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Columna
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Parquímetros

El tráfico en Madrid no tiene solución. En nuestra capital es una creencia tan extendida que la hemos incorporado al lenguaje cotidiano. La frase se ha convertido en un comodín comúnmente empleado con una mezcla de rabia y resignación. Todos los ciudadanos cabales hacen una sencilla cuenta según la cual el número de coches crece en progresión aritmética, mientras la tozuda geometría constata que los metros cuadrados de calle siempre son los mismos. A pesar de ello, resulta difícil renunciar a la comodidad e independencia que proporcionan los vehículos privados. Por si fuera poco, y aunque nuestro país no tenga marcas propias, es una potencia mundial en la fabricación de automóviles, y nadie se atrevería a cuestionar públicamente una industria que da empleo directo e indirecto a millones de trabajadores.

En esta contradicción vivimos y con ella hemos de contar para no llevarnos a engaños a la hora de buscar las recetas que puedan paliar, nunca curar, esta patología crónica de las grandes ciudades. Hace meses, en esta misma columna, les comentaba que sentía pena por los concejales de tráfico. Que el suyo era uno de esos cargos que le otorgan a alguien con anchas espaldas para aguantar una labor llena de sinsabores y frustraciones. Creo no obstante que , al menos en Madrid, hay dos formas muy distintas de pasar por esa concejalía: una, entregarse al fatalismo caminando de puntillas sin arriesgar nada, y otra, apostar por el inconformismo y jugársela. El actual responsable de Movilidad Urbana está entre los últimos. Sigfrido Herráez ha cometido errores, pero como poco habrá que reconocerle el no haber sucumbido a la tentación de quedarse quieto, sabiendo que cualquier movimiento puede ser utilizado en su contra. Desde el pasado día 2 de noviembre funciona en Madrid el nuevo Servicio de Estacionamiento Regulado, el de los parquímetros. Su implantación ha constituido todo un acontecimiento urbano que requirió la instalación de 1.100 aparatos en las aceras de la ciudad. Era la forma de sustituir a la obsoleta e inoperante ORA, un sistema de ordenación de aparcamiento que nació forzado por la necesidad de ocupar a los cobradores excedentes de la Empresa Municipal de Transportes. Aquello fue un apaño que nunca funcionó bien, a pesar de lo cual ha permanecido enquistado durante años sin que nadie hasta ahora se atreviera a desmontarlo. El miedo a que los ciudadanos rechazaran la nueva fórmula y desbordara la autoridad municipal pesó como una losa hasta las horas previas a su implantación. Han bastado sólo unos días para certificar lo infundado de esos temores y el precioso tiempo que se ha perdido por pura cobardía. Parece ser que los madrileños no somos tan salvajes e indisciplinados como nos han hecho creer, y que cuando se aplica un sistema basado en el sentido común y experimentado con éxito en numerosas ciudades españolas y extranjeras es respetado hasta por los más damnificados. No ha habido mayor rechazo contra los parquímetros, a la capital han accedido hasta 90.000 vehículos menos al día, ha aumentado el uso del transporte publico y, lo que parece un auténtico espejismo, en las calles de los barrios céntricos hay plazas libres para aparcar. Es verdad que muchos han salidos perjudicados, pero cualquier medida que se tome para racionalizar el tráfico en la ciudad exigirá siempre el sacrificio de unos en favor del bien común. Los resultados de la experiencia son buenos, y ello ha de servir de estímulo a las autoridades municipales para emprender otras acciones que permitan avanzar con decisión en la mejora del tráfico. Una asignatura pendiente que urge aprobar es la del ordenamiento racional de la carga y descarga. Carece de lógica alguna el que un bien tan marcadamente escaso como es la superficie de calzada sea sometido a la ley del embudo en las horas punta, habiendo durante el resto de la jornada espacios en que las calles permanecen desiertas.

La disciplina tiene que ser para todos, y las presiones de los sectores sociales y económicos afectados no deben amilanar a quienes han de ordenar nuestra movilidad.

Desde luego que no es fácil, pero tampoco parecía sencillo lo de los parquímetros, y ahí están, como si llevaran funcionando toda la vida. Es cuestión de no resignarse al atasco. Madrid sí tiene solución.

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