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La sección oficial afronta su recta final con la película francesa como gran favorita a la Palmera de Oro

Sólo restan dos películas por debutar de las 14 que integran la sección oficial de la Mostra de València y crítica, público y jurado parecen estar de acuerdo en una cosa: hay un filme que destaca sobremanera sobre el resto. La francesa Le chatte à deux têtes, de Jacques Nolot, es, con diferencia, la mejor película exhibida en la competición hasta el momento, pero la polémica y publicitada cruzada de los sectores conservadores contra el sexo en la Mostra convierten a la cinta de Nolot en una bomba de relojería si, finalmente, el jurado internacional se atreve a concederle la Palmera de Oro.

Las dos películas presentadas ayer a concurso no representan competencia para la lúcida visión de las salas X que propone el filme francés. Y eso que la palestina Ticket to Jerusalem, de Rachid Masharawi, parte de una idea muy brillante: el empeño de un exhibidor cinematográfico en llevar películas a los niños que viven en los campamentos palestinos en territorio israelí. Pero ese original punto de partida queda empañado por un desarrollo posterior tan torpe que deja sin atar la mayoría de los nudos que conforman la cadena narrativa, y por una realización rudimentaria que convierte en arena un material que se antojaba dorado.

Al contrario que otras películas palestinas exhibidas en anteriores ediciones del festival, en el filme de Masharawi no es la precariedad laboral la que condiciona el resultado final del producto, sino una mala articulación de los elementos discursivos que hace que, por ejemplo, la situación bélica parezca limitarse a simples problemas de tráfico.

La turca Hejar, de Handan Ipekçi, adolece de un grave problema de economía narrativa. Una sencilla historia (la relación que se establece entre un anciano juez turco y una niña kurda que queda a su cargo por accidente) se alarga innecesariamente durante dos interminables horas de proyección a base de recursos lacrimógenos, subrayados musicales dignos de los más ínfimos culebrones y personajes secundarios que chirrían cuando aparecen en escena, cuando en realidad la anécdota argumental podría haberse resuelto perfectamente en algo menos de hora y media.

Claro que, para ello, hay que arriesgarse a trabajar con más precisión el perfil de los personajes sobre los que recae el peso de la acción. Un riesgo que se oscurece a causa del tufillo reaccionario que despide la trama de la cinta, al reducir un problema como el de la represión del pueblo kurdo en Turquía a una cuestión meramente lingüística, y que convierte al filme en el típico melodrama con niño huérfano.

La competición llega hoy a su fin con la proyección de la libanesa Terra incognita, de Ghassan Salbah, y de Voz, de Javier Aguirre, única película española que concurre a la sección oficial.

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