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Columna
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La fuerza

Rosa Montero

Hay algo suicida en la manera en que los humanos estamos tratando a nuestros niños. En los países desarrollados se les suele aparcar con descuidado hastío delante del televisor, en donde tragan horas y horas de programas estúpidos o de una violencia despampanante; y así salen después, inmaduros, inadaptados, absurdos, como el chico de Hospitalet que secuestró a unos colegiales. Pero esto, con ser preocupante, es lo de menos. Lo de más es que los niños son el sector social más débil. Son los primeros que se mueren de hambre, los más maltratados por las guerras; se les esclaviza, se les tortura, se les prostituye. Aparte del indecente horror que todo esto supone, estamos forjando un futuro de monstruos. El infierno suele dejar huellas imborrables.

Se está celebrando en Salamanca el II Encuentro por la Infancia en Iberoamérica, y en sus informes leo que el 60% de los niños latinoamericanos menores de 12 años son pobres, frente al 43% de la población total de la zona. Los pequeños, pues, están mucho más cercados por la miseria que los adultos, como lo demuestra el caso de Argentina. La precariedad económica aumenta en la región y con ella la desconfianza en el sistema: al 50% de los latinoamericanos no le importaría tener un Gobierno no democrático. La depresión social suele conducir a la opresión.

Las encuestas también dicen que los niños de Iberoamérica se quejan de agresividad en el hogar y en la escuela y que han sido víctimas o testigos de violencia. Pero además hay otro dato conmovedor: aunque son pesimistas respecto al futuro de sus países, son optimistas en cuanto a su futuro personal. Me recuerdan a Kertész, el reciente Nobel de Literatura, que de pequeño fue internado en Auschwitz y que, rememorando esa niñez cruel, escribió esta frase definitiva: "Pese a la reflexión y al sentido común, no podía ignorar un deseo sordo que se había deslizado dentro de mí, vergonzosamente insensato y sin embargo tan obstinado: yo quería vivir todavía un poco más en aquel bonito campo de concentración". Es la fuerza de la vida, la maravillosa reserva de ilusión y energía que los niños mantienen incluso en el corazón de las tinieblas. No podemos traicionar toda esa potencia.

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