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Reportaje:CENTENARIO DE RAFAEL ALBERTI

Garcilaso en el fútbol

Javier Rodríguez Marcos

Más que una obra, lo que distingue a los poetas es tener una voz. Un poeta se vuelve inconfundible cuando edifica un léxico y una sintaxis tan personales que antes que seguidores produce imitadores. Pero si una voz lo hace inconfundible, lo que hace indispensable a un poeta es tener un espacio, esto es, haber iluminado -y no es lo mismo iluminar que deslumbrar- con sus palabras un territorio de la realidad que hasta entonces permanecía a oscuras. Indudablemente, Rafael Alberti tiene una voz propia, pero ¿tiene un espacio? La verdad es que los tiene todos, lo que no deja de ser un problema dentro de esa generación con nombre de autobús (el 27) en la que ya hay, valga el esquema, un poeta del amor (Salinas), un poeta popular (Lorca), uno puro (Guillén), un surrealista (Aleixandre) y uno que, menos popularista, lo fue todo de modo muy particular (Cernuda), incluido exiliado.

Más información
BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL DE RAFAEL ALBERTI

Lo cierto es que publicar más de 30 libros de poemas es demasiado para cualquiera (lectores y escritores). Y ése es el caso de Alberti, que tiene a su favor algo que también es mucho: media docena de títulos imprescindibles. Lo uno por lo otro, aunque en poesía lo que no suma resta, algo que vale para el gaditano tanto como para otro autor torrencialmente irregular: Pablo Neruda, capaz de escribir lo más sublime y de publicar lo más ridículo. Problemas del desorden impuesto por la "urgente gramática" de la política, tan dada a confundir poemas y panfletos.

Así las cosas, ¿cómo llegarán

a Alberti los lectores que sólo lo han visto en televisión presidir el Congreso de los Diputados? Después de comprobar perplejos con qué facilidad se pasa de la censura a la beatificación, los lectores con menos prejuicios comprobarán también que a veces la poesía ve más que los poetas y que sólo valorando las sombras cobra la luz su valor verdadero. Por eso se preguntarán qué vio el autor de El poeta en la calle en 1937 durante su visita a la URSS. Y qué vio en Stalin para caer seducido por, en palabras que la historia ha teñido de sarcasmo, su "bondad, su conocimiento de la gente, su deseo de verla feliz". ¿Qué país conoció Alberti un año después de que André Gide publicará su Retorno de la Unión Soviética, que le valió la condena de la izquierda bienpensante de entonces?¿Cuál, si un año antes habían censurado algunos de sus poemas en una revista porque su traductor era Boris Paternak? ¿Y aun en 1977 cuando acudió a celebrar el 60º aniversario de la Revolución de Octubre?

Los mismos lectores que busquen en la sombra encontrarán las luces que dan valor a todo un universo: el universo del primer volumen de La arboleda perdida -que contienen más literatura que vida literaria, una proporción que no siempre se mantiene en las demás entregas- y, sobre todo, el universo poético de alguien que lo hizo todo de todas las maneras sin cerrar a ningún tema las puertas de la literatura. Es su gran mérito: detectar que buena parte de la poesía del siglo XX está hecha de puro prosaísmo y, sin temblor de pulso, llamar "místico del diseño" a Piero della Francesca (A la pintura), poetizar el cine (Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos) y saber ser tanto el escudero de Garcilaso (Marinero en tierra) como el cantor del mito de Franz Platko, el portero húngaro del FC Barcelona y héroe de la final de Copa de 1928 (Cal y canto). No es, así, poco mérito llevar a los clásicos al fútbol (y viceversa, ¿no es Supermán ya un mito?) y adelantarse con la paloma equivocada (Entre el clavel y la espada) a la espeluznante Serenata de San Diego, de Tom Waits, que dice: "Nunca vi la mañana hasta que me quedé despierto toda la noche. / Nunca vi el Este hasta que me trasladé al Oeste".

"Llevaba una ciudad dentro. / Y la perdió sin combate. / Y le perdieron. / Sombras vienen a llorarla", dicen unos versos de Sobre los ángeles, su libro más rotundo. Buena parte, en fin, de la grandeza de Alberti reside en ese llevar dentro una ciudad entera y en saber que si existen los ángeles hoy se esconden en "los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras". A veces, la fuerza de un poeta -y su voz, y su espacio- está en reconocer, después de toneladas de poemas inspirados en flores, que "una rosa es más rosa habitada por las orugas".

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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