Hojas doradas
La reforma educativa de penúltima generación que nos trajo la LOGSE tiene, como todo sistema, sus aciertos y su batería de despropósitos. En un país civilizado como el nuestro, parece consecuente que la enseñanza sea obligatoria hasta los 16 años, pero también cabe admitir que una medida que procura asegurar la escolarización hasta bien entrada la adolescencia, genera asimismo una legión de alumnos pasivos que, sin ninguna voluntad de aprendizaje, se limita a dinamitar las clases desde la barrica de sus pupitres o a desertar si el día sale bueno. Junto a este pelotón de inadaptados, conviven también aquéllos con serias dificultades de aprendizaje (léase problemas de timidez, de relación o comprensión) que, pese a su enorme voluntad, no alcanzan el rendimiento mínimo y se ven igualmente abocados a ese fracaso escolar que les dejará en la cuneta cuando alcancen la edad prescrita. Sin embargo, para estos alumnos del quiero y no puedo que luchan por obtener el título de graduado en secundaria, la citada LOGSE ha creado las llamadas clases de diversificación (un modelo personalizado de enseñanza) con el fin de aglutinar en cursos especiales a esos chicos que siguen empeñados en adaptarse a la vida. Y la experiencia, lejos de resultar atronadora, está deparando en muchos educadores resultados francamente gratificantes. En el I.E.S. Carrús de Elche, sin ir más lejos, los alumnos de 4º de diversificación desenfundaron hace unos días su sensibilidad abordando el otoño con un poema colectivo que me ha llegado al corazón. Esos muchachos de 16 y 17 años que ocupaban una tímida retaguardia, están saliendo a la luz gracias a educadores que aman su trabajo, a profesores motivados que saben despertar en sus alumnos el amor a las cosas. El mérito de obtener de Ana, Sandra, Alejandro, Mariló, Eloisa, Juanjo, Amadeo, Óscar, Alexandra, Toni, Ángela, Nuria, Ana, María y Carlos versos tan bellos como "dulces lamentos de hojas doradas" se debe enteramente a María Antonia Moreno, su profesora de ámbito lingüístico-social. Sólo resta esperar a que la primavera y la nueva ley de calidad rematen el milagro, les respeten y les pongan por delante el horizonte que se han ganando a pulso.
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