Bagdad Express
Tras acuerdo en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre la inspección de Irak, y en cuanto los inspectores logren entar, Estados Unidos no podrá bombardear ni invadir. Pero la guerra sigue siendo posible, incluso probable, porque Sadam Husein siempre ha desaprovechado las oportunidades de evitar el desastre, y probablemente decidirá obstruir la tarea de los inspectores. Es posible, por ejemplo, que malinterprete el prolongado debate que se ha producido en el Consejo de Seguridad, considerándolo una prueba de la falta de determinación por parte del Gobierno de Bush, en lugar de lo que realmente ha sido: una pausa obligatoria antes de las elecciones al Congreso, durante la cual los franceses y los rusos disfrutaron de la ilusión de igualdad con la gran potencia al resistirse a EE UU sin coste para sí mismos (aunque el presidente Chirac no debería esperar favores mientras Bush se mantenga en el cargo). Sólo en el caso improbable de que Sadam haya aprendido de sus errores pasados, y permita a los inspectores trabajar libremente, se puede evitar la guerra.
Pero una cosa es cierta: si hay guerra, no se parecerá a la primera guerra del Golfo de 1991. No habrá una lenta acumulación de fuerzas a lo largo de muchos meses para establecer un gran ejército. No hay intención de librar batallas cuidadosamente planeadas, como en 1991, para llegar a Bagdad paso a paso. Un gran ejército de aproximadamente medio millón de soldados, como en 1991, exigiría, por supuesto, el uso de los puertos de entrada y las bases militares de Arabia Saudí, algo que los saudíes siguen diciendo que no ofrecerán esta vez, y que Estados Unidos ya no pretende siquiera utilizar. La vez anterior, el propósito en sí de la concentración fue defender a Arabia Saudí, además de expulsar a los iraquíes de Kuwait; esta vez la guerra se libraría con el pleno conocimiento de que podría debilitar a la familia gobernante saudí, en otro tiempo considerada por George Bush padre como garante de la estabilidad, pero ahora vista por su hijo como la financiera del extremismo islámico en todo el mundo.
Lo que ha cambiado desde 1991 es el poder que se le concede a la fuerza aérea. En lugar de meramente preparar el campo de batalla para una guerra esencialmente convencional como en la primera guerra del Golfo, debe constituir el instrumento decisivo de la victoria; no como en la guerra de Kosovo de 1999, ni como en Afganistán, en la que se contaba sólo con equipos de mando estadounidenses y británicos que proporcionaban coordinación aire-tierra a sólidos aliados locales, sino en combinación con ágiles fuerzas de tierra, de dos tipos. Una sería completamente convencional, con tanques, carros de combate blindados y artillería autopropulsada, igual que en 1991, pero mucho más pequeña, con dos o a lo sumo tres divisiones y una brigada británica, aproximadamente 60.000 soldados. Su misión sería avanzar directamente desde Kuwait hasta Bagdad, confiando en un incansable bombardeo de precisión diurno y nocturno para romper cualquier contraataque y destruir cualquier fuerza militar que se le ponga por delante.
Ningún analista serio cree la amenaza vertida por Sadam Husein de que va a defender la capital iraquí calle a calle y casa a casa, como en Stalingrado. Por la sencilla razón de que ahora mismo en Bagdad hay al menos millón y medio de kurdos y turcomanos, y casi dos millones de shiíes, muchos de los cuales han perdido familiares en las sangrientas campañas de represión llevadas a cabo por Sadam Husein en 1986 y 1991. Los propios árabes suníes han sufrido mucho más tiempo bajo un régimen tremendamente brutal, que reclutó a un millón de sus hijos para que luchasen en guerras condenadas al fracaso y que los priva de la riqueza que desde 1991 se reserva para el núcleo del clan de Husein y para los miembros del partido Baaz. En cuanto las tropas estadounidenses y británicas lleguen a las afueras de la ciudad y les garanticen que no los van a dejar abandonados, es mucho más probable que todos estos habitantes -la enorme mayoría de la población de la ciudad- se vuelvan contra sus opresores y no que luchen contra las tropas que los van a liberar de la tiranía de Sadam Husein. De hecho, el supuesto más probable sería un explosivo levantamiento con persecuciones a los activistas del partido Baaz y a los policías secretos, y muchedumbres de cientos de miles convergiendo en los palacios y en los cuarteles generales del régimen para allí sitiar a los atribulados guardias palaciegos y hombres armados de Sadam Husein.
Aun así, los planificadores militares deben ser prudentes, ya que las fuerzas acorazadas carecen de la infantería necesaria para patrullar y asegurar las zonas urbanas, aunque sólo sea para limitar las masacres y la destrucción que una insurrección provoca. Con ese propósito, y para asegurarse contra el improbable caso de que se produzca un combate serio al menos en los límites de Bagdad, un cuerpo de fuerzas aerotransportadas, compuesto aproximadamente por dos divisiones, con un máximo de 25.000 soldados, sería transportado directamente al desierto situado al oeste de la ciudad, dispuesto a converger con las columnas de blindados, que avanzarían desde el sur.
Ambas fuerzas, junto con sus cuarteles generales operativos (Cuerpo V y Cuerpo Aerotransportado XVII) y su apoyo aéreo con base en tierra, operarían desde bases definitivamente disponibles y ya en uso en Kuwait, Bahrein, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Omán y la isla de Diego García, situada en el océano Índico. Existe ya un importante elemento de avance, o podría ser muy pronto enviado por transporte aéreo, excepto en el caso del envío por mar de los vehículos blindados, que se realizaría desde puertos europeos, y un equipo de división enviado desde la costa este de Estados Unidos en navíos extrarrápidos capaces de alcanzar los 25 nudos.
La clave, por supuesto, está en el avance de la fuerza aérea desde 1991. Entonces, sólo una fracción de los aviones de combate estaban dotados ordinariamente de armas de precisión: sólo 150 de los 2.000 en total enviados a la escena. En la actualidad todos están equipados para el bombardeo de precisión, y de esa forma son capaces de destruir siete veces más objetivos de día y de noche, con una fuerza mucho más reducida de cazabombarderos con base en tierra y en mar, así como bombarderos B-2, que volarían desde Diego García.
Pocos analistas ponen en duda la suposición subyacente de que el ejército regular iraquí no luchará en absoluto, y que incluso las más cualificadas divisiones de la Guardia Republicana no resistirán el ataque aéreo, que cortaría sus vínculos de mando y de comunicación. Hay, por supuesto, otras muchas razones para oponerse a la guerra contra Sadam Husein, algunas suficientemente importantes, aunque el temor de los árabes suníes a que un Irak no dictatorial dejaría de estar gobernado por la minoría suní apenas debería influirnos. Pero la idea de que una guerra sería una empresa temeraria y plagada de riesgos militares no está respaldada por la evidencia. Al final, ninguna guerra es fácil, ninguna guerra está exenta de incertidumbre, pero una rápida victoria es el resultado más probable, y dejaría a EE UU y al mundo con los nuevos problemas de un Irak posterior a Sadam.
Edward N. Luttwak es miembro directivo del Centro de Estudios Internacionalesd y Estratégicos de Washington.
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