De cine
No entiendo el repentino interés de tantas personas por promover un festival cinematográfico en Alicante. Alicante carece de cualquier tradición cinematográfica y el hecho de que algún día llegue a inaugurarse en sus proximidades la Ciudad de Cine, no supone, en mi opinión, un argumento favorable. Por precaución, deberíamos esperar algún tiempo hasta ver en qué queda el asunto. Nunca se sabe. Y menos, con este Gobierno. Pensemos en Terra Mítica; o en Altea, que presumía de una tradición artística apreciable y está a punto de arruinarla por el empeño de su alcalde en tener a toda costa una facultad de Bellas Artes. No basta un edificio para culminar un proyecto, aunque algunos políticos sugieran lo contrario.
Si Alicante tuviese suficientemente cubiertas sus necesidades culturales, no vería mal que se celebrase un festival cinematográfico. Bien gestionado, un festival de este género podría servir para promocionar la ciudad, que buena falta le hace. Pero que gastemos cientos de miles de euros en unos días de espectáculo, para sobrevivir a duras penas el resto de la temporada, me parece un despropósito considerable. Si los alicantinos hemos aguardado veinte años para tener un simulacro de filmoteca, bien podemos esperar algunos para celebrar un festival de cine. Con las propinas de ese festival, los aficionados podríamos darnos un festín a la semana durante todo el año y aún nos sobraría para algún pase extra. ¿Por qué obligarnos a un atracón si después hemos de ayunar?
Al día de hoy, el interés por celebrar un festival cinematográfico en Alicante sólo lo percibo en los promotores de la idea y en Paco Huesca. De Paco Huesca, me consta su pasión por el cine, demostrada en innumerables ocasiones; pero, ignoro los motivos de quienes se manifiestan con tanta insistencia, aunque no resulte difícil imaginarlos. El dinero público vuelve a las personas codiciosas y les da un punto de temeridad. Pensemos en Jorge Berlanga, quien, tras arruinar la Mostra de Valencia, sueña ahora con trasladarse a Alicante para ampliar el negocio. En cualquier empresa privada, la pretensión del señor Berlanga resultaría irrealizable y lo habrían despedido a cajas destempladas. En cambio, como practica la doctrina del esfuerzo filial que defiende el Partido Popular, no nos extrañaría que nuestras autoridades le premiaran con la dirección del festival alicantino.
Por mi parte, si ha de celebrarse el festival -los gobernantes guardan razones que a los gobernados se nos escapan- prefiero que se lo encomienden a Jorge Berlanga, antes que a cualquiera de los grupos que pugnan por el mismo. No porque crea que pueda hacerlo bien -a la vista de lo sucedido en Valencia, resulta impensable-, sino porque es un individuo simpático, jaranero, que sabe aguantar el tipo y, sobre todo, posee una cualidad única: es hijo de Luis García Berlanga, uno de nuestros mayores directores cinematográficos. Yo siento una gran admiración por Luis García Berlanga, cuyas películas me han hecho disfrutar de algunos momentos extraordinarios, realmente inolvidables. Si algún céntimo de mis impuestos va a emplearse en ese festival de cine, me agradaría pensar que acaba tintineando en el bolsillo de Jorge Berlanga. Sería una manera estupenda de mostrar a su padre mi agradecimiento.
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