El dulce sur norteamericano
Una joven diseñadora de origen sureño, aldeano y humilde, ahora encumbrada y al servicio del mundo pijo neoyorquino, se hace novia nada menos que del hijo de la elegante y ricachona alcaldesa de Nueva York, que encarna con estupenda mala uva la gran Candice Bergen. La chica, interpretada por la nueva niña bonita de Hollywood, Reese Whiterspoon, ya en el borde de la boda que le va a instalar en la punta de un rescacielos, decide aplazar la ceremonia, escurre el bulto y viaja a visitar a su pobre gente sureña y, secretamente, a su ex marido, cuya existencia ha ocultado al novio norteño. Y, al tiempo que va a arreglar papeles a su pueblecito de Alabama, descubre que aún no hay sentencia para su divorcio y, de paso, sus ojos chocan con los de su ex Josh Lucas, nuevo niño guapo de Hollywood, e instantáneamente deducimos que Reese se va a quedar en Alabama, ya que no hay color entre las hechuras del agreste haragán Josh y la pinta del atildado y repulido hijo de la gran dama neoyorquina.
Estamos ante un esquema químicamente puro de la incombustible comedia sentimental del Hollywood clásico. El director, Andy Tennant, resuelve el fácil y entretenido asunto con astucia y sobre todo con un buen equipo técnico, lo que le permite sacar de los cinco o seis intérpretes que conjuga, y sobre todo de los dos protagonistas, los atractivos y las gracias que la ligereza del tinglado requiere para no venirse abajo antes de tiempo.
La película se deja ver, y esto no es poco, porque a cada paso se percibe que fácilmente podría convertirse en una comedieta asainetada sin la menor consistencia. Pero se sostiene y alimenta a un cine pequeño, menor pero digno, agradable, interpretado con gracia y que tiene muchas más calidades que los rellenos de basura audiovisual creados por el cine invasor de efectos especiales. Pues aquí no hay más efecto que el de los rostros oficiantes.
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