Cambios en Madrid
Lleva camino de convertirse en la mayor ciudad peatonal del mundo, flanqueadas sus calles por los automóviles estacionados, muy a menudo en doble fila, lo que habrá disuadido al resto de los automovilistas, incapacitados para abandonar el vehículo. Está todavía en periodo de prueba el sistema del parquímetro, instalado en unos cuantos barrios, aunque la primera reacción ha sido de sorpresa: fueron atacados por los gamberros en cantidad inferior a la esperada. O sea, que cada vez hay menos gamberros, no se han enterado todavía o los aparatos están colocados en vías donde escasea el suministro de alcohol. Un enigma que acabará aclarándose. En todo caso, me es ajeno, porque tiempo ha que prescindí del coche.
Otro cambio, éste perceptible para los peatones, es el elevado número de locales comerciales que cambian de actividad, de dueño, de nombre. Aquí hubo un simpático bar de copas, favorecido por la gente joven que ha emigrado por ignotas razones: lleva unos meses cerrado. La antigua y próspera perfumería vende ahora ropa femenina de saldo y dudoso gusto; el viejo bazar de material eléctrico, donde comprábamos las bombillas, desapareció. El acreditado representante de automóviles ha cedido la esquina a un exitoso centro de masajes y bronceamiento, que abre incluso los domingos. La entrañable librería de lance dejó paso a una tienda de ropa infantil -hay muchas en nuestra ciudad-, cuya vida pública apenas llegó al año. Pero, coherentemente con las leyes de que todo lo que sube baja, los comercios que cierran dan lugar a otros nuevos. Las calles están llenas de sacos de cemento, cal, pintura y operarios que llevan a cabo incesantes renovaciones para producir más negocios, generalmente de artículos electrónicos y teléfonía móvil. Abundan los talleres donde se hacen o encargan marcos para pinturas o fotografías; parece que en las paredes madrileñas hay algo más que la foto de boda y aquellos preciosos almanaques de la Compañía de Explosivos Río Tinto.
¿Qué ocurre con esa gente, mucha, que se ha quedado sin trabajo? En algunos casos eran autónomos, socorridos por la colaboración familiar, pero en otros se supone que ocupaban a gente más o menos calificada. Ese problema nos indica que en esta confortable y despiadada sociedad, los asuntos personales tienen mal arreglo. Se necesitan varias decenas de parados forzosos para corear eslóganes y merecer la atención de las televisiones, ser, en suma, como los currantes de Sintel ocupando la Castellana o los desolados escaparates de SEPU, aquellos pioneros almacenes Madrid-París que conocimos hace mil años.
Se suponía que la pequeña industria, el negocio heredado de los padres y abuelos e, incluso, la ilusionada empresa juvenil padecían el estrangulamiento de los costes, los impuestos, las hipotecas. Dicen que ha aflojado la presión fiscal y el dinero es muchísimo más barato que en las décadas de los ochenta-noventa, aunque ignoro si los créditos son de fácil obtención. Tampoco se trata de quiebras escandalosas y publicitadas, son la historia de pequeños fracasos, esperanzas fallidas, proyectos abortados, deudas impagables que, en buena parte, son digeridas calmosamente entre abogados, rábulas, juzgados y amenazadores intermediarios con los morosos.
Las oficinas bancarias han dejado ya de ocupar las mejores plantas bajas de la ciudad, incluso se hunden y desaparecen, con gran discreción, algunas rúbricas que fueron rutilantes. Pero la vida sigue y no hay razonamiento posible ante el propósito de quien decide abrir un nuevo restaurante, moderno y caro, justo donde han fracasado varios. Pienso que se utiliza poco el estudio de mercado en los barrios y, sin embargo, hay asuntos desatendidos. Espero que me crean al decirles que faltan, de forma alarmante, las mercerías donde se cogen puntos a las medias. Conozco el tema, porque una querida amiga que vive en la Costa Brava me envía, de vez en cuando, un paquete de pantys para que los lleve a una tiendecita, en la calle Claudio Coello -se llama La Japonesa, merece esta pequeña y desinteresada publicidad- y allí los reparen. Imposible encontrar remedio análogo en varias ciudades catalanas. O no tuvo fortuna en la búsqueda. Rechazo pensar que las grandes firmas de este accesorio femenino siembren el pánico entre quienes se entregaban a tan interesante y ahorrativo menester. Aunque, ante determinados fenómenos sociales, no sabe uno qué pensar.
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