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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esqueleto europeo

Pasado más de medio siglo desde sus primeros pasos, el movimiento hacia una Constitución o Tratado Constitucional para la Unión Europea se ha vuelto imparable. La propuesta que ha presentado el presidente de la Convención sobre el Futuro de Europa, Giscard d'Estaing, de 'esqueleto' del nuevo texto, es una base de trabajo útil para acercar diversas visiones nacionales para rediseñar esta Unión, Comunidad, Europa Unida o, como de forma provocadora, también se sugiere para el nombre de la cosa: los 'Estados Unidos de Europa'. Pero este esqueleto aún dista mucho de lo deseable, no sólo para perfeccionar este objeto político que ahora se amplía geográficamente, sino para interesar a la opinión pública en un ejercicio que carece de la tensión dramática e intelectual de la Convención de Filadelfia, que en 1787 redactó la Constitución de EE UU.

Giscard muestra una cierta osadía, por ejemplo, al hablar de 'fórmula federal' para las políticas comunes sobre las que se construye esta Europa. Su propuesta consiste esencialmente en epígrafes para una futura 'Constitución para Europa', pero no es una mera enumeración neutra. El texto queda dividido en dos partes básicas: principios, objetivos e instituciones, y políticas concretas. Contempla por vez primera la posibilidad de que un Estado se salga voluntariamente de la Unión. Elimina el incomprensible sistema de los tres pilares (comunitario, exterior y de justicia e interior) en favor de una división entre acciones y políticas interiores y acciones exteriores y de defensa. En cuanto al reparto de competencias, se muestra partidario de un catálogo de 'categorías', que no implica necesariamente unas impracticables listas.

Por lo que tiene de derechos, obligaciones y participación, resulta constructiva la idea de impulsar el concepto de ciudadanía europea, siempre que se contemple como un valor añadido a la nacional. Puede haber un error de enfoque si se aboga, como hace la propuesta, por hacer uso 'de una u otra según convenga'. La filosofía que ha inspirado hasta ahora la ciudadanía europea implica poder disfrutar de una y otra a la vez.

El aspecto más criticable del esbozo de Giscard es que confirma la tendencia de los últimos años hacia una Europa intergubernamental, una mera 'unión de Estados' en la que las nuevas áreas se coordinan más que se integran. Va en detrimento de la construcción comunitaria que tiene su centro y originalidad institucional en una Comisión Europea que sale devaluada en este anteproyecto. Y añadir al Consejo y al Parlamento Europeo una tercera cámara legislativa, un 'Congreso de los Pueblos de Europa', complica un entramado institucional de por sí complejo, sin resolver el problema esencial de la pérdida de peso de los parlamentos nacionales, que siguen siendo el pilar fundamental de la democracia en Europa.

Con todo, el marco que propone Giscard puede servir para ordenar los debates de una Convención que está cobrando velocidad y cuyos trabajos se puedan prolongar más allá de la fecha prevista para su término, en marzo próximo. Por ello, sería deseable que Aznar explicara hoy con claridad en el Congreso, con ocasión de la sesión informativa sobre el Consejo Europeo de Bruselas, sus ideas al respecto. Vale la pena este ejercicio para un texto que tendrá un valor jurídico superior al de nuestras constituciones nacionales. Europa no puede estar sumida, como estos años, en continuas y desgarradoras reformas de sus textos básicos. Giscard apunta a un tratado que sirva para los próximos 50 años. Si vale para 10 o 15 y resulta atractivo, comprensible, razonable y constructivo, ya habrá cumplido su cometido.

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