Qué peligro
Las reposiciones de producciones propias son una práctica habitual de los teatros de ópera. Se rentabilizan gastos, se consolida un tipo determinado de criterio estético por el que el teatro ha apostado. La ausencia de sorpresa en el apartado escénico para los abonados se suele compensar por la novedad de unos repartos musicales diferentes. Se espera, siempre, que la réplica mejore el original. En el caso de esta Carmen los problemas se intensifican. Por la propia obra y por ser ahora su director de escena el responsable artístico del Real. Las comparaciones, además, van a surgir inevitablemente, y más todavía si se remiten a una fecha tan cercana como abril de 1999.
Pier Luigi Pizzi ha manifestado en alguna ocasión la dificultad que supone para un extranjero acertar con un montaje de Carmen en España. La dificultad no es menor para los españoles. Sobre todo si se parte de la combinación de elementos dramáticos y de sentido vistoso del espectáculo. Las soluciones de cámara, desde la genial de Peter Brook hasta la no menos genial de Gustavo Tambascio en circuitos alternativos, tienen otras reglas del juego.
Carmen
De Georges Bizet. Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Alain Lombard. Director de escena: Emilio Sagi. Coreógrafo: Antonio Márquez. Escenógrafo: Gerardo Trotti. Figurinista: Jesús del Pozo. Iluminador: Guido Levi. Con Denyce Graves, Sergej Larin, Jorge Lagunes, Isabel Rey, Mariola Cantarero, Marina Rodríguez-Cusí, Miguel Sola, Francisco Maestre, Rodrigo Esteves, David Rubiera, Emilio Sánchez y otros. Reposición de la producción del Teatro Real, estrenada en abril de 1999. Teatro Real, 5 de diciembre, 2002.
Emilio Sagi se ha esmerado lo indecible por ofrecer una imagen de coherencia con este montaje y su sello se percibe en la construcción de personajes como Mercedes y Frasquita (estupendas Marina Rodríguez Cusí y Mariola Cantarero) o el de Micaela (magnífica Isabel Rey), en la descripción de acciones secundarias o en el movimiento ágil de masas, pero está fuertemente condicionado por la creatividad (o los excesos) de un vestuario que imprime a la obra un sello de brillantez, fantasía y colorido espectaculares a costa de una pérdida de concentración en las esencias del drama. Así, cuando la soledad de Carmen se muestra al final del tercer acto casi parece un espejismo, sumido como está el espectador en un baño incesante de ocurrencias plásticas o esteticistas. La sustancia de la tragedia se dispersa continuamente. La brillantez desemboca en cierta superficialidad.
Lo más desigual de esta reposición viene, en cualquier caso, del apartado musical. El Real no está acertando este año con las direcciones musicales y a la sosa de Alessandrini en Giulio Cesare ha sucedido la rutinaria y plana de Alain Lombard. Algunas protestas surgieron ya tras los descansos. Se añoró a García Navarro. La norteamericana Denyce Graves tiene una presencia, una estampa escénica, un fuego del que carecía la hierática Agnes Baltsa en 1999. Su prestación musical de Carmen dejó, no obstante, bastante que desear. Su voz ha perdido color respecto a su actuación en el mismo personaje en la Quincena de San Sebastián hace unos años, e incluso la construcción dramática del personaje se ha estancado. Más decepcionante todavía fue la prestación de Sergej Larin como Don José (el recuerdo al extraordinario Neil Shicoff es aquí inevitable) y pasó sin pena ni gloria Jorge Lagunes como Escamillo. Ay, Carmen, qué peligro.
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