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Aulas

Profesores en la carretera

Los docentes itinerantes recorren a diario largas distancias para dar clases en zonas rurales

Los pasillos de los colegios de Los Marines, Cortelazor, Puerto Moral y El Castañuelo, cuatro localidades de la Sierra de Huelva, todas de menos de 300 habitantes, resultan simbólicamente tan largos como los kilómetros que los separan. El profesor que finalice una lección en uno de estos centros tiene su próxima clase a 14 ó 20 kilómetros, en otro pueblo. El recreo se convierte para este profesorado en un trasiego de idas y venidas. El café y la estufa en las horas de descanso se cambia por la calefacción del coche. Y las charlas entre compañeros se sustituye por la radio y los paisajes de la Sierra. La rutina se transforma en movimiento. Así son las escuelas rurales en la provincia onubense. Dinámicas y diferentes. Se trata de un sistema que permite que los escasos niños que viven en núcleos de población pequeños ir al colegio en su mismo pueblo sin tener que desplazarse. Las carreteras de la Sierra son estrechas, algunas muy peligrosas. Coger el autobús para estos escolares que tienen entre 3 y 12 años entraña un riesgo que los padres, en la mayoría de los casos, no están dispuestos a consentir.

En la Sierra de Huelva estas escuelas rurales se han constituido en la denominada Agrupación de Escuelas Rurales de la Sierra de Aracena (Adersa) o del Andévalo (Aderan), según la zona. Cada grupo abarca varios pueblos. El Castañuelo, Los Marines, Puerto Moral y Cortelazor pertenecen a Adersa 2.

La directora de este centro, Teresa Ruiz Moreno, de 39 años, es también una profesora itinerante. Cada jornada visita varios colegios donde imparte inglés. En total, en la provincia de Huelva hay 10 agrupaciones de escuelas rurales, con 1054 alumnos escolarizados y 162 profesores. "La iniciativa parte de los padres. No quieren que sus hijos pierdan el arraigo a sus pueblos. Ellos solicitan este servicio a la Junta para que los niños vayan al colegio en sus pueblos", señaló Teresa Ruiz. Esta profesora explicó que la reivindicación de los padres reside en que los niños no tengan que desplazarse.

Otra de las peculiaridades de las escuelas rurales es el agrupamiento de los alumnos. "Los estudiantes no se agrupan por cursos sino por ciclos o incluso por etapas. Cada profesor tiene en un mismo aula a alumnos de segundo, tercero y cuarto de primaria o de sexto, primero y segundo de secundaria. Esto puede resultar complicado si el docente no se organiza bien", afirmó Teresa Ruiz.

Ruiz recuerda que en sus primeras clases le costó adaptarse a un sistema en el que había que enseñar a distintos niveles al mismo tiempo. "Al principio lo pasé mal. Tienes que explicar materias a un curso y mantener ocupado a los otros. Y todo esto en una misma clase. Después te das cuenta que es una cuestión de organización". Teresa Ruiz precisó que los niveles compartidos se pueden llevar a cabo porque son centros donde la ratio alumno-profesor es mucho más baja que en los centros escolares convencionales. Las aulas no suelen superar los quince alumnos.

Teresa Ruiz subrayó que estos colegios están bien equipados. "Tenemos un ordenador en cada clase y disponemos de un aula de informática", afirmó. Pero el problema no está en contar con más o menos ordenadores sino "la orografía donde nos encontramos. En la Sierra las comunicaciones no son como en la ciudad. Aquí no hay líneas de teléfono para Internet. Conectar con Internet resulta tan lento que es casi mejor dejarlo por imposible". Y añadió: "En Castañuelos, una de las aldeas más aisladas de la Sierra, aún no hay teléfono convencional. Sólo hay lo que ellos llaman el teléfono rural. Una línea que se conecta por radio en lugar de por la línea básica".

Teresa Ruiz, que lleva cuatro años impartiendo clases en estas escuelas rurales, aseguró que los profesores que prueban este sistema, repiten. "La relación con el alumnado es más cercana y cordial. Si un niño tiene un problema al inicio de su aprendizaje le puedes dedicar más tiempo. El grupo es más reducido que en el resto de centros, aunque esté distribuido en varios niveles" explicó.

Esta docente afirmó que el hecho de tener que cambiar diariamente de centro resulta con el tiempo una tarea "atractiva, un aliciente". "No tienes tiempo para la rutina o la monotonía. Te desconectas. Cambias de compañeros y de alumnos. Es como empezar de nuevo a cada hora", indicó.

Mejorar el ajetreo laboral

En torno a unos 90.000 alumnos estudian este curso en centros situados en zonas rurales. Estos escolares, sobre todo aquellos que no pueden desplazarse a los núcleos donde se encuentran los colegios públicos rurales, son atendidos, muchas veces en su propio domicilio, por profesores itinerantes, que también prestan servicios en algunos de estos centros. La jornada de un docente itinerante es dura. Entre clase y clase, muchos kilómetros en el vehículo propio y el riesgo añadido que aportan las carreteras por las que circulan. Hasta hace bien poco, las condiciones laborales de estos docentes dejaban bastante que desear. Cualquier avería o daño producido en el coche en horas de servicio corría casi a cuenta del profesor, que tampoco contaban con demasiadas ayudas para adquirir un vehículo. El curso pasado, Educación y los sindicatos presentes en la mesa sectorial, acordaron una serie de medidas encaminadas a mejorar las condiciones laborales del profesorado itinerante.

Este acuerdo incluía ayudas para la compra del vehículo particular, mediante la concesión de créditos, además de que Educación se comprometía a correr con el 100% del coste de las reparaciones en caso de siniestro en aquellos casos que el profesor desempeñase su trabajo en más de un centro y en distintas localidades.

También se acordó aplicar reducciones en el horario semanal docente en función del número de kilómetros que un profesor realiza para dar clases. Traslados por maternidad a centros fijos, cobertura inmediata de las bajas y un complemeto económico mensual de casi 60 euros fueron otras de las mejoras introducidas en este acuerdo.

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