Ni dinamitados ni gaseados
Aquel 11 de Septiembre ya imaginamos que muchas cosas iban a cambiar. ETA está de capa caída y bajo la capa del terror ya no es necesario adivinar lo que se tapa. Pero la claridad en negro y blanco, sin matices, puede ser cegadora, y eso también está sucediendo. Cuando Bush salió en televisión declarando la guerra en nombre de un Dios al terrorismo de otro Dios, personajes siniestros como Sharon y Putin dijeron ésta es la mía.
Desde entonces Israel dio otro giro en la espiral de locura que la enfrenta a Palestina. Y Putin hizo lo mismo con Chechenia. Pero han debido pasar doce meses para que contemplemos, con el corazón estremecido, lo que el Gobierno ruso es capaz de hacer y dejar de hacer a sus propios ciudadanos en un teatro de Moscú.
Pero la claridad en negro y blanco, sin matices, puede ser cegadora
Aquí todavía, por encima del Presidente Aznar sigue estando Montesquieu
Y en esos momentos en que el silencio sobrecogido sería una respuesta, ha salido también el presidente Aznar, con una de esas simplezas que le hacen tan poco honor, explicando su apoyo al Gobierno ruso porque la otra alternativa sería estar de acuerdo con los terroristas. Digo yo que alguna otra ya habrá. Por ejemplo, pensar, usando el cerebro en vez de ese otro órgano de la razón en marcha que la naturaleza concedió a los caballeros.
Cuando los terroristas chechenos ocuparon el teatro, todos sabíamos, incluyendo los rehenes, que aquello iba a terminar a la rusa. Ya alcanzo que frente a cincuenta asesinos dispuestos a suicidarse en un local repleto de explosivos, cualquier acción de rescate ha de ser extremadamente rápida y contundente. Por eso no tengo fuerza moral para culpar al Gobierno ruso por el asalto en sí mismo. Pero no alcanzo a comprender por qué con tanta prisa. Por qué no esperaron mareando la perdiz, intentando obtener un goteo de rehenes liberados. Y por qué no prepararon mejor el asalto y, sobre todo, sus consecuencias posteriores.
Porque si el asalto fue más que discutible, lo que sucedió a continuación nos coloca directamente en la barbarie. La ejecución de todos los terroristas cuando estaban inmovilizados, la falta de antídotos para ser administrados de inmediato, la manera chapucera de trasladar a las víctimas, la ausencia de un hospital de campaña en la salida misma del teatro, la falta de información a los médicos sobre el gas utilizado, el trato a los familiares de las víctimas poco menos que como sospechosos de terrorismo. Y el secretismo, las mentiras descaradas. Todo tan soviético. Y zarista.
Así que no me sorprende la última; esa ley rusa prohibiendo la información y hasta la crítica a las acciones del Gobierno. Es pura lógica si, como dijo nuestro presidente, criticar al Gobierno sólo puede significar estar de acuerdo con los terroristas.
Por favor, que alguien diga al presidente que los malos no harán nunca buenas nuestras propias acciones. El mal se contagia en seguida a aquel que sólo piensa en acabar con él. Y si le gusta la historia, que además de Churchill estudie lo que sucedió con los GAL. Que empezó por unos crímenes decididos al calor de la camaradería y los whiskys de madrugada. Pero lo peor vino después. La ocultación desde el poder, la mentira y el uso de fondos tan públicos como los reservados para comprar silencios. Eso, durante más de diez años. En ese tiempo se desmoronó la credibilidad socialista ganada en cien años de honradez. Ni si quiera estoy segura de que algunos de sus dirigentes aprendieran la lección. Todo lo que recuerdan es que la culpa fue del juez Garzón. Y es que en la real-politik (en Madrid como en Euskadi) siguen mandando quienes piensan con el aparato.
Me quedaba la esperanza de que lo que no habían aprendido los socialistas lo aprendieran los del PP. Pero tras la faena de Putin no me quito el escalofrío. A ver; no es que yo crea que Aznar esté dispuesto a gasear a las clientas del Corte Inglés de la calle Preciados para salvarlas del terrorismo. Aquí, todavía por encima de Aznar sigue estando Montesquieu. O sea, los otros. Porque la estupidez humana, esa cualidad que nos hace buscar el mal de los demás aún a costa de nuestro propio mal, nos aconseja que la mejor garantía de la democracia es que no nos quitemos ojo unos a otros. Cada uno con sus intereses separados y egoístas; como búhos los unos para con los otros. Poderes de contención que ponga coto a mesías y tiranos. Y gentes lenguaraces dispuestas a cachondearse de santos y demonios. Eso me da tranquilidad, porque, aunque así no llegaremos nunca al cielo, tampoco nos hundiremos del todo en el infierno.
El intento de nuestros próceres autóctonos por transformarnos en vascos normalizados trataría de eliminar esa diversidad que amenaza su poder. Y no hay que permitirlo, ni aquí ni en Rusia ni en Madrid. La defensa de la diversidad es hoy la mejor estrategia ecologista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.