_
_
_
_
Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ovejitas, al corral

En el mejor de los casos (que, sin duda, es el peor), este artículo sólo aspira a ser una autocrítica, convertida quien esto firma en oveja mayor. Ni por asomo se me ocurriría buscar pajas ajenas, con el cacho de viga que obstaculiza la propia mirada. Estoy convencida, sin embargo, de que la introspección tendrá mucho de psicoanálisis grupal, y por ello oso convertirla en materia pública. Me refiero, por supuesto, a esa especie de locura colectiva que hará cerrar restaurantes, cancelará reuniones, cambiará horarios teatrales, modificará agendas familiares y nos colocará, a unos cuantos miles de miles, al borde de la histeria colectiva. Me refiero a la cantidad de tinta gastada, a los millones de kilos de papel, al esfuerzo hertziano, al despliegue de medios audiovisuales, al trabajo de centenares de colegas, al astronómico dinero invertido, al tiempo, tiempo denso, tiempo de semanas de previa, tiempo de espera cargada, tiempo suspendido en el espacio de tiempo del derby, tiempo del tiempo de después... Me refiero al fútbol en genérico, al Barça en particular y a la noche de noches que es la noche del pugilato con el Madrid. Me refiero a la estupidez, a nuestra estupidez, a mi estupidez.

Puestos a confesar miserias, a estas alturas no encuentro ningún motivo lógico que justifique lo que voy a hacer esta tarde. Como si fuera una más de las ovejas Dolly que clonó, tiempos ha, algún César inteligente, dejaré todo aquello que me conmueve, las cosas que me interesan, los paisajes que me motivan, los libros que podría leer, los paseos, exteriores e interiores, que podría regalarme, y me plantaré ante un televisor, rodeada de algunos iluminados como yo misma, para gritar y hablar, y zamparme un buen fajo de nervios surgidos de la nada. El mundo se para cuando se juega el Barça-Madrid, y una se para con el mundo, incapaz de pensar más allá del pensamiento único. ¿Por qué? ¿Por qué vamos a ser millones, los millones que hoy ejercitaremos el sano ejercicio de no pensar y nos instalaremos ante un grupito de chicos ricos y mimados, de alegre cuerpo danzante (más o menos vistoso), que se pelean por una pelota? ¿Por qué vamos a creer que el espectáculo nos interesa realmente, nos apela, nos cabrea, nos motiva?

Exactamente como si hubiéramos involucionado la especie en lugar de evolucionarla, hasta nos creeremos que la cosa es importante. Ya no se trata de aquello del opio del pueblo, o del panem et circenses, se trata de ser conscientes de hasta qué punto nos tienen atontados, y a pesar de ello, estar encantados del atontamiento.

Miren ustedes, por ejemplo, lo nuestro con el Barça. Hubo un tiempo, dice la memoria, en que era más que un club, y hasta fue poseedor del fuego sagrado, en la época de los falsos dioses, templo de catalanidad mientras Cataluña se llenaba de buenos catalanes colaboracionistas, y lo mejor del país estaba fuera. Hubo un tiempo, en que gritar con el Barça era gritar mucho más que un grito, sustituto de todas las esquinas donde la rabia poblaba sin desfogarse. Y también un tiempo en que, además, aquello era fútbol, más o menos virtuoso, a veces hasta triomfant, pero deporte al fin y al cabo. Hubo un tiempo en que lo del Barça era de casa, cercano a uno mismo, como un apéndice de algunos sentimientos no demasiado definidos, pero lindos. Y a ese Barça que era propia epidermis se le enfrentaba el Madrid de la impura blancura del momento, el símbolo de lo feo, de lo lejano, de lo agrio. Hubo un tiempo en que un gol era un gol, y no un contrato, y un jugador hasta parecía un jugador. No digo que tuviera mucho sentido aquello nuestro con el Barça, pero tenía algún sentido. ¿Lo tiene ahora? ¿O estamos ante un puro ejercicio de inercia acrítica, inercia tan cómodamente instalada, que resulta demasiado cansino replanteársela? ¿Qué nos motiva realmente, qué puñetas nos motiva hoy este club, este derby y todo este lío?

En lo sentimental, que cada uno se apañe como pueda, pero hay que estar muy cargado de ganas para encontrar un sentimiento colectivo en la cosa en cuestión. Más allá de cuatro ideas genéricas que tienen que ver con el sentimiento de pertenencia (sentimiento que haría bien en buscar otro símbolos), el Barça se ha convertido en una pura sociedad mercantil basada en el negocio de la compra venta. No genera deporte, genera dividendos, y por ello, más que jugadores, lo que fichan son paquetes de acciones.

Aprovechándose de nuestra tontería colectiva, se lucra y se consolida un negocio monumental cuyo servicio es puro servicio privado. Que aunque algún memorable ministro hablara de "interés general", el interés es sólo general para unos cuantos... Puede que haya patrimonio sentimental colectivo, pero resulta evidente que su uso comercial es restringido. En lo deportivo, ¿qué emociones puede generar este ejército de mercenarios de la pelota, mayoritariamente vinculados a un sentimiento financiero? Ya no se trata sólo de fichar entrenadores ineptos -devueltos a casa, para desgracia de Manolo Vázquez y unos cuantos más-, o de no tener juego, o de aspirar al pánico escénico del contrario como única salvación, o de no saberse ya la alineación, con tanta compra venta en curso, se trata de la falta de fútbol en el fútbol. De la ausencia de deporte en el deporte rey. Por eso, lo nuestro de hoy es tan psicologista: quizá se asusten los Ronaldo y los Figo, quizá el pánico escénico, quizá la suerte, quizá la mala racha, quizá... Allí donde no hay juego, pueblan los fantasmas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Hace tiempo que no tiene sentido. Y, encima, el sentido que tiene es perverso: ¿o es casual el abuso del fútbol en los media? ¿O es inocente la sobrecarga de interés en algo tan falto de importancia? Pero lo peor no es saberlo. Lo peor es que, a pesar de saberlo, hoy estaremos ante el televisor gritando como posesos. ¡Es tan débil la carne!

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_