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Columna
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Piqué, el penúltimo triunfo de Pujol

Josep Ramoneda

Sin rival que le disputara el cargo y con un resultado a la búlgara -el 93% de los votos a su favor-, Piqué ya es presidente del PP catalán. Los partidos detestan la confrontación democrática interna porque la consideran un síntoma de debilidad y entienden como una demostración de fortaleza interior la sumisa respuesta unitaria. Como piezas articulares del sistema democrático, deberían predicar con el ejemplo. No. Prefieren usar la coacción para apartar a cualquier candidato alternativo de la carrera y pastelear los compromisos en la fase precongresual antes que permitir la libre y abierta pugna de candidatos frente a una asamblea soberana. Pero, en fin, esto no es un vicio exclusivo del PP, es un lastre antidemocrático muy extendido.

Por más que Arenas emplazara a Piqué a igualar el resultado de las elecciones generales de 2000 -tercera fuerza en Cataluña con el 22,8% de los votos-, no es por esta referencia por lo que el nuevo presidente será juzgado. En la cúpula del PP, en Madrid, tienen muy claro que con el nombramiento de Piqué, 'más que votos, buscan peso'. Es decir, Piqué ha sido enviado a misiones -a Cataluña, que sigue siendo tierra de herejes, y los populares lo saben, por más que les cueste entender que con lo que han hecho por España los catalanes no se rindan- por su agenda telefónica y por su perfil cercano al retrato robot del espacio de la corrección política catalana. La agenda: para los empresarios catalanes, Piqué es un interlocutor conocido, que en cierto modo forma parte de la familia. El perfil: así me lo contaba el pasado miércoles un ministro del máximo poder e influencia: 'A Pujol le incomoda fotografiarse con Alberto Fernández Díaz; en cambio, le parece perfectamente normal pasear por Barcelona cogido del brazo de Piqué'. ¿Cuestión de clase y de casta?

Las encuestas que maneja el Gobierno sitúan al tándem PP-CiU a tres escaños de la mayoría absoluta. CiU pierde tres y el PP se queda donde está. En La Moncloa saben perfectamente que su crecimiento será limitado porque en Cataluña y en el País Vasco, en las autonómicas, los partidos estatales sólo pueden acercarse a sus mejores resultados de las legislativas en circunstancias muy excepcionales (por ejemplo, el PP en las autonómicas vascas después de una campaña hipermovilizadora). En Cataluña no hay ninguna situación excepcional.

En la cúpula popular hay cierta división estratégica. Un grupo -que hoy parece mayoritario- piensa que la victoria de Maragall provocaría una gran desbandada en Convergència y permitiría al PP un gran crecimiento sobre el ala derecha de la coalición nacionalista, con posibilidades de llegar a ser la segunda fuerza de Cataluña. Un segundo grupo, más realista, en el que forman ministros, como Zaplana, que por proximidad de origen conocen mejor las rarezas catalanas, piensa por el contrario que la apuesta es hacer cuanto sea necesario para que Mas gane y gobernar con CiU. Un ministro de este sector me lo resumía en estos términos: 'Prefiero un PP con 15 escaños, para gobernar con CiU por tiempo indefinido y consolidar una alianza estable, a un PP con 25, que, tal como es Cataluña, se hartaría de hacer oposición, porque las demás fuerzas harían cualquier alianza antes que gobernar con un PP tan fuerte'.

El enésimo cambio de estilo, de rumbo y de persona para ganar peso y penetración en la sociedad catalana -un total de 11 líderes lo intentaron antes que Piqué y fracasaron o fueron retirados porque su éxito produjo vértigo, como fue el caso de Vidal Quadras- opta, pues, por la figura más homologable con el establishment catalán: Josep Piqué, que comió la sopa ideológica convergente antes de rendirse a la llamada de Aznar y que ahora vuelve impulsado desde Madrid. Es un éxito casi póstumo de Pujol. Algunos sociólogos, como Bordieu, utilizan la noción de campo. El campo define el espacio de influencia de una institución más allá de su territorio específico. Por ejemplo, el campo de la televisión alcanza a la prensa escrita, que en los últimos tiempos ha modificado sus diseños y sus contenidos por la presión del medio audiovisual. El gran mérito de Pujol es haber conseguido que el campo del nacionalismo catalán condicione el comportamiento de todas las demás fuerzas políticas, lo que le ha permitido dominar siempre los límites del terreno de juego. Éste es el gran legado que Pujol deja a sus herederos: todos los demás partidos sienten la atracción del campo de fuerzas de Convergència i Unió, lo cual deforma sus proyectos y, en cierto modo, los coloca en función de ella. Sólo así se explica que a estas alturas, después de 23 años de gobierno, con un considerable desgaste por la gestión, con un discurso cacofónico que a fuerza de repetirlo cada vez es más inaudible, con tensiones internas muy considerables que sólo la conservación del poder impide que emerjan por completo, CiU aún tenga opciones en las próximas autonómicas. Piqué, con su sola presencia, contribuye a reforzarlas, porque también el PP entiende todavía que hay que ir a disputar el partido en el terreno de Pujol. El espacio político de Cataluña sigue empequeñeciéndose. Los rivales de Pujol han sido incapaces de abrirlo en un cuarto de siglo y, sin embargo, tenían y tienen reserva de voto suficiente como para haberlo podido conseguir.

La propuesta de Piqué para Cataluña se resume en una frase: competir más que defender. Con su presencia simultánea en el Gobierno y en el PP catalán, tiene una oportunidad de demostrar que no es sólo un eslogan. Para poder competir Cataluña necesita la reactualización del pacto implícito con España. Si el mercado principal en el que debe luchar es el europeo, Cataluña necesita que parte de su deficitario balance fiscal con España sea compensado en forma de infraestructuras y de inversión en investigación y desarrollo. Piqué está mejor situado que nadie para demostrar que la promesa puede ser realidad. Si tiene voluntad, puede empezar hoy mismo, desde su ministerio.

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