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Columna
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Ejército popular

Como no tengo muy claro qué es exactamente el Ejército, voy al Diccionario del Español Actual (Aguilar). La primera acepción de esta palabra dice así: "Organización estatal encargada de los asuntos de guerra y defensa nacional, compuesta por secciones terrestres, marítimas y aéreas". Hay dos acepciones más: "Conjunto importante de tropas reunidas para el combate" y "Conjunto numeroso , especialmente organizado para un fin". Siguiendo el orden definitorio que dicha entrada tiene en el Diccionario de referencia, y ateniéndome a la aguda reflexión que proporcionan sus autores en el Preámbulo ("La definición de las palabras resulta insuficiente si no se dice cómo funcionan en la frase, en qué medida la presencia y el sentido de ellas condicionan la estructura del contexto, cuáles son sus conexiones con otros elementos del enunciado"), me doy, pues, lexicográfica cuenta de que hay varios Ejércitos en la España actual.

El primero de ellos, también conocido como Fuerzas Armadas, es una organización estatal (Galicia incluida) que cuesta mucho dinero a los españoles (gallegos incluidos) y cuya supuesta utilidad, en un estado democrático, ha de ser la defensa de su territorio nacional (costas incluidas), para lo cual debe estar en permanente alerta institucional y preparado para intervenir logísticamente en caso de necesidad. En Galicia, un enemigo viejo y monocasco de nombre Prestige, que disponía de un arma de destrucción masiva llamada fuel, declaró hace ya tres semanas una guerra contra la que sólo la presión política de la oposición, el llamamiento desesperado de la ciudadanía y el bochorno ante las fuerzas militares extranjeras (que acudieron como apoyo a la zona de conflicto y descubrieron su estupefacta soledad) han conseguido de una vez por todas movilizar los efectivos. Este Ejército asegura, ofendido, que llevaba tiempo dispuesto para intervenir y no sólo no recibía las órdenes pertinentes sino, incluso, habían sido rechazadas sus ofertas de ayuda, haciendo gala así de una asombrosa literalidad respecto de la segunda de las acepciones del Diccionario: "Tropas reunidas para el combate", cuando lo que tenían que estar es revueltas en la Costa da Morte entre voluntarios, marineros y percebeiras.

El ministro de Defensa, Federico Trillo-Figueroa, muy satisfecho por el "magnífico momento" que ha pasado en el Pentágono y la Casa Blanca, muy contento porque ha comprado 35 aviones CN-235 que no sabemos ni cuánto cuestan ni para qué queremos, quizá animado por el reparto de gorritas verdes desde la oficina móvil de información para reclutar soldados que su Ministerio, en vista de la falta de vocaciones, se ha visto obligado a instalar en la madrileña Puerta del Sol, ha decidido al fin mandar soldados al agua de batalla. Y allí se han encontrado con la tercera acepción de la palabra ejército recogida en el Diccionario del Español Actual: ese "conjunto numeroso, especialmente organizado para un fin" que constituyen los miles de voluntarios, marineros, vecinos y percebeiras, ese auténtico ejército popular que ha desplegado todas sus armas, desde la rabia que pone las propias y limitadas manos hasta la imaginación que inventa espumaderas de acero, desde la salud que se arriesga a respirar veneno hasta la elaboración casera de rulos absorbentes, desde las barcas humildes que queman los motores hasta los alimentos donados por los tenderos, desde los coches particulares para trasladar heridos (alcatraces, cormoranes, gaviotas, delfines, corvos, araos) hasta las casas propias para atender a brigadistas nacionales y extranjeros. Esta es la terrible lección que el pueblo gallego está teniendo que enseñar al Gobierno del PP: la de la autodefensa y la autogestión, la de la solidaridad y la fuerza de la unión, la de una intervención ciudadana que, aunque tiene su origen en la ineficacia institucional, ha despertado su conciencia.

El Gobierno nacional ha cometido el peor de los errores, que es el de abandonar a su país en la catástrofe, y lo va a pagar en las próximas elecciones aunque Aznar ande por ahí haciendo pactos con la Carrá. En cuanto a la presidencia gallega, ya puede ir Fraga por los conventos buscando remedios para el fracaso y confesionarios para el pecado de burlarse del electorado presentando libritos en Madrid mientras su pueblo permanece en guerra. Nunca Máis!

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