Protección mafiosa
El mitin del pasado domingo en la plaza madrileña de Vista Alegre fundió con notable habilidad política dos conmemoraciones separadas en el tiempo: la celebración del 20º aniversario de la victoria electoral del 28-0, por un lado, y la proclamación de Zapatero como candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno para las legislativas del año 2004, por otro. El desbordante entusiasmo de los asistentes al acto parece indicar que los socialistas están saliendo de la depresiva etapa de resignación y desánimo provocada por su doble derrota electoral en los años 1996 y 2000. Si la victoria de Zapatero en el 35º Congreso del PSOE implicó una ruptura de los equilibrios de poder interno en favor de una nueva generación (el documentado libro de Gonzalo López-Alba sobre la génesis de aquel triunfo se titula significativamente El relevo), el mitin del domingo puso el acento sobre los sentimientos continuistas y el reconocimiento por la actual Ejecutiva de la etapa anterior del PSOE: los dos únicos discursos del mitin simbolizaron el paso del testigo electoral de Felipe González (protagonista del 28-0) a Zapatero (candidato para el año 2004). Los ritos de la liturgia partidista oficiados en Vista Alegre conjuraron, así pues, tanto los recelos de los nuevos dirigentes frente a las desestabilizaciones o intromisiones de la vieja guardia en el funcionamiento de la organización como los temores de la generación desalojada del Gobierno en 1996 a una masiva jubilación anticipada.
Algunos periodistas al servicio del Gobierno -proclives a esconder naipes de otras barajas en la bocamanga por si cambia la marea- han venido ofreciendo durante los últimos meses a Zapatero los servicios de protección personal de su banda de matones bajo la condición de que hiciera un acto público de retractación del pasado simbolizado por Felipe González. Como ocurre con las prácticas mafiosas, esa condescendiente oferta guardaría las espaldas de los nuevos dirigentes socialistas, no ante los eventuales ataques de terceros, sino frente a las seguras agresiones de esa pandilla gansteril si los amenazados no aceptasen su chantaje. La rabieta infantil y los encolerizados comentarios -ayer y anteayer- de El Mundo contra Zapatero por sus elogios en Vista Alegre a la persona de Felipe González y a su etapa de gobierno equivalen a las pedradas lanzadas por los rufianes contra los cristales de los establecimientos que se niegan a pagar las extorsiones.
Todas las instituciones -también los partidos políticos- mantenidas en funcionamiento a lo largo del tiempo por la adhesión voluntaria de sus miembros deben armonizar las continuidades y las cesuras que forman el ritmo de su propia historia. Las crisis desatadas por conflictos internos o por contratiempos externos, como le ocurrió al PSOE durante sus atormentados años finales de gobierno a causa de los escándalos judiciales, pueden conducir a la quiebra y a la desaparición de un partido: UCD no logró sobrevivir a la derrota del 28-0 y a la OPA hostil lanzada por los populares de Fraga (sus siglas entonces eran AP) sobre los pecios del naufragio del centrismo fundado por su detestado Adolfo Suárez. Hay que ser muy tonto o muy malo -o las dos cosas al tiempo- para creer que Zapatero podría cometer el suicidio de romper con la generación de militantes que transformó el PSOE en el partido hegemónico de la izquierda española y que le permitió gobernar miles de ayuntamientos, varias comunidades autónomas y -durante casi 14 años- el Estado.
La política no es un oficio de ángeles sino de personas de carne y hueso: los ciudadanos deben elegir por lo general entre opciones regulares, malas o peores. Los socialistas de la hornada de Zapatero son seguramente conscientes de las zonas de sombra (la corrupción, la guerra sucia y los abusos de poder) que manchan la gestión de sus predecesores; si prefieren -pese a todo- el legado del PSOE a la herencia del PP, esa decisión no se puede medir con la amenazadora regla de cálculo esgrimida por los periodistas extorsionadores, sino con otro criterio de sentido común: la comparación entre la historia de los socialistas desde hace 120 años y la ejecutoria de un partido creado en 1976 por Fraga y otros ex ministros de Franco cuyo grupo parlamentario se escindió en dos mitades idénticas a la hora de votar a favor de la Constitución.
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