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Reportaje:LAS LETRAS ALEMANAS HOY

El renacer literario de Alemania

No cabe duda: la literatura en lengua alemana pasa por un momento muy bueno. Lo prueba tanto la cantidad de nuevos nombres y las críticas entusiastas como la proliferación de traducciones y el interés que despierta en el extranjero -París dedicó a Alemania en 2001 el salón del libro-. 'Nunca hubo tantos debuts literarios como en los últimos cinco años. Nunca acapararon los escritores noveles tanta atención mediática y acudieron tantos lectores a las lecturas públicas en bares y centros culturales. Nunca pagaron las editoriales a los principiantes adelantos tan suculentos', asegura Sigrid Löffler, directora de la revista Literaturen.

¿Qué ha ocurrido? Los jóvenes escritores alemanes han redescubierto el arte de narrar. Vuelven a enganchar a los lectores con historias bien contadas, trabajando todo tipo de temas y de géneros -y, en todo caso, alejándose de la introspección autista típicamente germana-, desde el drama burlesco (los peligros del retiro campestre para el escritor machista en La novela de la lluvia, de Karen Duve) pasando por el relato de corte carveriano (los dobles fondos de lo cotidiano en Hombre gordo en el mar, del sagaz Burkhard Spinnen) hasta el thriller de ciencia ficción tipo Blade Runner (lúcida anticipación de la degeneración de nuestro mundo en Libidissi, de Georg Klein). Pero no sólo los jóvenes vuelven a contar historias, también autores consagrados como Uwe Timm, Katja Lange-Müller o Bodo Kirchhoff despliegan en sus últimas publicaciones impresionantes dotes narrativas (excepciones aparte: el nuevo novelón de Peter Handke, La pérdida de imagen, es una antinarración).

Atrás ha quedado el calificativo honorífico de narrativa plomiza y se ha recuperado del bajón experimentado a mediados de los ochenta
El choque de placas oriental y occidental ha sacudido a las mentes acalladas y saturadas y ha despertado una nueva conciencia
Aparte de su presencia simbólica y ficcional, Berlín se ha convertido en la capital literaria alemana

Está a la vista que la narrativa alemana, que se había ganado en el extranjero el calificativo honorífico de plomiza, se ha recuperado del bajón experimentado a mediados de los ochenta. Fue entonces cuando los lectores alemanes renegaron por primera vez de la lectura 'culta' y pidieron libros acordes a su nivel de satisfacción y bienestar, demanda que cumplían a la perfección escritores como Eco, Wolfe o García Márquez. Con esta competencia empezaron para los escritores alemanes las vacas flacas, de las que se salvaron sólo dos nombres: Patrick Süskind y Bernhard Schlink, autores de sendas novelas superventas, El perfume y El lector, que aunque siguen escribiendo no han podido renovar sus éxitos.

El renacimiento de la literatura alemana en los noventa está estrechamente relacionado con la aparición de los autores de los länder de la antigua RDA. De hecho, la reunificación ha proporcionado en más de un sentido impulsos decisivos. Por un lado, aportó valores nuevos -Ingo Schulze, Thomas Brussig o el poeta Durs Grünbein como cabezas más visibles de una larga fila de talentos-, y, por otro, añadió contenidos de interés común y escenarios importantes (el más paradigmático: Berlín). Parece que el choque de placas oriental y occidental ha sacudido a las mentes acalladas y saturadas y ha despertado una nueva conciencia social e histórica que se manifiesta, entre otras cosas, en una creciente preocupación por el pasado (inmediato), sobre todo por parte de los autores jóvenes.

El origen geográfico, si se proviene del Este o del Oeste, juega un gran papel. Con impaciencia se han esperado las narraciones que tematizan la vida en el socialismo real y las consecuencias amargas de la reunificación. Desde sus primeras manifestaciones han tenido una presencia continua, produciéndose con su publicación y acogida efectos que traspasaron el ámbito literario, ya que ayudaron a los alemanes a reunificar también su memoria, su percepción del otro, y a ser conscientes de la doble carga histórica que llevan encima.

La voz más popular -aunque literariamente, quizá, menos relevante- es la de Thomas Brussig, quien en Avenida del sol (1999. Siruela, 2001) saca partido de los penosos recuerdos de un joven Ossie (alemán oriental), de su vida a la sombra del muro en clave de humor, que contribuyó a su éxito, ya que el efecto liberador de la risa permitió el primer reconocimiento de experiencias que las víctimas y verdugos del régimen socialista querían olvidar cuanto antes.

Ingo Schulze, en cambio, no suaviza en Historias sencillas (1998. Destino, 2000) la dimensión trágica contenida en los desesperados intentos de sus protagonistas de mantenerse a flote, o al menos salvar la dignidad, en medio del derrumbe total de su mundo. Todo lo contrario, el realismo sutilmente irónico de los pseudo-short-stories a lo Carver recoge las biografías de los perdedores de la historia y resume en ellas toda la distancia que separa el Este del Oeste. Otro tanto se puede decir de las novelas y los relatos meditabundos de Angela Krauss, cuya mirada está puesta en las quebraduras del alma de sus protagonistas. En su elegiaca Sommer auf dem Eis (Verano sobre el hielo, 1998), recoge las cenizas de existencias truncadas en unas visiones oníricas sobre el telón de fondo del complejo industrial Leipzig-Bitterfeld. Otra notable novela es Aus dem Schneider (Llevar capote, 2000), de Katrin Askan, en la que se relata con toda crudeza la desolada crónica de una familia berlinesa zarandeada por los avatares históricos, desde la afiliación del abuelo al partido nazi hasta la fuga de la nieta de la RDA.

No abundan los autores que, como Katrin Askan, han relacionado, desde una perspectiva crítica, el pasado nazi con el presente en el socialismo real, y que hayan sabido hacerlo sin un dedo acusador. Esta relación turbia, sólo vivida en la RFA, está en el punto de mira de la nueva novela de Marcel Beyer, Espías (Debate, 2002). El autor, quien en El técnico de sonido (Debate, 1999) ya había indagado en cómo una persona llega a participar en los experimentos humanos de los campos de concentración, demuestra en Espías que la experiencia de la guerra y el nazismo siguen marcando destinos familiares hasta en la tercera generación.

Esta contaminación histórica también interesa al austriaco Norbert Gstrein, quien aborda en Los años ingleses (Tusquets, 2001) un tema largamente silenciado: la deportación de los refugiados del Tercer Reich en campos de internamiento por parte del Gobierno británico. Igual que Marcel Beyer, parte Gstrein del presente para adentrarse en el pasado, y se sirve de una narradora contemporánea que, poco a poco, va descubriendo una verdad enterrada durante cincuenta años. Thomas Hettche, por su parte, parece menos centrado en hechos históricos que entregado a la reconstrucción del ambiente psicológico de los años de posguerra. En su extraordinaria novela El caso Arbogast arroja nueva luz sobre la neurosis colectiva de una época oscura, la era Adenauer, con su hipocresía y su puritanismo. Hettche ha logrado una impactante mezcla de investigación periodística y novela negra sobre un caso real de error judicial, con el aliciente añadido de mostrar cómo depende la administración de justicia de los códigos morales de una época.

Escenario Berlín

Es increíble la transformación que ha experimentado Berlín en una sola década: del aislamiento y de la anticultura alternativa se ha convertido en caldera artística internacional, en motor de nuevas tendencias capaz de integrar etnias y manifestaciones culturales múltiples. Esto ha repercutido también en su valor simbólico para los escritores, y podría afirmarse que la presencia ficcional de la ciudad -cómo la describen y sueñan los escritores- casi supera a la real. No hay apenas novela o libro de relatos publicado en los últimos años donde no aparezcan las calles, los bares y las vías acuíferas de Berlín. El epíteto 'generación Berlín', que enseguida se les colgó a los jóvenes escritores recién establecidos en la ciudad y también a los nacidos allí, parece, no obstante, demasiado presuntuoso, ya que el mero hecho de compartir los pálpitos de un espacio urbano no constituye un programa literario.

Los planos imaginarios, las imágenes creadas de la rejuvenecida capital, son, desde luego, tan diversas como las miradas de los creadores noveles. Visiones apocalípticas, como la novela tremendista de Tim Staffel (1966), Terrórdromo, o el algo confuso y muy experimental canto de adiós al antiguo centro de Berlín -concretamente a una casa con fantasma-, titulado Centro, de Norman Ohler (1970), coexisten con retratos placenteros, si bien bastante banales, como Siervo de amor, de la ciertamente sobreestimada Julia Franck (1970), o Herr Lehmann, diario de las cómicas tribulaciones de un barman, de Sven Regener (1961).

Pero también se encuentran propuestas serias. Un libro que destaca por su solidez y su compromiso es Die Schattenboxerin (Luchar contra sombras), de Inka Parei (1967). Describe Berlín en invierno, un lugar oscuro, frío, hostil, convertido en irreal campo de entrenamiento para una karateca urbana, una joven que tras una violación vive en constante autodefensa. La mezcla de novela negra -con persecución de una doble fantasmal- y la parábola psicológica de los estados patológicos que sufre la protagonista está muy lograda, y la complejidad simbólica de la historia, su desarrollo seguro y trepidante, la diferencian saludablemente de la tendencia a la ligereza de los jóvenes narradores.

Otra primera novela muy notable, aunque no transcurra en ningún lugar o tiempo identificable, es Geschichte vom alten Kind (Historia de la niña vieja) de Jenny Erpenbeck, nacida en 1967 en Berlín. Con un lenguaje escueto, puro, casi taquigráfico, relata este hermoso y melancólico libro el intento de una mujer de refugiarse en un hogar para niños, transformándose en una niña gorda y torpe. Esta soñadora nouvelle sobre la regresión infantil se deja leer como alegoría de la reacción de muchos alemanes orientales a la pérdida de orientación sufrida después de la desaparición de la RDA.

Entre los autores noveles de calado habría que contar también a Julie Zeh (1974), aunque no sea berlinesa y sitúe la acción de su primera e impresionante novela en Viena. Dinámica, cínica e inteligente, Águila y ángel plantea cuestiones como la implicación política alemana-austriaca en la guerra de los Balcanes, o la corrupción de la justicia internacional, y desmonta, de paso, con su mirada fría y desilusionada, algunos mitos sobre la juventud, el amor y la fantástica vida de los yuppies. A pesar de sus excesos -sobran páginas, palabrotas y mugre- y de su constante hipertensión dramática -cada tres párrafos un vómito o un colapso por sobredosis de cocaína- puede considerarse el más ambicioso y excitante proyecto novelístico presentado por esta hornada de narradores.

El más reciente descubrimiento de los cazadores de talentos es un relato estremecedor sobre el brutal saqueo del mundo rural de Andreas Maier (1967), quien cosechó múltiples premios por su ópera prima Wäldchestag (2000). Klausen, su segunda novela, cuenta con una sofisticada técnica coral -fiel reflejo de los chismorreos que lo despedazan todo- la historia de la desintegración de un pueblo tirolés del mismo nombre. Los obcecados pueblerinos no quieren enterarse de que la codicia y la desaprensión les hizo vender su paraíso natural a los turistas. Una feroz denuncia, en la línea del mejor Thomas Bernhard, del retraso mental de una sociedad cerrada que hace tiempo perdió su inocencia.

Aunque Durs Grünbein (Dresde, 1962) no es ningún autor novel habría que mencionar aquí sus 'apuntes berlineses', como se subtitula su diario del año 2000, El primer año. Renombrado igualmente como poeta y ensayista, Grünbein ha sido reconocido y premiado como nadie de su generación. Le caracterizan el tono goethiano, el bagaje cultural del poeta doctus, con el que reflexiona sobre el genoma, el efecto corrosivo de la televisión o el nacimiento de su hija. Poseedor de innegables recursos -la precisión expresiva, el léxico de lujo, la agudeza mental-, a Grünbein le puede más su elitismo que el humanismo, como ilustra este comentario de su diario: 'Quien siempre es activo en el mundo, vive con la idea de llevar una pequeña ventaja a nivel evolutivo ante el resto'.

A pesar de que se están traduciendo últimamente muchísimas obras de la literatura alemana actual, no se encuentran en las librerías españolas las novelas de dos autores de primera calidad: Arnold Stadler y Ralf Rothmann. Arnold Stadler (Messkirch, 1951), galardonado hace dos años con el Premio Georg Büchner, se ha hecho un nombre como cronista lúcido y mordaz de la sociedad alemana del bienestar, siempre desde la perspectiva de sus protagonistas, oriundos de pueblos perdidos de la Selva Negra. Sus libros, una clara recuperación del género picaresco, componen una hilarante psicopatología del marginado: desde las tribulaciones del provinciano (Yo era una vez, 1989) pasando por las bellaquerías de un tullido homosexual (La muerte y yo, los dos, 1995) hasta los estragos que causa en un matrimonio acomodado un emigrante yugoslavo (Un chatarrero irresistible, 2000).

De Ralf Rothmann (Schleswig, 1953) dijo Peter Handke que lo consideraba el autor más significativo de su generación. Lejos del costumbrismo local, indaga Rothmann en las señas de identidad alemanas a través de personajes que cuentan, en primera persona, sus vivencias en una región y un tiempo concretos. Su patria chica se halla en la cuenca del Ruhr, con su industria de explotación del carbón, cuyo declive acompaña a sus personajes desde los años sesenta (Toro, 1993, y Leche y carbón, 2000) hasta ayer mismo (Noche del bosque, 1997). Su realismo melancólico muestra la otra cara de la Alemania del milagro económico al recoger la existencia de familias ahogadas en deudas, con adolescentes sin perspectivas y ambiciones frustradas. Rothmann destaca, igual que Stadler y Genazino, entre la desafectada narrativa de los noventa por la calidez y el humanismo de sus relatos.

La promoción en Berlín

Aparte de su presencia simbólica y ficcional hay unas razones prácticas muy reales que imponen a Berlín como la capital literaria alemana. Heinrich von Berenberg, editor de la independiente y muy valiosa editorial Wagenbach, lo explica así: 'Berlín es el sitio ideal para un editor. Aquí se dan cita los críticos literarios porque se concentran los medios de comunicación y se mueven los organizadores de las casas de literatura. Por eso pasan por Berlín todos los autores, también los suizos y austriacos. Es aquí donde se cuece la actualidad de la literatura alemana'. También es donde se descubren los jóvenes talentos y se fabrican los autores de culto de un día. Según Ulrich Janetzki, director del Literarisches Colloquium Berlin (LCB): 'Muchas veces los agentes literarios ya están esperando prácticamente en la puerta de nuestros talleres literarios para cazar autores, a los que llegan a pagar anticipos de 25.000 euros por manuscritos de 50 páginas'.

A pesar de ser Alemania un país nada centralista, con importantes núcleos urbanos que desarrollan una vida cultural autónoma y pujante como Hamburgo, Múnich, Colonia, Francfort, Dresde o Leipzig, se concentra en la metrópoli prusiana un número excepcionalmente alto de editoriales, institutos de cultura, bibliotecas (más de 250) y otras instituciones relacionadas con la lectura, como LesArt, el centro para la literatura infantil y juvenil, o el Literaturforum en la Casa Brecht, donde no sólo se propaga la obra de Bertolt Brecht, sino que hay exposiciones, películas, lecturas y un programa literario de corte erudito-académico. Esta oferta cultural tan atractiva para los lectores se traduce a su vez para los escritores en unas posibilidades de promoción sin parangón. Vivir en Berlín significa por eso grandes ventajas a la hora de conocer profesionales del libro, ser invitado a leer, conseguir becas de creación y, finalmente, encontrar un editor.

En medio de toda esta oferta increíblemente amplia destacan tres grandes casas de literatura que suman al año unos 250 actos públicos. La de mayor rodaje es la Literaturhaus Berlin, situada en una espaciosa torre en el centro occidental de la ciudad. Herbert Wiesner, su conspicuo director, lleva desde 1986 organizando un sinfín de actividades alrededor del libro, centradas en presentaciones de autores y exposiciones. Anualmente tienen lugar en la casa unos 85 recitales, mesas redondas o simposios sobre personajes y temas de la actualidad literaria alemana e internacional, y con su café y restaurante es, además, un animadísimo lugar de encuentro.

Complementario al trabajo de la Literaturhaus funciona el Literarisches Colloquium Berlin, que dirige Ulrich Janetzki, un gran comunicador, experto en sacar fondos y en pasear la literatura alemana por todo el mundo. Situada en medio de un bosque, se halla en una suntuosa torre modernista sobre las aguas del Wannsee, donde los autores invitados encuentran un ambiente ideal de trabajo. El LCB concede becas y organiza talleres para los jóvenes autores alemanes. También aloja a escritores extranjeros consagrados; el invitado actual es John Berger. Aparte de eso, se dedica a la difusión de la literatura alemana en el extranjero -a través de talleres de formación de traductores- con especial atención a los vecinos del Este. Y aunque los actos no constituyan una prioridad para el LCB, se preparan cada semana entre dos y tres mesas redondas o presentaciones de autor.

En una antigua fábrica de cerveza en el barrio oriental de Prenzlauer Berg se encuentra el Literaturwerkstatt Berlin. La iniciativa partió del PEN oriental y está desde 1991 en manos de Thomas Wohlfart, quien se ha centrado, por un lado, en la discusión de cuestiones estéticas en workshops, y, por otro, en la organización de eventos literarios llamativos, que consisten principalmente en grandes festivales de literatura de los que se suelen convocar nada menos que diez al año. El evento más ostentoso fue probablemente el Tren de Literatura, que recorrió en 2000 toda Europa, con 105 escritores y periodistas a bordo. Los proyectos multimedia de la Literaturwerkstatt -vídeo y poesía- y de 'poesía online' han logrado captar además a un gran público joven.

Multiculturalidad literaria

EL CUADRO de la literatura alemana actual no estaría completo sin la mención de los autores alemanes, austriacos y suizos enraizados en otras culturas. Autores como el poeta de origen iraní Said, la actriz y narradora turca Emine Sevgi Özdamar o el sirio Rafik Schami, representantes cultos de la primera generación de trabajadores extranjeros, fijaron la atención sobre la problemática de la marginación y el choque de culturas. Por eso la recepción se centró preferentemente en los aspectos sociológicos de sus obras. Sin embargo, lo que escriben Perikles Minioudis (suizo-griego), Feridun Zaimoglu (alemán-turco), Ilma Rakusa (suiza-húngara) o José Oliver (alemán-español), por nombrar sólo cuatro de los más conocidos autores educados y socializados por completo en tierras germanohablantes, ya no puede ser despachado con la etiqueta de 'literatura de inmigración', porque atraen a un público lector numeroso y afín, que valora en primer lugar su talento narrativo y sus propuestas estéticas. Afortunadamente, lejos de ser arrinconada, la multiculturalidad literaria goza de muy buena salud e incluso está de moda. Hasta el punto de producir casos de autoetnificación, es decir, un escritor adopta un seudónimo, por ejemplo, turco-alemán -como hizo Jakob Arjouni, alemán de pura cepa, autor de la famosa serie de novelas negras protagonizadas por el detective privado Kemal Kayankaya- y 'se especializa' en las particularidades urbanas de las comunidades turco-alemanas. Con este enmascaramiento étnico logró Arjouni un gran éxito internacional.

Cultura lectora

NO SE sabe si es por razones de clima o de educación que los alemanes se quedan más en casa para leer. Libros y erudición libresca constituyen un valor social. Prueba de ello es la popularidad de los programas literarios. Críticos como el octogenario Marcel Reich-Ranicki tienen un enorme poder y hasta el activista político Daniel Cohn-Bendit preside una tertulia literaria.

En este contexto se explica tal vez mejor un fenómeno muy propio del país: los alemanes acuden en masa a las lecturas públicas. Escritores 'estrella' como Günter Grass o Martin Walser llenan salas de 500 asientos; pero también un debutante puede contar en Berlín con 100 oyentes. Cada ciudad, cada pueblo, reserva en su programa cultural un espacio importante para la presentación de libros. En Berlín, junto al funcionamiento tradicional de los cafés literarios ha surgido una variante: los espectáculos de los surfpoeten, en los que se recitan textos de 'prosa trivial' -relatos del día a día en el barrio-, a los que un disc jockey pone música. La estrella de la nueva 'movida literaria' en los barrios orientales de la ciudad es Vladímir Kaminer, un ruso afincado en Berlín, quien convoca semanalmente un público ruso-alemán en el Kaffee Burger para una especie de performance de los relatos de Russendisco (Discoteca Rusa).

BIBLIOGRAFÍA

Espías. Marcel Beyer. Traducción de Isabel Payno. Debate.

Antología de cien poemas. Elisabeth Borchers. Traducción de José Luis Reina Palazón. Calima.

La avenida del sol. Thomas Brussig. Traducción de Rosa P. Blanco. Siruela.

Christiane y Goethe: historia de una relación. Sigrid Damm. Traducción de Rosa P. Blanco. Siglo XXI.

Novela de la lluvia. Karen Duve. Traducción de Arta Martínez Arellano. Siglo XXI.

Diálogos entre inmortales, muertos y vivos. Hans M. Enzensberger. Traducción de Adan Kovacsics. Galaxia Gutenberg.

El dirigible. Fritz Rudolf Fries. Traducción de Mikel Arizaleta. Argitaletxe Hiru.

Los años ingleses. Norbert Gstrein. Traducción de Daniel Najmías. Tusquets.

En una nocha oscura salí de mi casa sosegada. Peter Handke. Traducción de Eustaquio Barjau Riu. Alianza.

Fantasías de la repetición. Peter Handke. Traducción de Eustaquio Barjau. Prames.

La mirada a través del espejo. Christa Hein. Traducción de Javier Orduña. Galaxia Gutenberg.

El collar de la paloma. E. W. Heine. Traducción de Nélida M. de Machaín. Salamandra.

Corales rojos: relatos. Judith Hermann. Traducción de María Esperanza Romero. Siglo XXI.

El confidente. Andreas Höfele. Traducción de Daniel Najmías. Tusquets.

Libidissi. Georg Klein. Traducción de Marta Pascual. Muchnik.

Cien poemas. Johannes Kühn. Traducción de José L. Reina Palazón. Basaría.

Otra forma de felicidad. Hartmut Lange. Traducción de Adán Kovacsics. El Acantilado.

Crazy. Benjamin Lebert. Traducción de María José Díez. Debate.

El inventario. Gila Lustiger. Traducción de Cristina Díez Pampliega. Akal.

Todo vale. Georg Martin Oswald. Traducción de Carlos Fortea. Alfaguara.

El puente del Cuerno de Oro. Emine Sevgi Özdamar. Traducción de Miguel Sáenz. Alfaguara.

Las mil y una noches de Goethe. Rafik Sachami und Uwe-Michael Gutschhahn. Traducción de Marta Pascual. Muchnik.

Amores en fuga. Bernhard Schlink. Traducción de Joan Parra. Anagrama.

Historias simples: una novela sobre la antigua Alemania del Este. Ingo Schulze. Traducción de Lina Almaín. Destino.

El desprecio de las masas. Peter Sloterdijk. Traducción de Germán Cano. Pre-Textos.

Normas para el parque humano. Peter Sloterdijk. Traducción de Teresa Rocha Barco. Siruela.

Lluvia de hielo. Peter Stamm. Traducción de Richard Gross. El Acantilado.

La noche de San Juan. Uwe Timm. Traducción de Cristina García Ohlrich. Alfaguara.

El acorde de Tristán. Hans-Ulrich Treichel. Traducción de Adan Kovacsics. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores.

Una fuente inagotable. Martin Walser. Traducción de Marisa Presas. Lumen.

La guerra de Fink. Martin Walser. Traducción de Daniel Najmías. Lumen.

El amante de mi madre. Urs Widmer. Traducción de Carlos Fortea. Siruela.

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