmas que el filme propone, pero no es éste un demérito, sino una regla dramatúrgica respetada por Wood.

En el fondo, no importará demasiado: de lo que se trata es de contar una forma de vida, tan distante en el espacio como en el tiempo, la de los pescadores australes. Y de hacerlo sin ningún exotismo, sin concesiones a la belleza de postal, por mucho que la fotografía, excelente, de Miguel Littín Menz por momentos resulte arrebatadoramente bella.

En El año del loco importa más el ver cómo se las ingenian para vivir esas mujeres fuertes, duras y peleonas; e importará, a la postre, ver cómo se resuelve el enigma de los dos locos, el molusco y el taimado traficante, porque en el final de ambos quedará inscrita una bella lección: cómo la ambición triunfa sobre la prudencia, pero también qué costes hay que pagar, en ocasiones, por nuestras acciones equivocadas; qué jirones de existencia dejamos cuando asumimos nuestras decisiones; qué precio se cobra el amor cuando es liberado de sus ataduras.

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