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Columna
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El desborde imaginativo

El Artium de Vitoria muestra 144 obras sobre papel realizadas por el pintor italiano Enzo Cucchi (Ancona, 1949) entre 1979 y 2001. Cucchi fundó la Transvanguardia italiana junto a Francesco Clemente, Sandro Chia, Nicola de Maria y Mimmo Paladino. En palabras de Achille Bonito Oliva, teorizador de ese movimiento surgido en los ochenta, la Transvanguardia considera el lenguaje plástico como un instrumento de transición, de paso de una obra a otra, de un estilo a otro, siguiendo una actitud nómada de reversibilidad de todos los lenguajes del pasado.

La excelente exposición de Cucchi pone de manifiesto cómo en cada gesto se vive una intencionalidad profundamente ligada a las cosas, estableciendo una sucesión de contactos y relaciones móviles bajo ellas.

La larga cadena de sensaciones que recibe el espectador llega a abrumarle, deparándole al fin un entusiástico gozo. Un enorme desborde imaginativo va al frente de un arte sumamente narrativo, con tendencia a lo ilustrativo, basado todo ello en dar preponderancia a las deformaciones y/o transformaciones, siempre con afinidades próximas al neoexpresionismo alemán. Esto del neoexpresionismo alemán no es gratuito, pues determinadas atmósferas y ambientes sombríos de algunas de sus creaciones recuerdan a la pintura de Alselm Kiefer, principalmente en lo que atañe a las imágenes apocalípticas.

Cucchi se sumerge en la sugestión manierista de lo grotesco, al tiempo que exagera la evocación de la realidad hasta dislocarla expresivamente. Para ello se abona al toque de lo inmediato. Digamos que todo lo que representa se encuentra libre de la ley de gravedad. Por otra parte, los fondos de los papeles están llenos de luz de tal modo que pueda llegar a convertirse en una auténtica fuente de energía.

Como buen transvanguardista, más que la obra terminada le importa en especial el proceso que la promueve. Y pese a que sus obras consigan contactar tan bien con los espectadores, parece evidente que el motor de sus dibujos tiene como fundamento esencial el propósito de expresar para sí mismo una historia pensada.

A lo dicho se añade otra cualidad a tener en cuenta en torno a este sumo realizador de historias pespunteadas de humor siniestro. Se trata de comprobar, con grata sorpresa, cómo un artista como él con tendencia a la dispersión ha sabido impostar en ese extensivo número de dibujos una admirable coherencia sobre el decurso de veinte años largos de trabajo. La inventiva de Cucchi ofrece aventuras visuales máximas frente a la mayoría de instalaciones prescindentes que nos proponen por doquier artistas de medio pelo.

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