La hormiguita y la cría de yak
El apellido Coltrane en jazz pesa como hormigón armado, pero Ravi Coltrane, hijo de quien todos sabemos, ha sido lo suficientemente humilde para labrar su carrera como una hormiguita laboriosa y paciente, sin tácticas ventajistas. Empezó a despuntar como miembro del grupo de Elvin Jones, donde compartía línea de tenores con Sonny Fortune, una fiera de colmillos como puñales que se lo zampaba noche tras noche sin contemplaciones. Por fortuna, Ravi pudo restañarse las dentelladas con la ayuda conceptual del también saxofonista Steve Coleman, cabeza visible de M-Base, movimiento de avanzada amante de las armonías complejas y los ritmos intrincados. Aquella terapia le devolvió la moral agraviada y ahora se permite audacias tales como la de compartir primera línea con un armonicista: lo nunca visto si el pope de este instrumento, el belga Toots Thielemans, no hubiera grabado junto al saxo barítono Pepper Adams a finales de los años cincuenta
En torno a Trane y Miles
Ravi Coltrane quintet y Nils Petter Molvaer group. C.M.U. San Juan Evangelista y Sala Clamores. Madrid, 7 y 8 de noviembre.
La pareja armónica-saxo tenor funcionó razonablemente bien: Coltrane destacó sobre el sonido humilde de esa especie de órgano de bolsillo y consiguió desmarcarse de la doctrina sonora de su padre leyendo entre líneas la de uno de sus mejores seguidores, Wayne Shorter. Del antiguo cofundador de Weather Report fue precisamente el tema inicial que tocó Ravi Coltrane en el San Juan, aunque la llamada de la sangre pareció impulsarle después a apoyarse en las temibles armonías de Giant Steps y a rematar la sesión con esa vuelta de tuerca brutal que supone para cualquier improvisador Countdown, una agotadora prueba contrarreloj que Coltrane padre dominaba como nadie. El hijo estuvo también veloz, aunque el solo casi paroxístico de Gregoire Maret con la armónica casi le apea del trono. A pesar de la diferencia de tamaño de ambos instrumentos, hubo diálogos inteligentes y energía positiva, muy bien sostenida también por una excelente sección rítmica.
Sala de baile
Los caminos de la emoción son, además de inescrutables, muy numerosos y diversos. Se pudo comprobar al día siguiente en el concierto del trompetista noruego Nils Petter Molvaer y su fantástico grupo eléctrico. Clamores, por lo general una sala modosa, se convirtió esa noche en una bullidora sala de baile. Pero Molvaer no jugó sólo a calentar los pies del público, sino a estimular todos sus sentidos. Si Wynton Marsalis empezó a hacerse famoso tomando la música de Miles Davis allí donde éste la había dejado en los primeros años sesenta, Molvaer fija su rampa de lanzamiento en la etapa psicodélica milesiana, ejemplificada con precisión en el formidable disco Agartha. La ventaja en este caso es que Molvaer es un músico noruego, lo que le obliga por origen y cultura a llegar a Miles por sendas poco transitadas. Así, a la manera de Jan Garbarek, Molvaer cruzó altas montañas y atravesó interminables llanuras para cubrir el tránsito musical entre el norte europeo y la India, eso sí, con el CD portátil cargado con lo último de Bill Laswell o Massive Attack.
Fue un viaje de lo más gráfico. Cuando ponía a orar a su trompeta con un hilo de voz, daba la sensación de que tenía a la vista los imponentes picos tibetanos. Entonces parecía un hombre en el medio de la nada, desvalido como una cría de yak ante una manada de lobos. Pero, a medida que los efectos y los ritmos circundantes amenazaban con comerle terreno, Nils Petter Molvaer reaccionaba recurriendo al micrófono de efectos, otra herramienta imprescindible, de la que extrajo sonidos retorcidos como metales de desguace y flotantes como un eco antiguo. El talento de su grupo acompañante contribuyó también a que a la salida nadie necesitara preguntarse si aquello había sido jazz o no.
Babelia
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