Giuliani
Cada cita electoral tiene su asunto estrella, aquel problema sobre el que está más sensibilizado el electorado y cuyas posibles soluciones son susceptibles de captar mejor el voto. La vivienda, el transporte, el medio ambiente, los impuestos, la vitalidad económica, los servicios sociales, todo es importante aunque nada parece tener tanto gancho ante los próximos comicios como la seguridad. Las encuestas reflejan una preocupación creciente de la ciudadanía por la delincuencia y especialmente por los asaltos a viviendas y la inseguridad en las calles. Esa inquietud está en parte justificada, ya que en los últimos años se ha registrado un aumento considerable de la criminalidad, aunque quizá no tanto como para suscitar tal desasosiego.
Ha habido épocas relativamente recientes en que las cifras de delitos eran bastante más abultadas y, sin embargo, la sensibilidad parecía menor que ahora. Sea como fuere, lo cierto es que todos los candidatos sin excepción planean ofertas que permitan afrontar electoralmente las consecuencias del miedo. Es evidente que en este campo la derecha lleva ventaja sobre la izquierda. A un partido conservador le resulta bastante más fácil, por ejemplo, propugnar un reforzamiento policial o el endurecimiento de las penas a reincidentes que a otro de carácter progresista. Todavía faltan seis meses para las elecciones y Esperanza Aguirre lanzaba hace unos días su primera andanada de propuestas concretas ofreciendo un pacto con los Ayuntamientos para incrementar la presencia policial. Es, sin embargo, a Ruiz-Gallardón a quien se le ve más decidido a sacar rendimiento electoral al clima de preocupación haciendo valer su capacidad de liderazgo. El candidato popular a la alcaldía de Madrid está vendiendo su puesta al frente de la lucha contra la inseguridad identificándose con el ex alcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani, con quien se ha visto y fotografiado recientemente en nuestra capital. Al igual que sucede hoy en Madrid, el clima social en la ciudad de los rascacielos favoreció años atrás a quien se mostrara enérgico y dispuesto a limpiar las calles de delincuentes. Enarbolando esa bandera, Giuliani ganó la alcaldía y también la autoridad para emprender una auténtica cruzada contra el delito. Su acción no se limitó a incrementar en 5.000 el número de agentes, sino que, asesorado por los criminólogos de la Escuela de Filadelfia, aplicó manu militari la llamada teoría de las "ventanas rotas". Según ese principio, si alguien rompe un cristal de un edificio y no es reparado de inmediato, otros se animarán a hacer lo propio transmitiendo una sensación de desorden que, a su vez, atraerá a los transgresores hacia ese ambiente de apatía y negligencia. En la práctica esta filosofía se tradujo en perseguir los pequeños delitos con tanta intensidad como los graves. Así las llamadas patrullas de Calidad de Vida cayeron inmisericordes sobre los descuideros, camellos, drogadictos y hasta los borrachos, mendigos y grafiteros. El sistema, en términos estadísticos, funcionó. En pocos meses los índices de criminalidad descendieron de forma radical.
Un éxito de Giuliani que, sin embargo, tuvo no pocos efectos secundarios. La tremenda presión sobre los colectivos marginales generó comportamientos arbitrarios por parte de la policía que recibió un auténtico aluvión de denuncias por abuso de autoridad o malos tratos. El orden en las calles se cobró un altísimo precio por la ausencia de mecanismos de control y por la falta de formación de los agentes. Tampoco hubo medidas correctoras que ofrecieran alternativas a los colectivos desplazados de los territorios urbanos que ocupaban.
Si quien ocupe la alcaldía de Madrid toma como referente la experiencia de Nueva York conviene que tenga en cuenta también lo que hubo de negativo. Está claro que un plan de seguridad no puede basarse sólo en las estrategias de represión.
Es necesario acompañarlo de programas de atención social que ofrezcan a los marginados alternativas distintas a nuestras saturadas cárceles. Limitándose a limpiar la ciudad, Giuliani sólo hizo el trabajo a medias. O Alberto Ruiz-Gallardón plantea una solución integral o su oferta electoral será como pasar la escoba y esconder el polvo bajo la alfombra.
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