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Columna
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Con o sin gas

Inmersos en la tragedia del teatro moscovita, nos ha pasado desapercibido el aniversario de unos hechos tremendamente dramáticos que, por su resolución feliz, hoy pueden parecernos irreales. El lunes 28 se cumplieron 40 años desde que la Unión Soviética anunció, a través de Radio Moscú, el desmantelamiento de los 36 misiles nucleares (cada uno dotado de un poder varias veces superior a la atómica que destruyó Hiroshima) que había desplegado en Cuba, a unos 150 kilómetros de la costa de Estados Unidos. Hubo un pulso entre ambas potencias y, tras unas jornadas en las que al mundo se le pusieron las entrañas por collar, los soviéticos dieron marcha atrás. A quienes no les suene el asunto les recomiendo que vean la película Trece días, del errático Kevin Costner.

Por aquel entonces, en las dos potencias enfrentadas gobernaban Nikita Jruschov y John F. Kennedy, los cielos bendigan sus respectivas memorias, pese a todo lo malo que también perpetraron: al menos, no eran necios. Estremece pensar qué hubieran hecho, en su lugar, Vladímir Putin y George W. Bush, jaleados por sus correspondientes Palmeros Sin Fronteras: Aznar, Berlusconi, Blair (por orden alfabético, que no de relevancia). Quizá estaríamos todos tocando el arpa entre nubes, incluidos Kevin Costner y los papás de la generación que ignora lo de Cuba.

Curiosamente, un extraño equilibrio de terror vuelve a imponerse en el mundo. En el escenario de lo que se llamó guerra fría se trataba de que los dos bandos estuvieran suficientemente armados y se temieran lo bastante mutuamente como para no desencadenar una irreparable catástrofe. Ahora el equilibrio radica en que los dos bandos, bautizados oficialmente como el Mal y el Bien, también resultan rotundamente terroríficos. Los unos llegarán hasta nosotros armados con su desesperación y con la cintura forrada de explosivos: son los que no tienen nada que perder, los malditos, los olvidados. Los otros, los nuestros, nos vendrán a salvar, con o sin gas (Rusia lo tiene, Estados Unidos lo tiene: bombardeemos a Sadam Husein), y desencadenarán con sus reacciones otros actos de exasperada locura.

Es la nueva simetría del terror. ¿A ustedes les tranquiliza? A mí, tampoco.

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