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Reportaje:

Los últimos vaqueros de 'a duro'

Un quiosquero de Granada mantiene aún su negocio de cambio de novelas usadas

Javier Arroyo

Novelas baratas, novelas de 'a duro', relatos de escritura rápida y consumo aún más veloz con los que se entretuvieron muchísimos españoles entre los años 40 y casi los 80. ¿Autores? Marcial Lafuente Estefanía, por encima de todos; luego, Gordon Lumas, Keith Luger y muchos más, nombres y apellidos ingleses que, en realidad, escondían pudorosamente nombres y apellidos españoles.

En Granada, en el quiosco de la plaza del Humilladero, al principio del Paseo de la Bomba, Rafael González no ha dejado que la tradición se pierda del todo. Rafael, que regenta esa pequeña tienda de chucherías desde hace 14 años, mantiene aún este sistema de intercambio de novelas. Mucho oeste y vaqueros y algo de amor es lo que cabe en los alrededor de 200 de estos bolsilibros o novelas de a duro que aún mantiene González en su quiosco. El duro ahora se ha convertido en 10 céntimos de euro; el resto sigue igual. Un libro por cualquier otro. Excepto los de Marcial Lafuente Estefanía.

Según el quiosquero, la única manera de no perder todos los ejemplares que le quedan de este autor es intercambiar sólo lafuenteestefanías por lafuenteestefanías. Rafael González, ávido lector de este tipo de relatos y buen conocedor de la obra del prolífico autor (escribió alrededor de 3.500 novelas de vaqueros) le reconoce el mérito de ser 'el que más rápidamente se lee y el que más acción tiene en sus novelas'.

González, en realidad sin quejarse, reconoce que son tiempos difíciles para este olvidado sistema de trueque. 'Hay meses en los que cambio dos libros, otros uno y otros ninguno'. 'Era la gente mayor la que leía esto, los jóvenes ya no leen ni tebeos', asegura. Tebeos que, por cierto, también eran intercambiados hace no muchas décadas en numerosos quioscos andaluces.

Rafael González mantiene su montoncito de novelas pero 'ya no recompongo las que se estropean; las tiro', comenta mientras deja por la mitad su lectura de Muerte en el río, de Lafuente Estefanía, para atender a un pequeño que quiere chicles. Chicles que, ¡lástima!, ya no son Bazoka, a pesar de que es lo que convendría junto a ese libro de vaqueros.

Lo que sí parece que se está certificando poco a poco es la muerte del género del oeste en la literatura, cara o barata. El círculo de aficionados a la ciencia ficción es escaso pero al menos se siguen tirando 2.000 o 3.000 ejemplares por título. En el oeste, en cambio, el único que cabalga, más bien en solitario y despacio, es Marcial Lafuente Estefanía, del que, de cuando en cuando, se reeditan sus escritos. El oeste ha muerto. Los únicos vaqueros en circulación tienen ya muchos años y cabalgan en páginas muy amarillentas y manidas. Hoy sólo se encuentran en el quiosco de Rafael González y en pocos más. Valen 10 céntimos de euro, apenas nada, y siempre en trueque, un vaquero por otro.

Escritura desde el seudónimo

Si alguna vez ha habido una literatura en la que el seudónimo sea casi obligatorio, ese es el caso de los novelas populares. La editorial Bruguera fue la pionera en este tipo de libros que tienen su origen en los pulp americanos, libros hechos con la pasta de papel más barata posible y destinados a aguantar poco más de la primera lectura. En España se hicieron algo mejores y muchos han durado hasta hoy.

Marcial Lafuente Estefanía y Corín Tellado fueron de los pocos nombres verdaderos que aparecían en los lomos de estos libros. El resto eran nombres como Kelltom McIntire, en realidad José León Domínguez Martínez, o Franc McFair, también conocido como Francisco Cortés Rubio. Todos nombres norteamericanos en busca de un exotismo que deslumbrara a los lectores de un país entristecido.

Ese exotismo, por cierto, era difícil de encontrar en el día a día de los propios escritores, sometidos a un sistema de trabajo indecente. Las editoriales imponían un ritmo de escritura y temáticas más que acelerado; cada semana, a lo sumo cada quince días, salían a los quioscos un nuevo tomo de vaqueros, terror o ciencia ficción. Así, por ejemplo, Keith Luger, a la sazón Miguel Olivero Tovar, sacaba una semana una novelita del oeste y a la siguiente otra de terror. Sin duda, una labor ingrata y escasamente reconocida.

La realidad es que pocos pudieron vivir totalmente de esta escritura. Y pocos siguen vivos hoy día. Uno de ellos es el panadero gaditano Ángel Torres Quesada, más conocido como A. Thorkent. Según especialistas en el género, su mejor obra es una serie escrita entre 1968 y 1985 que transcurre entre imperios galácticos, órdenes estelares y un ente llamado Superioridad Terrestre. A. Thorkent ha escrito varias centenares de bolsilibros, todos ellos de ciencia ficción, y es uno de los autores más reputados en su género. De hecho, en los últimos años ha visto cómo la Editorial B ha recopilado algunas de sus obras bajo el título El orden Estelar.

J. A. J.

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