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DÍAS DE OCIO | DÍAS DE OCIO

Nápoles trae al Palacio Real de Madrid lo mejor del arte de sus maestros belenísticos

Patrimonio Nacional expone centenar y medio de figuras adquiridas de afamados maestros

Nápoles, la ciudad italiana que llevara el belenismo hasta la excelencia artística, trae este año a Madrid un portal navideño único, surgido de las manos de algunos de sus mejores orfebres. Arcilla, colores, atavíos y gestos componen este conjunto de estatuas de hasta medio metro de tamaño. Han sido esculpidas, pintadas y animadas con tal donaire que parecieran dotadas de vida. Pastore llaman allí a las figuras que animan el portal, cuyo declinante tamaño gradúa la perspectiva de una escenificación sacra y profana a un tiempo. Cabe ya contemplar este excelso belén a base de sugero, corcho, y muschio, musgo, instalado en el Palacio Real. Es de acceso gratuito.

La idea de traer el mejor belén de Nápoles a Madrid surgió en octubre del pasado año. Un veterano conservador de Patrimonio Nacional, Gabriel Moya Valgañón, viajó entonces a la ciudad del Vesubio y recorrió los talleres que más nombradía han alcanzado en armonizar la maestría de escultores, pintores y sastres, cuyo resultado es un arte que surge del mimoso trato dado a la figura humana.

Tras la convocatoria de un concurso europeo -declarado desierto-, Gabriel Moya fue a dar con Armando Piscitelli, miembro de una de las familias que de modo más puro y tradicional, como los Catello, se dedica a transformar la escena del nacimiento de Cristo en un arte cálido pensado para los hogares.

"¿Hay que ser napolitano para dedicarse a este arte?". "Sí", responde de manera natural con una sonrisa desprovista de vanidad. Sobrino del catedrático Mancini, un historiador enamorado del quehacer figurativo de Nápoles, Armando participaba desde niño en el coleccionismo de figuras de belenes históricos, de gran belleza y hechura cuasi perfecta. Fueron las mismas que entusiasmaron a Felipe V, el primer monarca de España que comenzara a importar a este reino aquella manifestación artesanal impar que decoraba los suntuosos palacios en las fechas navideñas; su hijo Carlos III impulsó hasta la más elevada perfección el arte de los belenes, con los que regalara al Príncipe de Asturias, Carlos IV. Por cierto, una veintena de sus 80 piezas figuran en el montaje que acaba de estrenarse en el Palacio Real de Madrid.

Piscitelli y su taller-compañía, I Figurari se llama, así como el equipo denominado La Scarabatola, fueron contratados por Patrimonio Nacional para aplicar aquí buena parte de su sabiduría belenística: se pactó la construcción, adquisición e instalación de hasta 143 estatuas y 8 elementos decorativos. 108.000 euros ha costado este sacro teatro viviente, compuesto en su mayor parte por figuras de pastores y aldeanos de sustantiva expresividad, con cuidados gestos y escorzos de vivaz espontaneidad. Los atuendos que lucen las figuras son propios de la época en que se desarrolló este arte, hace unos 350 años. Piscitelli exhibe orgulloso el atavío celeste y oro tejido para una aldeana del portal por su esposa y colaboradora, Cristina Varella; se ha inspirado en el de las isleñas de Procida, frente a la bahía de Nápoles. Como todo belén recién instalado, la figurita muestra esa donosura que fascina por su transparente inocencia.

Nápoles ha destacado por su frenesí en el arte figurativo quizá como reacción ante la proximidad geográfica del islam y de Bizancio, dos universos de acentuada fobia por los iconos.

En el belén instalado este año resalta, por su esmerada fábrica, la arquitectura sobre la que se despliegan las cuidadas figuras. Son edificios correspondientes al pesebre (presepe); la taverna, aquí conocida como posada; más un retablo para los Reyes Magos y sus pajes. Los muros muestran una grisácea pátina que les otorga añejidad calculada; por ella asoman los cantos de anaranjados ladrillos y molduras desvencijadas por la usura del tiempo. No falta una fuente de cantarines y diminutos caños. A su taza acude una pastora para que abreve su res: una búfala, animal origen de la mozzarella, vinculado a todo lo napolitano, como el demonio y Polichinella, el mal y la sonrisa, siempre presentes en la belenología del mejor florón de la Campania, Nápoles.

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