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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sólo para enamorados

Javier Vallejo

Con miniaturas como ésta, Philippe Genty hizo largas tournées por 47 países de cuatro continentes durante los años sesenta, en un dos caballos que acabó engrosando el museo Citroën. Zigmund Follies (el título juega con el nombre de pila de Freud y con la palabra francesa que sirve para nombrar la locura y al más célebre de los music-halls parisinos) es un viaje tan fantástico como los que noveló Julio Verne: pero su destino no está en lugares lejanos, sino en el interior de su protagonista, un hombre descabezado a la búsqueda de sí mismo. Aunque originariamente lo interpretaron Genty y Mary Underwood, su mujer, en 2001 el director marionetista lo remontó con Eric de Sarria y Rodolphe Serres, para el Museo de Historia Natural de París, que está tendiendo puentes entre su público y los del teatro y la danza.

Zigmund Follies es un diálo-

go disparatado entre el protagonista y los dedos de sus manos, que cobran vida y voz propias, como el meñique del hijo de aquel escritor enloquecido que interpretara Jack Nicholson en El resplandor. El trabajo de los dos actores está muy cerca del ilusionismo: sus manos son más rápidas que el ojo, y tan expresivas como un cuerpo humano completo. Una se transforma en gánster, otra en sabueso de la policía secreta, la tercera en ministro del Interior (del interior del protagonista, que es donde sucede la acción), y los dedos de la que resta, del anular al meñique, cada uno en un soldado que se pone firme a sus órdenes.

Genty es un Lewis Carrol moderno y naif que no necesita ilustradores para sus fantasías. En un teatrito de medio metro de alto por dos de ancho mezcla escenografías planas con otras en perspectiva, seres humanos con recortes de papel, muñecos con siluetas proyectadas en una pantalla, efectos reales con efectos especiales. Todo lo que acontece es sencillo y mágico: hay un juego de apariciones, desapariciones y persecuciones que casa los títeres de cachiporra con el vodevil; un decorado minúsculo que evoca grandes espacios abiertos, una guerra con pólvora y fuego, un viaje en barco de papel, una operación a cerebro abierto escenificada como un homenaje al truco de la mujer aserrada en dos, un reloj máquina del tiempo, un cielo en blanco y negro que el Ministerio de Turismo colorea a placer... Y un par de entradas de clowns a escala 1:20.

Los intérpretes consiguen que confundamos la parte con el todo: sus manos se acarician, asesinan o son asesinadas, se desnudan con voluptuosidad, escalan una montaña con esfuerzo... Se deslizan a través de los personajes como las de un pianista virtuoso a lo ancho del teclado. Y su repertorio de voces es de buenos actores de doblaje. Zigmund Follies es respecto a otros espectáculos de Genty lo que una miniatura a un lienzo de gran formato de un mismo pintor: contiene todas las claves de su trabajo, pero exige a quien lo contempla amor y atención.

Zigmund Follies. El 26 y 27 de octubre, Temporada Alta, Teatre de Salt, de Girona. Del 29 de octubre al 1 de noviembre, Festival de Otoño de Madrid, teatro Pradillo. El 2 y 3 de noviembre, teatro Jovellanos, de Gijón. Del 5 al 8 de noviembre, Festival de Vitoria, teatro Jesús Ibáñez de Matauco. El 10 de noviembre, Festival de Titelles de Vic, de Barcelona.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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