La vida al sol
La primera lección para el periodista es que ninguno de los desempleados que entrevista quiere sentarse a la mesa de un buen restaurante. Todo lo más, un menú en un establecimiento mediocre, un plato único en una tasca próxima. Y ya es un lujo, por lo visto. El parado es una persona muy disciplinada, pudorosa, con gran sentido de la dignidad; que se escandaliza ante la idea de participar en lo que considera un derroche; que teme, prudentemente, los efectos anímicos de ocupar por unas horas un terreno prohibitivo, situado fuera de su alcance. 'Usted no se imagina las maravillas que yo puedo hacer con esos 30 euros que le pueden cobrar por comer ahí', dirá Alfredo Vargas en Oviedo y Antonio Álvarez en Madrid o repetirá con otras palabras Anabella Estévez en Sevilla. Los testimonios que se publican a continuación son historias comunes del desempleo y la precariedad laboral actual: parados de larga duración, jóvenes, mayores de 40 años, mujeres solas y con hijos, parejas que luchan por crear un hogar. Es un relato que huye deliberadamente de los casos más escabrosos, de las situaciones de marginalidad extrema, frecuentemente complicada con las drogas, la delincuencia, la enajenación mental o la prostitución. Como no van al cine, ninguno de los protagonistas de este drama olvidado que es el paro ha visto Los lunes al sol, la película de Fernando León de Aranoa.
En las modernas relaciones laborales, el contrato indefinido aparece como una rareza en vías de extinción. Se calcula que sólo el 9% de los nuevos contratos son indefinidos y a tiempo completo
Hay personas de 35 años que después de largo tiempo de actividad laboral fragmentada descubren, desde el paro, que tienen que volver a empezar desde cero
Un 20% de la sociedad sobrevive hoy con complementos de mínimos, hay 660.000 prejubilados y la pobreza empieza a estar presente en los mayores de 50 años
En el centro Parados Mayores de 40 años de Avilés hay una reacción 'como de pánico' cada vez que se recibe una llamada con una oferta particular de empleo
Desde 1984, Alfredo ha cotizado un total de cuatro años. En febrero último consiguió un trabajo por 600 euros, el mismo sueldo que tuvo hace 10 años
El encuentro con el desempleo, el primer problema en las preocupaciones de los españoles, constituye para cualquier asalariado estable un brusco aterrizaje en un mundo de pobreza, aunque los damnificados oculten generalmente su situación con la vestimenta adquirida antes del desastre y a menudo guarden para sí -al periodista le consta- los aspectos más sórdidos de su situación. Como si en la España de 2002, la pobreza sólo pudiera aspirar a dar lástima; como si el paro no tuviera nombres y apellidos, ojos y cara; como si estuviera proscrito y fuera sospechoso de holgazanería, falta de iniciativa o debilidad de carácter. Gran parte de los parados que desfilan en este reportaje, auténticos héroes de la supervivencia cotidiana en situaciones límites, se sienten así, bajo la sospecha general, incubando una cierta tendencia a la autoinculpación. Piensan que son invisibles para la sociedad -'sólo somos un número'-, atribuyen su caso a la fatalidad y han interiorizado que la pobreza es como la peste, un flagelo que no conviene mostrar al vecindario y mucho menos exhibir en los medios de comunicación.
'Parados desanimados'
Y sin embargo, la sociedad española está más atacada por el paro y la precariedad que la mayoría de las europeas. Desde luego, son muchos más los heridos que los que gritan. Por encima de la evolución coyuntural de las cifras de desempleo -2.106.100 millones, el 11,41% de la población activa, según los datos oficiales; muchos más, hasta tres millones, si se suman los no inscritos en el Inem, lo que los sindicatos llaman los 'parados desanimados'-, los españoles viven hoy íntimamente preocupados por la inestabilidad laboral, por la amenaza de un panorama futuro teñido de subempleo e incertidumbre, por la precariedad que se extiende como una mancha de aceite entre los jóvenes y alcanza a los sectores y grupos sociales que pierden pie en los intersticios del sistema. De hecho, en las modernas relaciones laborales, el contrato indefinido aparece como una rareza en vías de extinción. Se calcula que sólo el 9% de los nuevos contratos son indefinidos y a tiempo completo. Más de la mitad tienen una duración inferior a los seis meses y un tercio está por debajo de los 30 días. Hay contratos por una semana, por un día y por una hora. Cuatro millones de personas, la cuarta parte de la población ocupada en España, tienen ya actualmente un contrato temporal.
El modelo de empleo estable en el que la continuidad en el tiempo jugaba a favor de las economías más débiles, en la medida en que posibilitaba el ahorro, pese a las estrecheces, y permitía ir progresando poco a poco en la vida (mejoras en la casa, un nuevo electrodoméstico, por fin el coche, los estudios del hijo...), se está deshaciendo a marchas forzadas con la irrupción de la precariedad. Ser pobre y trabajar han dejado de ser términos contrapuestos.
Justificada en su día como eficaz incentivo para la creación de puestos de trabajo, la temporalidad en el empleo está minando intensamente las bases mismas del proyecto de Estado de bienestar, al tiempo que desata las desigualdades y socava las clases medias. ¿Qué consecuencias sociales está produciendo el fenómeno? ¿Caminamos hacia el pleno subempleo? Un 20% de la sociedad española sobrevive hoy con complementos de mínimos, hay 660.000 prejubilados y la pobreza empieza a estar presente entre la población mayor de 50 años. La vivienda sube. ¿Se está creando una sociedad paralela de segunda división?
Hoy hay personas de 35 años que después de largo tiempo de actividad laboral fragmentada en contratos eventuales y forzosos periodos de desempleo descubren, desde el paro o la precariedad extrema, que tienen que volver a empezar desde cero, que siguen estando a prueba en todos y cada uno de los trabajos que les ofrecen.
Es el caso de Paloma. Madrileña, de 34 años, lleva toda su vida laboral trabajando en precario y nunca ha podido irse de vacaciones. 'Me he dejado la piel en las empresas, siempre dando lo máximo, tratando de aprender y de innovar. Total, para nada, porque el valor de la persona no cuenta. Te explotan y te engañan en los mejores años'. Paloma añora ahora aquellos primeros empleos: el de un restaurante por el que cobraba 180 euros al mes en 1987; el de recepcionista de hotel, años más tarde, que le garantizaba un sueldo de 540 euros. Secretaria de formación, habla inglés y francés, y ha hecho cursos de informática, de fotografía y de monitora de aeróbic; pero los empleos eventuales que encuentra tienen poco que ver con sus títulos.
Curiosamente, su situación laboral comenzó a empeorar el día en que decidió abandonar su empleo fijo en el hotel para aceptar un puesto mucho peor remunerado, pero que ofrecía la ventaja teórica de una futura promoción profesional en una empresa importante del sector tecnológico. Tardó tiempo en descubrir que conceptos como los de cambio, oportunidad y novedad constituían en su caso un espejismo. Como tantos otros jóvenes lanzados al terreno de la competitividad, asumió el riesgo convencida de que sus cualidades y su probaba capacidad de trabajo y adaptación le habilitaban para formar parte del grupo de escogidos triunfadores de su empresa. Lo que encontró fue mucha arbitrariedad, clanes de influencia, enchufes, poca solidaridad y ninguna presencia sindical.
Acumular antigüedad
Tras pasar por el paro y agotarlo, Paloma acabó poniendo copas en los bares de fin de semana y trabajando en una discoteca en Palma para poder seguir manteniendo a su madre, sin pensión, y a un hermano sin edad todavía para trabajar. 'No ahorraba. Tenía que pagarme el alojamiento, la comida... Volví cuando a mi madre le quitaron el piso de renta antigua y tuvimos que empezar a pagar una renta normal'. Después de varios trabajos encontró empleo en el aeropuerto de Madrid de la mano de una contrata que le renovaba el contrato de forma que no acumulara la antigüedad necesaria para poder reclamar un puesto fijo. La necesidad le llevó a compaginar dos trabajos distintos. 'Me levantaba a las cinco de la mañana y muchos días volvía a mi casa a la una de la madrugada. Nos mudamos de piso para acortar el tiempo perdido en el transporte, pero, en cualquier caso, era una vida de locos porque trabajaba entre 12 y 13 horas diarias y tampoco me estaba forrando. Con los dos sueldos sacaba a fin de mes un total de 990 euros'.
Un día explotó, se encaró con un jefe de servicio que le amenazó con reducirle las horas y pocos días después cayó en una grave depresión que la mantuvo de baja durante cinco meses. 'El psiquiatra me dijo que necesitaba un momento para mí, que había vivido sin una válvula de escape. Comencé a pintar en mis ratos libres, pero todavía me estoy recuperando. Soy muy buena en el trabajo, ¿sabe?, muy profesional. Lo de independizarme de mi familia y fundar un hogar y todo eso es una quimera, claro, pero yo sé que me buscaré la vida. Estoy aprendiendo a ser fuerte, a dejar las cosas negativas para poder sobrevivir'. Paloma ha descubierto que le gusta asistir a los desfiles militares y ver ondear la bandera española en el paseo de la Castellana. 'Soy española', apunta, sin venir muy bien a cuento. Puede ser un reproche ante la sensación de desamparo, la necesidad de reforzar su identidad. ¿No dicen los entendidos que, en la sociedad actual, la pérdida del empleo conlleva la pérdida de derechos sociales y también el desdibujamiento de la identidad?
Ana María Mora ha pasado toda la noche limpiando en un hospital de Sevilla, su ciudad. Está en buena racha, y quizá por eso hoy encara el futuro con mayor optimismo. Dice que hasta es posible que ella y su novio, Juan Carlos, lleguen a casarse, después de todo. Tiene 35 años y desde hace 12 vive por y para ese objetivo supremo de hacerse con una casa propia, tener hijos..., compartido por tantas otras parejas de novios eternos que no ven la oportunidad de emanciparse. Los psicólogos sociales creen que la inestabilidad laboral, la flexibilidad, la movilidad obligada y los bajos salarios disocian la voluntad del compromiso y dificultan enormemente eso que llaman 'la historia vital' y el desarrollo de un 'relato de identidad'. Así que Ana María debe de ser una superviviente. Desde que empezó a trabajar, en 1991, tras dejar los estudios de magisterio forzada por las necesidades familiares, ha conseguido cotizar a la Seguridad Social un total de tres años y medio, cifra nada despreciable para todos aquellos que como ella viven del trabajo temporal. 'Es porque siempre he buscado como una loca y lo he aceptado todo, sin pensar si me explotaban mucho o poco'.
A pesar de esa actitud tan dispuesta, hace poco estuvo a punto de decir que no por primera vez en su vida. 'Era un trabajo de limpieza en principio bastante bueno, porque son 27 días seguidos limpiando el Palacio de Exposiciones y Congresos. Nos habían dicho que nos iban a pagar a 4,32 euros ( 720 pesetas) por hora nocturna, pero luego resultó que había que descontar buena parte de ese dinero porque había una ETT [empresa de trabajo temporal] intermediaria. La gente se enfadó y algunas compañeras se fueron. Yo no, yo me quedé, pero casi se me saltan las lágrimas cuando una de las que se iban me preguntó que por qué me quedaba; si es que estaba casada, tenía hijos o qué'.
Sucesión de empleos
A lo largo de estos años ha trabajado también para la Junta de Andalucía, como puericultora, en un centro de menores en Carmona; ha sido monitora en aldeas infantiles en Cuenca, camarera en Lleida, vendedora en una tienda de recuerdos en Sevilla, promotora de ventas de colonias y de una marca de sopas, y carretillera en una gran superficie, empleo este último teóricamente asignado a los hombres. Dice que conoce muy bien el machismo imperante en el mundo del trabajo. Su contrato más largo, seis meses, lo consiguió en la Expo de Sevilla, pero lo habitual para ella son ofertas de días o semanas, un mes todo lo más, como sustituta en el sector de la limpieza. Ahora le parece increíble que la Junta le pagara hace 11 años 900 euros por trabajar de auxiliar de puericultora.
Su novio, Juan Carlos, tiene una experiencia similar, aunque ha conseguido ya hacerse con un perfil profesional más definido, tanto de mozo de almacén carretillero como de peón electricista. Tras pasar el COU intentó estudiar Informática y Económicas antes de lanzarse a las oposiciones a funcionario de prisiones. Fueron seis años intensos de estudio que no tuvieron premio final porque hay muchos licenciados en Derecho que optan ahora por estos puestos y porque a Juan Carlos le fallaron dos respuestas para poder hacerse con una plaza. 'Es que nos hemos juntado dos personas en mala situación', dice Ana María, como si la fatalidad fuera resultado del azar.
Por difícil que parezca, la pareja ha conseguido ahorrar 12.000 euros (dos millones de pesetas) en los últimos ocho años y medio. 'Ahorramos porque no gastamos nada, vivimos con nuestras familias y sólo nos permitimos algunos gastos para nuestras cosas cuando trabajamos los dos, y nunca por encima de los 90 euros al mes. Eso sí, tuve que comprarme un coche de segunda mano para poder ir a determinados trabajos'. Jamás han tenido una paga extra ni se han ido de vacaciones, y en todos estos años han celebrado su aniversario en dos ocasiones. 'Lo que hacemos es comprarnos unos batidos, y ya está. Nosotros no bebemos ni salimos, como no sea para ir de vez en cuando al botellón'. Ana María dice que está muy orgullosa de sí misma, de esos ahorros que ella contabiliza al céntimo que le permitirán algún día cumplir con el sueño de fundar un hogar. 'Encima te reprochan en la tele que las españolas no tenemos hijos, como si no supieran cómo está lo de la vivienda, y lo que cuestan los muebles y todo. De todas formas, yo voy a lanzarme aunque me vea hasta el cuello. Estamos muy enamorados, claro, y gracias a eso hemos podido sacar adelante nuestra relación. Juan Carlos es muy fuerte y me ha animado mucho'.
Sólo de pasada, Ana María indica que en estos años ha tenido dos intentos de suicidio. 'Tuve una temporada horrible. Me sentía impotente. No sabía quién era. Me encerraba en mi habitación a llorar porque me encontraba mejor llorando en casa que estando fuera. No quería salir, y al final fue el trabajo lo que me hizo superar aquella situación. Pero ahora estoy muy bien', afirma, animosa. 'Me he hecho fuerte, aunque siempre con la pena del trabajo. Vaya España que tenemos'.
Las ofertas que no llegan
Celia Alonso, de Bilbao, tiene 48 años y lleva cinco en paro preparando oposiciones a celadora, a auxiliar, a lo que sea, para el Servicio Vasco de Salud (Osakidetza). Todavía espera que le llegue la primera oferta del Inem. Ha trabajado desde los 17 años como administrativa en la rama del comercio, pero ahora no ve prácticamente posibilidades de poder reintegrarse al mercado de trabajo. 'A mi edad no es nada fácil. Yo me siento activa, físicamente muy bien y tengo buen aspecto; pero hay un veto a la edad, y siendo mujer... Como no tengas algún enchufe político aquí, no tienes nada que hacer. Me han robado mi espacio en la sociedad, me han condenado a vivir a expensas de mi marido. Yo he tenido la suerte de encontrar un buen hombre que lo está llevando bien, pero psicológicamente es muy fuerte tener que vivir y depender absolutamente de otra persona'.
No tiene hijos porque dice que, en la época en que pensó tenerlos, las mujeres perdían el empleo si se quedaban embarazadas. 'Fui aplazándolo, aplazándolo y al final se me pasó el tiempo. La sociedad exige hijos, cosas, pero no da nada. ¿Que qué pasaría si mi marido perdiera el empleo? Pues, un poco de pánico, ¿no?'. La responsable de una ETT local indica que le resulta imposible dar trabajo en una hamburguesería a una mujer de 40 años.
Cuando la empresa especializada en isótopos radiactivos para la que trabajaba anuló su contrato con la Policlínica de Oviedo, el físico nuclear Alfredo Vargas pensó que era una buena oportunidad para darse un respiro, seguir avanzando en los estudios de Medicina y probarse como cocinero, una faceta que siempre había cultivado. Así que renunció a las plazas en otros puntos de España que su empresa, una multinacional norteamericana, le ofreció como alternativa. Se había casado con una estudiante de Medicina de Oviedo y tenían ya dos hijos. Hizo Turismo, en la rama de Cocina, en la Universidad de Pamplona; pero, contra lo que pensaba, las cosas se fueron torciendo fatalmente y en 1983 terminó trabajando en Nueva York como cocinero en el hospital Monte Sinaí. La muerte de su mujer le obligó a volver a Oviedo para encargarse de sus tres hijos.
Ya no ha vuelto a tener un trabajo estable. Todo lo que encontró a su regreso, en 1989, fueron algunas clases particulares y trabajos eventuales de cocinero, panadero, vendedor de libros, camarero o repartidor, que difícilmente le aportan los 840 euros que necesita al mes para mantener a sus tres hijos, todos estudiantes. Tratar de ejercer su profesión de físico nuclear es una ilusión. 'Me he quedado completamente desfasado, los conocimientos han cambiado muchísimo. Ya no podría trabajar ahí'. Alfredo, de 49 años, limpia la casa, lava, plancha, hace las compras y cocina.
Desde 1984, Alfredo ha cotizado un total de cuatro años. 'En febrero último', cuenta, 'conseguí finalmente trabajar repartiendo productos de la tierra con una furgoneta. Me pagaban 600 euros, 100.000 pesetas, que era el sueldo que yo ganaba 10 años atrás como cocinero. Para mí ya no hay un contrato que no merezca la pena. Yo le besaría los pies al que me diera un trabajo'.
El centro de PM 40
En el centro de PM 40 (Parados Mayores de 40 años) de Avilés hay una reacción 'como de pánico' cada vez que se recibe una llamada con una oferta particular de empleo. Saben que si se dirigen a ellos es porque en la mayoría de los casos se trata de ofertas infames que no serían de recibo en ninguna otra instancia. Son ofertas del tipo '120 euros al mes por cuidar a un anciano durante ocho horas diarias', explica Blanca Fernández Valdés, de 58 años, presidenta de esta asociación. 'Piensan que van a encontrar aquí a los más desesperados, y lo malo es que aciertan. Las mejores ofertas son 240 euros sin seguro ni nada. Y eso que el cuidado de ancianos inválidos es un trabajo duro. Mucha gente termina con la espalda destrozada'.
Blanca cree que en ocasiones es necesario que el parado salga a cualquier precio de su aislamiento, aunque sea a través de aceptar ofertas tan denigrantes. 'En según qué casos, puede ser peor quedarse en casa mirando por la ventana porque el aislamiento termina afectando a la salud. En esta sociedad nuestra', señala, 'cuando te falta el dinero, te falta todo, y también te falta la salud'. Durante los 10 años que lleva funcionando, la asociación PM 40 de Asturias, creada por tres mujeres y un hombre con la idea de procurarse un trabajo, ha facilitado el trabajo a unas 200 personas. Los nuevos serenos de Avilés, los empleados en el reciclaje de las basuras y los aparcacoches son los modestos -tan modestos como vitales para quienes gracias a eso han conseguido salir del pozo- yacimientos de empleo que cultiva esta asociación, nacida de la precariedad. Nada pueden hacer por los inmigrantes sin papeles que les mandan desde Cáritas.
Hay una palabra que los desempleados pronuncian repetidamente en sus monólogos, una palabra, aparentemente inapropiada, a la que invocan en tono de demanda o de súplica durante sus conversaciones con el periodista. Es la palabra paz, la paz entendida como un asiento mínimo material, anímico y afectivo sobre el que poder reconstruir sus vidas desarboladas por la inestabilidad permanente, minadas por la ansiedad. 'Necesito un poco de paz', concluyen, cuando las reflexiones están a punto de arañarles el corazón y destapar emociones más descarnadas. Es la falta de esa paz lo que les impide muchas veces aplicarse eficazmente a la búsqueda de un trabajo, adaptarse a los cambios, sacar provecho de las lecturas, conciliar el sueño, disfrutar de una cerveza con un amigo y de los rayos de sol que bañan gratuitamente el banco del camino; gozar de un amanecer, de un gesto de cariño, de un abrazo sincero.
Sobrevivir al reto diario
EL RETO DIARIO de Antonio Álvarez es subsistir con los 25 euros a la semana que se ha asignado para desplazarse por Madrid, hacer frente a pequeños gastos inevitables y no renunciar enteramente a su 'vicio' del tabaco. 'La clave', subraya, 'está en la administración perfecta del bonobús'. Hace sólo tres años, este licenciado en filología alemana y española dirigía a 150 personas en el Departamento de Medio Ambiente de la Diputación de Stuttgart (Alemania). Ganaba 2.400 euros netos al mes y viajaba frecuentemente a Francfort, Múnich y Berlín para asistir a la ópera y el teatro, sus dos grandes pasiones. A sus 47 años y soltero, tenía un horizonte asegurado. Vivía muy bien, sin más problema que el gusanillo nostálgico del regreso a la España natal que sus padres tuvieron que abandonar cuando él tenía nueve años. 'Decidí volver cuando murieron mis padres porque sentía que me faltaba algo y supuse que sería la añoranza de mi país, la necesidad de una forma de vida más cálida que la alemana'. Hoy vive de la caridad, como dice él, alojado en casa de una tía y de su prima también desempleada. 'No sospechaba que la España que crece por encima de la media europea pudiera darme este trato. Tengo una vasta cultura y experiencia en el mundo de la empresa. Soy bilingüe en alemán y español, hablo bien inglés y sé italiano, holandés y algo de sueco. ¿De qué me sirve todo esto en una sociedad que niega el pan y la sal a los mayores de 40 años? No hace mucho intenté que me dieran un trabajo en la limpieza. 'Caballero, ¿cómo va a hacer de interino con su currículo y sus títulos?', me dijo la empleada de la ETT. '¿Y de qué quiere que viva?', le contesté yo'.La jornada de Antonio empieza temprano. Se ha vuelto insomne. Ahora cuenta las horas hasta que dan las seis y es que le ha salido una clase de alemán a primera hora con una persona amiga en otro punto de la ciudad. 'Queda lejos, pero voy andando porque así me ahorro el autobús. Cuando vuelvo a casa, leo los anuncios aunque sé con lo que me que voy a encontrar: ofertas para profesionales jóvenes y telemarking, vender cosas que yo no compraría y que todo lo más, trabajando a tope, te permiten sacar entre 360 y 480 euros. De todas formas, como no quiero perder la esperanza sigo contestando y mandando currículos. ¿El Inem? Me han propuesto dos cosas en tres años. La primera vez me encontré con que la plaza ya estaba ocupada cuando llegué a la empresa; en la segunda empresa resultó que en realidad no necesitaban a nadie. Al principio me dieron una ayuda temporal de retorno de 312 euros y ahora estoy cobrando 336 euros de paro porque trabajé durante un año para una academia de inglés que cerró. Redondeo el subsidio con clases particulares, en negro, por supuesto, hasta llegar a los 900 euros o así.Está pasando unos años 'infames', sorteando a duras penas la depresión. 'Durante el primer año piensas que hay un cierto horizonte; en el segundo compruebas que la perspectiva se cierra, y en el tercero ya lo ves todo negro. Ahora los signos positivos ya no me producen alegría porque creo que he perdido la esperanza'.
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