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LA CRÓNICA
Columna
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La vida en Consell de Cent

El pasado nos persigue sin desánimo.

A principios de agosto regresé a Consell de Cent. El traslado de la redacción de EL PAÍS me devolvía a la calle del bachillerato en el Liceo italiano del pasaje de Méndez Vigo, islote de recogimiento en pleno meollo urbano. En ese liceo estudiábamos a los grandes, por supuesto: Leopardi, Carducci, Ugo Foscolo. Pero también leíamos a algún poeta menor. Uno de ellos, Giuseppe Giusti (Monsummano, 1809-Florencia, 1850), se inscribía de lleno en las guerras liberales de independencia, por lo que resultaba muy útil a los profesores para explicarnos la epopeya romántica que concluyó con la unidad del país bajo la casa Saboya. Autor satírico, sus scherzi contra la burguesía toscana bienpensante y los obtusos gobernantes austriacos se hicieron célebres, de hecho está considerado uno de los principales artífices del Risorgimento en verso. Aprendíamos de memoria su conocido poema Sant'Ambrogio, cuyo inicio consigo todavía farfullar: "Vostra eccellenza che mi sta in cagnesco / Per que' pochi scherzucci di dozzina...". Maldito italiano del siglo XIX: a la primera nunca entendías ni papa. Pero con ayuda y paciencia dabas con el sujeto, luego con el verbo, al cabo con las subordindas y de repente estallaba el significado. Dirigiéndose al gobernador alemán, Giusti explica una visita que realizó a la vieja iglesia de San Ambrosio de Milán, acompañado por el hijo de Alessandro Manzoni ("sí, el autor de una novelucha que trata de novios, ¿acaso no la ha leído, excelencia?", se mofa del alto funcionario). En la iglesia Giusti descubre a unos soldados bohemios y croatas escuchando la misa en posición de firmes, "puestos como espalderas en la viña" (en alusión al vergel italiano sometido por la dictadura). La escena le produce al poeta un asco infinito -"usted, excelencia, no lo siente por razón del cargo"-, pero en el momento de la consagración surge un inflamado coro de Verdi, nada menos que el 'O signore, dal tetto natio', de I lombardi alla prima crociata. Giusti se conmueve ("qué quiere, excelencia, la pieza es bonita") y no se ha recuperado todavía cuando aquellos "fantoches" uniformados se ponen a cantar una canción alemana muy lenta y muy triste, que no era Lili Marlen pero en la que el poeta descubre igualmente la nostalgia de los hogares remotos, "una turbación de lejano exilio": sí, aquellos soldados también eran esclavos del imperio.

Giusti volvió a visitarme el jueves en la calle del Consell de Cent. La bomba enviada a EL PAÍS desde Milán iba camuflada en un libro suyo

El jueves pasado, Giuseppe Giusti volvió a visitarme en la calle del Consell de Cent. La bomba que los anarquistas (?) italianos habían enviado a la redacción de EL PAÍS desde Milán iba camuflada en un libro suyo. Giusti, Italia, el terrorismo: curiosas conexiones que partían de Consell de Cent. El 16 de marzo de 1978 me hallaba en Bolonia, en casa de un amigo del liceo, cuando supe que Aldo Moro había sido secuestrado por las Brigadas Rojas previo asesinato de los miembros de la escolta. Cincuenta y cinco días más tarde el cuerpo sin vida del presidente de la Democracia Cristiana, partidario de la entrada de los comunistas en el Gobierno de Andreotti, aparecía acurrucado en el maletero de un Renault cuatro latas, a medio camino entre la calle de Botteghe Oscure y la plaza del Gesù, donde tenían sus sedes los dos partidos mayoritarios. El magnicidio fue investigado por el periodista Mino Pecorelli, asesinado por la Mafia cuando salía de su redacción el 20 de marzo de 1979. El mes pasado Andreotti fue condenado por un tribunal a 24 años de cárcel como instigador del crimen.

El 2 de agosto de 1980 volvía a estar yo en Bolonia. Una bomba en la estación de ferrocarril segó la vida de 85 personas y dejó malheridas a otras 200, en el episodio de terrorismo más grave y oscuro de los "años de plomo". En esa ocasión no hizo falta ninguna metáfora macabra servida por el callejero. La visión de la bestia descarnada e inmensa estaba en primer plano, perfectamente enfocada, golpeando a los ciudadanos que habían decidido pasar un día en la playa. Tramas negras, la logia masónica P2, Licio Gelli y los servicios secretos: 22 años más tarde la investigación no se ha cerrado. Valerio Fioravanti y Francesca Mambro, de ideología fascista, fueron condenados a cadena perpetua como autores materiales del atentado. Este último marzo le cayeron 30 años a Luigi Ciavardini, en calidad de cómplice de la matanza. Licio Gelli cumple condena por quiebra fraudulenta, sin que hayan podido probarse opacas maniobras para despistar a los investigadores.

Por cierto, el banco que Gelli llevó a la quiebra fue el Ambrosiano. Así pues, que san Ambrosio nos proteja. Quizá ya lo hizo, en el caso -muy probable- de que viajara en el libro de poemas de Giusti dentro del sobre trampa que llegó a EL PAÍS. En todo caso, que nos sigan protegiendo Gemma y José, vigilantes jurados valientes que obligaron a la sinrazón a quedarse en la puerta.

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