Oficial y vertedero
La muchacha se desnudó, prenda a prenda, y estuvo tiritando de frío y de rabia, bajo la lluvia de la madrugada. Entonces, el oficial le ordenó que se le acercara y le susurrara al oído cuanto se le ocurriera, para calentarse, para calentarlo. La muchacha había sentado plaza en el ejército, y ahora se encontraba allí, soportando las inclemencias del tiempo y la humillación de la que la hacía objeto un teniente, quizá, en estado de embriaguez, pero envilecido, por el abuso de autoridad que había perpetrado, despiadadamente. Una imagen así, provoca repugnancia e indignación, en una sociedad que ya ha rescatado sus derechos y dispone de instrumentos suficientes para ejercerlos. Un acto de tal naturaleza no puede ni silenciarse ni resolverse con traslados y pretextos, porque degrada a quien lo protagoniza y puede desacreditar más a una institución que pasa por momentos difíciles. Por lo pronto, la muchacha ya ha ganado, en el Tribunal Supremo, una demanda por trato vejatorio.
Pero una imagen así, un acto así, ensombrece esas otras imágenes televisivas con las que el Ministerio de Defensa pretende persuadir a los jóvenes, hombres y mujeres, del futuro que les espera, si se alistan en unas fuerzas armadas profesionales, con secuencias bélicas y hazañas, que evocan a Rambo y a otros héroes igualmente cerriles. Los comentarios son demoledores y certeros: pocos se deciden. La oferta no convence y para superar las pruebas de ingreso, se ha reducido el coeficiente intelectual de los presuntos aspirantes. Por si no fuera bastante, algún que otro oficial considera a las soldados el reposo del guerrero, bien servido en el propio cuartel. Un asunto turbio éste y más turbio aún, si prospera la acusación de la joven, quien alega que fue violada por el temerario teniente, aunque el Ministerio ignora la relación de los hechos, que se le remitió por conducto reglamentario. Federico Trillo debe intervenir sin más dilación: como titular de Defensa, como devoto del Opus y como doctor en Shakespeare: También a ti ha de vencerte el tiempo. Y antes la razón.
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