_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Arco y flecha

De tanto en tanto, próceres catalanes de distinto pelaje político se ocupan con mirada condescendiente, autosuficiencia y paternalismo no actualizado, de obsequiarnos admoniciones sobre las, al parecer, desvariantes preferencias y pretensiones de los valencianos en el marco del Estado español.

Meses después de publicar en éste periódico su admonitorio Creer en nosotros mismos; en su reciente visita a Valencia, Pasqual Maragall, afirmó ante sus homónimos valencianos que "los catalanes y los valencianos nos atrevemos a hablar de lo que parecía prohibido o limitado de la relación entre nuestros pueblos". No si el título de A remolque de Barcelona de la opinión de Manuel Lloris que publicó en éstas páginas iba también por ahí en cuanto a los de Pla, de paso que contestaba a Josep Antoni Duran i Lleida, presidente del Comité de Govern de la UDC, que desde la tribuna estatal de este mismo diario (Voluntad política para el arco mediterráneo, EL PAÍS, 23/11) se ha descolgado con un desfachatado artículo en el que nos administraba su correspondiente colleja mediante una serie de argumentos sobre su visión del Arco Mediterráneo, que empiezan apoyándose en la catapulta de un artículo del Financial Times publicado hace año y medio. Aparte de que los criterios de los medios financieros sobre inversiones han cambiado radicalmente desde 2000, en ese tiempo, al señor Durán i Lleida no le había sido posible aclararnos la misión valenciana en el Arco Mediterráneo de sus sueños.

Afortunadamente, el común de la sociedad civil valenciana no está tan a merced de las frecuentes galernas ideológicas catalanas y muchos de aquí, que tenemos algunos de nuestros mejores amigos viviendo Cataluña, años ha que hacemos gran chanza sobre los trompicones y las psicoterapias políticas que se propinan nuestras clases políticas. Los convergentes, en dos décadas, han construido una realidad catalana curvada sobre sí misma, mucho más cerrada que la valenciana de hoy y, por eso, hasta Maragall tiene que actuar como devoto nacionalista para aspirar al poder catalán. La visión desde aquí es diferente: tenemos claro que las sociedades líderes de este siglo van a ser más abiertas y cualitativas que cuantitativas y lo decisivo de ellas no va a depender de las relaciones territoriales con los vecinos, sino de la cualidad de su papel como nodo en una red más global y compleja en la que importa no solo el cuanto, sino sobre todo el qué y el cómo.

Madrid y Barcelona son para los valencianos dos vértices sobre los que hemos de construir entre todos la triangulación básica de España. Para la clases políticas catalana y valenciana son dos espejos también básicos, causa tanto de las mayores alegrías como de sus más agudas crisis de ansiedad. Según Durán y Lleida, "...no se trata de mirarnos en todo lo que Madrid hace o deja de hacer..." y para su modelo de Arco, de Madrid solo necesita las inversiones en el Prat, en los puertos de Barcelona y Tarragona (no cita nada más al sur) que permitan a Cataluña ser la base logística del sur de Europa. Es decir, que Marsella y Valencia, con sus puertos, sean humildes y se limiten a formar parte del Arco Mediterráneo para que Barcelona sea la flecha. Eso, según un Durán i Lleida sin complejos "es lo que interesa a todos: aragoneses, valencianos, mallorquines, murcianos, a todos los españoles...".

Mientras tiene lugar este debate, en el que llevamos ya más de década y media, el mundo ha dado varios vuelcos. Pero, al tiempo, en la Comunidad Valenciana no todo es jauja. El fondo de armario de donde nuestros actuales gobernantes extraen los criterios de ordenación del territorio desde hace mucho tiempo, más que gobernado por los administradores del poder público, lo está por los especuladores del suelo, cuya ingente labor depredadora del territorio, una vez arrasada la franja costera y las ciudades principales, sigue creando una onda de choque que influye para mal en todo lo adyacente a las grandes infraestructuras intermodales.

Las fronteras entre la defensa del bien público y los negocios privados son aquí tan difusas que hasta los partidos políticos quedan presos de contradicciones internas entre intereses encontrados de sus propios niveles estatales, autonómicos o municipales. Y sin embargo, la Comunidad Valenciana avanza (no por, sino a pesar de quien permite todo lo anterior).

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

En cualquier caso, el que plantea el presidente de UDC es un debate que suena al siglo pasado. La súbita explosión de la burbuja de la nueva economía ha cambiado por completo el discurso de los políticos sobre el futuro. En el tiempo que hace desde que se publicó el artículo de FT que utiliza Durán i Lleida de catapulta para su argumentación, han vuelto a poner los políticos en el meollo de su discurso los viejos esquemas de la era industrial. ¿Pero no eran en el año 2000 tan importantes los intangibles para nuestro futuro? ¿No habíamos entrado en la era del conocimiento? Por lo visto, no: en realidad el esquema que propone Duran i Lleida va de inversiones en puertos, contenedores, autopistas a las que hay que conectar todo lo demás en la ordenación de su Arco Mediterráneo: es decir, era industrial basada en el petróleo, en el cemento y en el suelo. Ni mención a energías limpias y renovables, respeto sostenible de los ecosistemas mediterráneos, agricultura ecológica, creación de conocimiento avanzado y con alto valor de mercado global, redes multimedia planetarias, negocios electrónicos, educación hacia el futuro, industrias limpias, telecomunicaciones digitales. Y en éstas, llega la catástrofe del Prestige: un símbolo claro de lo que no debe ocurrir, ¡Nunca más!, en una sociedad democrática avanzada.

El artículo de Durán supone un toque de corneta (convergente), para que los demás paisanos del Arco nos pongamos casi firmes sobre la costa. Como mínimo, denota una supina ignorancia de que vamos hacia una deslocalización creciente, también, de las capitalidades territoriales. Debería viajar más, también al sur. Vería que aquí en la Comunidad Valenciana, al menos la sociedad civil, creemos que solo podemos crecer hacia el futuro creando conocimiento en intangibles de valor local y global apoyándonos en las nuevas tecnologías más limpias y mucho más productivas que las de la era industrial. Si, al fin, se ha de formar en base a la pujanza y al poderío industrial catalán el Arco Mediterráneo del que habla el admonitor Josep Antoni Duran i Lleida, yo les pediría a los egregios próceres catalanes, que tanto velan por el buen comportamiento mediterráneo de los valencianos, reserven en su Arco a la Comunidad Valenciana el papel -y la inversión obvia, claro, sobre todo en know how de tecnología digital, de red y el necesario ancho de banda- de la generación de conocimiento avanzado e intangibles de espacial valor añadido basados en las nueva tecnologías. Nuestra proverbial capacidad emprendedora y de conocimientos seguro que no defraudará en esta empresa. Y si, además -seamos realistas y no perdamos el humor- los de Madrid, nos conectan el AVE incluso antes del 2015, miel sobre hojuelas.

Adolfo Plasencia es profesor y director de Proyectos de Aplicaciones Multimedia para Internet. Universidad Politécnica de Valencia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_