En plural
Richard Rorty, uno de los pensadores políticos más brillantes de la actualidad, considera (The Nation, 21 de octubre) que a los perpetradores de ataques como el del 11-S (y cabe añadir como el de Bali contra un objetivo blando), los llamamos 'terroristas' porque 'no tenemos realmente ninguna casilla en la que clasificarlos, ni sentido de qué instituciones y prácticas se requerirán para tratarlos'. Que haya vínculo formal o informal entre este atentado y la red Al Qaeda importa desde el punto de vista operativo. Pero lo que debe llevar a reflexión es que hablar del terrorismo puede resultar no sólo intelectualmente fraudulento, sino contraproducente al dificultar la lucha contra algunas nuevas formas de violencia que requieren nuevas respuestas y que poco tienen que ver con el terrorismo clásico, o incluso con las guerras clásicas, en un mundo pos-Westfalia y pos-Clausewitz en el que los actores de la violencia ya no son sólo Estados, y en el que las poblaciones civiles llegan a convertirse en lo que Jim Hoagland llama 'víctimas globales'.
Es cierto y positivo que el ambiente pos-11-S ha tenido la ventaja de reforzar la lucha contra ETA, entre otros. Pero el abuso del término se pone en evidencia cuando el dictador guineano Teodoro Obiang, desde la tribuna de Naciones Unidas, se considera víctima de 'un terrorismo encubierto bajo una supuesta defensa y protección de la democracia'. También, para intentar ganar legitimidad, los nazis tildaban de 'terroristas' a los resistentes.
La pluralidad del concepto queda reflejada en las dificultades, de siempre, de llegar a una definición de 'terrorismo' que vaya más allá del 'cuando lo veo, sé que lo es'. La ONU lo ha intentado sin éxito. La UE, en una decisión marco del Consejo, llegó en junio a una definición probablemente demasiado amplia, aunque tiene el valor de combinar medios y fines. Pero, más allá de algunas generalidades poco operativas, ¿tiene algo que ver el terrorismo que se ha vivido en Irlanda, o el de ETA, con el del 11-S o el horror de Bali? Una diferencia es que el perpetrador del crimen esté dispuesto a morir (en nombre de la religión o de la falta de perspectivas vitales) o piense que puede matar pero escapar. Pero tal elemento no es suficiente, como se ve en el caso de los suicidas palestinos. La otra diferencia fundamental es si la acción busca forzar una negociación o una salida política, o, simplemente, la desestabilización por la desestabilización, aunque (en el caso de Bin Laden) haya un proyecto geopolítico detrás. El atentado en Bali puede tener raíces internas o externas, o, por los indicios conocidos, algo de ambas. Pero su efecto, directo y a través del golpe sobre el turismo y las inversiones, puede ser la desestabilización de un país como Indonesia, con el agravante de que ninguna potencia exterior parece tener la capacidad de asegurar la estabilidad de un país archipiélago de importancia estratégica. El estrecho de Malacca es paso obligado para más de un millar de superpetroleros al año, con una carga indispensable para una buena parte de la economía de Asia oriental. El Limburg francés atacado frente a Yemen se dirigía a Malaisia.
Rorty plantea la pregunta básica de si una reacción equivocada a estos ataques puede socavar la democracia y las libertades: '¿Cómo reforzar las instituciones democráticas para que sobrevivan en unos tiempos en que el Estado no pueda ya garantizar (...) la seguridad interna?'. Un peligro sobre el que se ha alertado repetidas veces es que, ante este tipo de acciones, las sociedades abiertas se cierren. Por eso Rorty no defiende un derrotismo, sino que propugna que, 'si no prevenir estos ataques, debemos, sin embargo, ser capaces de sobrevivir a ellos'. La respuesta al reto de la seguridad debe ser combatir esos peligros y defenderse no con menos, sino con más democracia.
El peligro de confundirlo todo y no ver que violencia, terrorismo, integrismo islámico e islam tienen un plural es alimentar el choque de culturas. Frente a otros casos, Indonesia y más aún Malaisia son sociedades esencialmente musulmanas, tolerantes e incluso, a ratos, democráticas.
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