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Tribuna
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El tiempo (en Brasil) es de Lula

El autor analiza la ruptura histórica que para Brasil supondrá la previsible elección de Lula, así como la política económica y social que aplicará si es finalmente elegido.

Antón Costas

Para un observador español es muy fácil comprender lo que está ocurriendo en estos días en la vida política de Brasil. Sólo necesita recordar la mezcla de ilusión política e incertidumbre económica con la que otro octubre, pero de hace 20 años, los españoles vivíamos la posible llegada al poder de un partido político de izquierda obrerista, al frente del cual estaba un líder con un gran tirón popular pero sin ninguna experiencia previa de gobierno. Esa misma ilusión e incertidumbre es la que se vive en Brasil ante la más que probable llegada al Gobierno del Partido Trabalhista (PT), al frente del cual está Luiz Ignacio, Lula, da Silva. Lo mismo que sucedió en España con Felipe González, Lula significará en Brasil una ruptura histórica con la larga tradición de ocupación del poder por parte de generales y de clases privilegiadas que lo han utilizado en beneficio propio, creando un país profundamente injusto.

Lula ha emprendido el camino hacia el centro, y no cabe esperar políticas revolucionarias

El ejemplo de España -de su democracia y de las políticas puestas en marcha por los socialistas para la modernización del país- es visto por muchos brasileños, y mencionado de forma expresa por Lula, como el ejemplo a seguir en Brasil. Por eso, de la misma forma que la tarea histórica de Felipe González fue completar el camino hacia la democracia y la modernización iniciado por Adolfo Suárez, la gran tarea histórica de Lula será continuar la transformación iniciada por el actual presidente, Fernando Henrique Cardoso. No deja de ser revelador que en ambos casos sea la izquierda la responsable de llevar a cabo las reformas que pongan al país en la senda de la modernización y el crecimiento.

Si ésa es la tarea, ¿cuáles serán las políticas de Lula? ¿Tienen razón los que ven en su actual imagen moderada el mismo lobo pero con piel de cordero? Pienso que no. En líneas generales, Lula mantendrá, por un lado, las políticas de estabilidad macroeconómica y modernización de Cardoso, y, por otro, profundizará en las políticas sociales orientadas a lograr una mayor justicia social y a facilitar el acceso de sectores sociales más amplios a los beneficios del crecimiento. Cardoso ha conseguido lo que nadie anteriormente había logrado. Ha acabado con la larga tradición inflacionista, ha introducido disciplina presupuestaria y ha puesto en marcha un proceso de modernización que tiene sus pilares en la apertura comercial, la privatización y la liberalización de los servicios públicos. Estas políticas, así como su presencia al lado de Toni Blair y Bill Clinton en las cumbres socialdemócratas, han dado a Brasil una nueva imagen de país serio y han contribuido a mejorar la autoestima de los brasileños. Por eso creo que no veremos grandes cambios en las políticas básicas.

Aun cuando podría suceder, como ocurrió en las elecciones anteriores, que Lula pierda en la segunda vuelta, no es probable. Muchos brasileños que no le tenían simpatía ni le habían votado antes lo han hecho ahora. La razón es que Lula ha sabido representar mejor que ningún otro candidato la fuerte demanda social de cambio que existe en Brasil. Las encuestas muestran que encabeza las preferencias de voto en todos los grupos sociales. Su mayor apoyo está en las clases medias y profesionales, que han completado la enseñanza media o la educación superior y tienen edades comprendidas entre los 30 y 45 años. Este grupo social es el que mejor representa la fuerte movilidad social que se ha producido en el país en las dos últimas décadas. La modernización que ha experimentado Brasil ha sido sorprendente. Quizá uno de los mejores indicadores de ese cambio social es la fuerte presencia femenina en muchas actividades empresariales y políticas. El propio Lula es un buen ejemplo de esa movilidad. De trabajador metalúrgico y líder sindical de São Paulo, a candidato a presidente. Esa demanda de cambio no la pueden representar los herederos políticos de Cardoso (como tampoco ocurrió en España con los herederos de Adolfo Suárez). Además -de nuevo la similitud con el PSOE-, el partido de Lula presenta ahora buenas credenciales como gestor público, después de dos legislaturas en las que ha gobernado gobiernos estatales y ciudades importantes con una imagen de gestión eficaz y honesta.

Si el personaje ha emprendido el camino hacia el centro, si no cabe esperar políticas revolucionarias, si cuenta con el aval de amplios grupos sociales, entre los que se encuentra parte del empresariado, ¿de dónde surge la inquietud de los mercados reflejada en la fuerte devaluación del real, la caída de las inversiones extranjeras y el aumento de la prima de riesgo por los créditos que se toman en los mercados internacionales?

Probablemente hay dos fuentes principales de incertidumbre. La primera viene del desconocimiento acerca de quiénes ocuparán los ministerios económicos y el Banco Central y de cuáles serán las prioridades políticas de su Gobierno. Los mercados bursátiles y financieros cotizan peor la incertidumbre que las malas noticias políticas. Lula debe apresurarse a despejar esta incógnita (recuerden cómo el anuncio de que Miguel Boyer sería el nuevo superministro de Economía, Hacienda y Comercio calmó, en el caso de España, a los mercados). En cuanto a las orientaciones de su política, permanece la incertidumbre acerca de si será capaz de mantener la apertura y la liberalización iniciada por Cardoso y a la vez emprender ciertas reformas que, como las del sistema de pensiones y el mercado de trabajo, le harán chocar con algunos sectores sociales que le apoyan. Pero no veo en esto especial motivo de inquietud. Es posible que introduzca ciertos matices en relación con la privatización y el proteccionismo, en parte derivados de la ideología y en parte de la mala coyuntura económica. En cuanto a las nuevas reformas, no hay, en principio, motivos para pensar que su Gobierno sólo tomará en cuenta intereses políticos a corto plazo. Permítanme traer de nuevo a la memoria las políticas de contención salarial y reforma laboral del primer Gobierno González. La historia de la democracia nos enseña que hay reformas que sólo la izquierda puede llevar a cabo.

La segunda fuente de incertidumbre está relacionada con la capacidad de Lula para mantener la estabilidad presupuestaria interna y los compromisos con los inversores y las instituciones financieras internacionales. Su promesa de llevar a cabo mejoras en las políticas sanitaria, educativa, vivienda, agraria y de seguridad ciudadana inevitablemente implicarán aumento del gasto público. Brasil es un país tremendamente injusto y desigualitario. Más que corregirla, el sistema educativo y el sanitario son mecanismos que profundizan y aumentan la desigualdad. La tarea histórica de la llegada al poder de Lula es corregir esas desigualdades y lograr que una amplia mayoría acceda a los beneficios del crecimiento. Si quiere mantener aquellos compromisos y llevar a cabo esas políticas, se verá obligado a reducir ciertos gastos a introducir una reforma fiscal y a mantener la capacidad de endeudamiento internacional. El escenario económico y político con el que se va a encontrar no es fácil. La economía interna se ha frenado. La internacional está en recesión. Su partido no tiene mayoría en el nuevo Congreso, lo que le obligará a buscar coaliciones. Aun así, pienso que tiene margen de maniobra. Como lo tuvo Cardoso en circunstancias similares o peores.

En este escenario, dibujado por un lado por las ilusiones y expectativas democráticas que trae el cambio y por otro por las restricciones políticas y financieras en que se va a mover el probable Gobierno de Lula, el papel de las instituciones financieras internacionales será determinante. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, las instituciones financieras y el propio Tesoro de EE UU, se juegan también mucho. Tienen que ser capaces de facilitar una cierta renegociación de la deuda y suministrar nuevos flujos de capital a un coste razonable. Pienso que Brasil va a ser la reválida del sistema financiero internacional. Si se le abandona a su suerte, todos lo pagaremos, incluidas las empresas españolas. Hoy más que nunca se puede decir que lo que es bueno para Brasil es bueno para la democracia en América Latina y para la economía internacional.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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