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Columna
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Nueva York

A Madrid le ha salido un grano en Nueva York. Me refiero al Madrid Olímpico, ese sueño del 2012 que nos retrotrae a la España del 92 cuando nuestra capital veía pasar de largo los fastos y las grandes transformaciones de Barcelona y Sevilla igual que los vecinos de Villar del Río veían pasar sin detenerse los haigas americanos en 'Bienvenido Mister Marshall'. Aquí empezábamos a hacernos ilusiones contando, quizá, con que después de aquello a Madrid le debían una y ahora le tocaba. Un cálculo demasiado doméstico porque esa deuda puede tener un sentido aquí o en Andalucía, pero al resto del mundo le importa más o menos un pimiento.

Madrid, no obstante, aparecía hasta ahora como una candidata aventajada frente a otras capitales como París, Londres, que tuvieron experiencia olímpica por partida doble, o Moscú que las organizó hace sólo veintidós años. Tampoco estaba mal situada ante Estambul o Río de Janeiro, ciudades cuya estructura y capacidad organizativa podía ser más cuestionada. Al mundo del olimpismo, Barcelona 92 le dejó el mejor sabor de boca imaginable y por ahí fuera creen que Cataluña y Madrid pertenecen a la misma nación.

Así estábamos mientras el Comité Olímpico de los Estados Unidos se pensaba una candidata norteamericana que, a priori, no debía partir con demasiadas posibilidades para la carrera de 2012 al estar muy recientes los juegos de Los Ángeles y los de Atlanta, que, por cierto, fueron bastante cutres. Había tres opciones para escoger: San Francisco, Washington y Nueva York. Washington ha tirado la toalla y, aunque San Francisco aún resiste, el competidor más poderoso es Nueva York. No el Nueva York de hace 14 meses, sino el Nueva York surgido del 11 de septiembre, el Nueva York que desescombró las Torres Gemelas y el de la zona cero. Aquella corriente de solidaridad que movilizó a miles de voluntarios para remover los cascotes es la que ahora se pretende canalizar a favor de la candidatura olímpica. En esa megalópolis donde, hasta entonces, nadie era extraño porque todos eran desconocidos, ha nacido a un sentimiento nuevo, un espíritu capaz de mover montañas.

El 2012 es un objetivo común con la suficiente envergadura para volcar toda esa fuerza formidable. Así lo han entendido los neoyorquinos y sus autoridades, presentando un proyecto ambicioso y espectacular. Bajo el título de 'La X olímpica', tiene como fundamento dos enormes ejes cruzados en el corazón de la Gran Manzana. A lo largo de ambos trazados se levantarían las distintas infraestructuras deportivas. Con la Villa Olímpica construida en el East River, muy próxima a Manhattan, cabría imaginar a su terrible tráfico como un gran inconveniente a la hora de organizar los desplazamientos de los atletas. Nada de eso ocurriría, los deportistas contarían con un 'raíl olímpico' exclusivo para ellos o un ferry que les permitiría conjurar el problema. En un espacio urbano tan endiabladamente denso y complejo como el de Nueva York, no parece haber dificultad que allí no sean capaces de vencer. Aquello de 'lo que no te destruye te endurece' se ha materializado en la Gran Manzana. Todos y cuantos participaron en el éxito memorable de Barcelona 92 coinciden en afirmar que lo más asombroso, por eficaz y por emocionante, fue el compromiso de la ciudadanía y de sus fuerzas sociales y económicas con el proyecto olímpico.

Eso es lo que ahora tiene Nueva York, gracias -paradójicamente- a unos sucesos tan espantosos como los atentados a las Torres Gemelas. Aquí en Madrid, y al margen de la torpeza y en ocasiones la desidia con que se manejaron las oportunidades olímpicas, habremos de reconocer que la candidatura de 2012 no ha despertado grandes pasiones ni entusiasmos. Tal y como van las cosas, y mientras seguimos dándole vueltas y más vueltas a La Peineta de Canillas como si fuera la octava maravilla del mundo, es más que probable que nos levanten el 2012 y tengamos que esperar cuanto menos cuatro años mas. Los alcaldes de otras ciudades candidatas han anunciado que si Nueva York se presenta con ese grado de concienciación en su ciudadanía lo más elegante sería retirarse. Nadie quiere para su ciudad un 11 de septiembre que le refuerce su espíritu a sangre y fuego. Barcelona nunca lo necesitó y Madrid debería aprender de ella.

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