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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Redes de sumisión

Si las ratas que abandonan el tocado barco aznarita pusieron en peligro al Estado para hundir a Felipe González y alzarse con su amarga victoria, de qué no serán capaces en la víspera de su alegre derrota

Pringados

Tiene mucha gracia la página del Umbral de hace unos días en el diario de Pedro Jotero a propósito del manchurrón gallego, en el que viene a decir que los socialistas reprochan a Aznar que exista el Atlántico y sus mareas. Ese escritor que se disfraza con la bufanda roja cuando acude a las fiestas del PCE sabe de sobra, como por lo demás nadie ignora, que la gente con dos dedos de frente lo que constata es que el Gobierno ha mentido, ha ocultado información, ha tardado en proveer los medios para mitigar el desastre, y encima insulta a todos los españoles cuando finge lamentar la supuesta falta de patriotismo de Zapatero. Banderitas aparte, el dirigente socialista -como tantos miles de personas- no ha hecho más que insistir en que Aznar ha gestionado el accidente de una manera irresponsable, tan irresponsable, aunque con consecuencias más dañinas, como Umbral cuando echa balones fuera. O dentro, quién sabe.

Hasta cuándo Camus

Por una vez se puede estar de acuerdo con Fernando Savater cuando abandona su propensión equina para poner en solfa -desde las páginas de este diario hace unos días- el discurso del autoproclamado Subcomandante Marcos, un profeta de la subversión enmascarada, a quien Manuel Vázquez Montalbán suministra la charcutería de guerrilla, y que hace unos versitos dignos en todo de los que acostumbra a redactar un Alfons Cervera cualquiera. Y, no obstante, ¿qué pinta Albert Camus en este asunto? Vayamos por partes, como diría Mariano Rajoy. Utilizar a Camus como ariete del humanismo abstracto frente a la concreción de clase que demanda lo que queda de la izquierda es una tontería más que un error. Arremeter desde aquí contra el vedetismo del gurú de Chiapas es lo mismo que mandarle chorizos de marca por correo selvático. Sartre tenía razón en su famosa respuesta a Camus. Ni uno ni otro querrían saber nada de los que ahora les atacan o les defienden. Y ya vale de tribunas de doctrinario a contracor.

La prosodia, ella

Es un fenómeno Gran Hermano, vaya, cuando lo ves de reojo sesteando en la sobremesa. A veces, cuando vencidos ya los ojos apenas si lo escuchas, se diría que has puesto en marcha uno de esos cedés de clásicos universales con los que la ONCE acerca los clásicos a oídos de los invidentes en una grabación del Ulises, de James Joyce. Porque es exactamente lo mismo, a veces incluso en algún afortunado, aunque aquí indeliberado, juego de palabras. En el combate eterno entre vanguardia y costumbrismo siempre vencerá el hábito doméstico, porque es el más próximo a la realidad cotidiana. Levantarse, ducharse, lavarse los dientes, vestirse, salir al trabajo y demás protocolos del automatismo cuando la mente verdadera deambula en otra parte. ¿Dónde? Eso, eso es lo que la vanguardia trata de averiguar y el costumbrismo de ignorar, doctor Freud.

Anorexia de Estado

Es una gran utopía la del liberalismo radical, casi tanto como la marxista, aunque mucho más antigua y asentada en la veracidad de la historia, ese retorcido amasijo de codicias en el que cualquier impulso en contrario acaba por sucumbir a la tentación totalitaria. "De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades". De ese evangélico propósito, tan próximo en la semántica del candor a la lírica de culebrón del subguerrillero Marcos, el liberal de postín se queda con la primera parte, de manera que asesores capaces de todo llevan de la mano a políticos incapaces pero capacitados para dictar atrocidades. El Estado adelgaza en favor de la libre iniciativa, haciendo como que ignora que la mayoría de ciudadanos ni es libre ni puede tomar iniciativas, y propicia una anorexia transversal y más dañina que el amasijo de fuel de unos de esos petroleros que se parten en dos en cuanto divisan nuestras costras.

El responsable exento

Uno de los resultados tangibles de la regeneración prometida por el partido en el gobierno al ganar sus primeras elecciones es que aquí cualquier mercachifle designado para dirigir no importa qué proyecto ni en qué ámbito de actuación se siente autorizado para perpetrar las tropelías más notables sin verse obligado a dar cuentas a nadie. Desde el ahora ministro de Trabajo, que ha endeudado a todos los valencianos en una proporción tal vez más duradera que la marea negra que asola las costas del noroeste, hasta un Jorge Berlanga cualquiera, que hunde por su bonito apellido lo poco que quedaba de la Mostra de Cinema, esta gente confía en la impunidad permanente para dejar la memoria más amarga por dondequiera que pasan. Y aún se lamentan, desde el jefe hasta el botones de cine, de ser víctimas de una campaña mediática.

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