Fiel a Beethoven
La fidelidad del intérprete al compositor se concreta, desde el nacimiento de las corrientes historicistas, en el uso de instrumentos originales, la búsqueda de ediciones fidedignas y la utilización del tempo estipulado (o supuestamente estipulado). Pero existe también otra fidelidad más íntima, aunque menos objetivable. Es aquella que se produce cuando el intérprete ilumina con fuerza los rasgos característicos de la música que toca, cuando subraya los nexos que unifican una trayectoria, una vida y una manera de componer, cuando traduce bien, en suma, no sólo la letra, sino también el espíritu. Si ese tipo de fidelidad, además, se da en alto grado, el oyente percibe de forma casi material un doble proceso creativo, el del compositor y el del intérprete, con vertientes que, aun siendo tan distintas, alcanzan un raro y perfecto nivel de identidad. Asiste, casi, a un milagro.
Grigory Sokolov
Obras de Beethoven, Komitas y Prokófiev. Palau de la Música. Valencia, 12 de Diciembre de 2002
Y el milagro sucedió con el Beethoven que hizo Sokolov en el Palau. Tanto es así que el despliegue técnico exhibido con Beethoven y, luego, con Prokófiev, apenas reclamaba nuestra atención. Tampoco cobraron demasiado protagonismo la prodigiosa musicalidad del fraseo, las gradaciones dinámicas, la limpieza en el ataque o la izquierda poderosa. Todo eso estaba ahí, pero el ruso lo utilizaba para que nos fijáramos en la genialidad de Beethoven y no en la suya propia. La admiración hacia los hallazgos del compositor -incluso en una Sonata tan conocida como la Pastoral- crecía en mayor medida aún que la despertada por el intérprete.
Las sonatas 9, 10 y 15 responden a esquemas formales menos innovadores que la Patética (anterior a las dos primeras) o el Claro de Luna (anterior a la segunda). Sin embargo, en la lectura que de ellas hizo Sokolov, Beethoven aparece tan innovador como en la Appassionata o, incluso, la Hammerklavier. Se preocupó por sacar a la luz lo que hay de profundo y de irrepetible en esas estructuras algo más tradicionales, lo que acerca estas sonatas no sólo a las más revolucionarias, sino a todo el legado del compositor. Resumiendo: lo que diferencia -lo que distingue- a Beethoven de cualquier otro músico. Y, además de sacarlo a la luz, Sokolov se encargó de enamorarnos con ello.
Parecía necesario rebajar un poco la tensión, y a esa causa sirvieron las Seis danzas para piano de Komitas, cuyos principales valores fueron la concisión y la transcripción perfecta del lenguaje popular al formato pianístico. Tras ellas, el Prokófiev de la sonata núm. 7, de ritmos implacables, servido por un intérprete que también lo es. Fue de lo ácido a lo lírico de forma magistral, ya que su nivel técnico le permite ocuparse cómodamente de la expresión, y le regaló después al público, además, cinco bises.
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