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Columna
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Biblioteca

Manuel Vicent

La antigua Biblioteca de Alejandría nunca se incendió. Tampoco fue destruida por Julio César. Simplemente dejó de ser visitada por sus contemporáneos que sólo esperaban la llegada de los bárbaros y ante semejante indolencia toda la sabiduría helenística contenida en 700.000 papiros se disolvió en el aire o se fue hundiendo en el mar. De ahí viene que los salmonetes del Mediterráneo sepan todavía griego y latín. Durante mucho tiempo los únicos lectores que atravesaban los tres pórticos de la biblioteca fueron las cabras y los pájaros. Cuando estos levantaban el vuelo se llevaban pegadas a las patas, como semillas, algunas letras de versos dormidos en los anaqueles y luego, al posarse en lo alto de las ruinas, algunos poemas de Píndaro arraigaron en forma de higueras o limoneros en las grietas de los mármoles. También las cabras alejandrinas se alimentaron de filosofía, de retórica y poética hasta que biblioteca se hundió finalmente en la bahía , junto con el palacio de Cleopatra, que aun se vislumbra a pocas brazas bajo el agua. Los papiros que no devoraron las cabras ni consumieron los pájaros comenzaron a navegar el abismo y en ese momento histórico entraron en acción los peces. La biblioteca de Alejandría nunca desapareció. Sólo fue cambiando de lectores. Una vez sumergida en el mar, los primeros en sentarse en sus pupitres fueron los delfines, luego los atunes y salmonetes, hasta que los papiros se transformaron en algas y de ahí pasaron a ser el espíritu de las aguas azules. La tradición oral y escrita son formas en que se transmite la sabiduría, pero existe una herencia más profunda que se establece a través de otras misteriosas corrientes. Miles de papiros de la antigua Alejandría son todavía la espuma de las olas que en los litorales del Mediterráneo baten contra las almas de los marineros, campesinos y mercaderes. Ninguno de ellos ha pasado por el Liceo de Aristóteles , pero la marea ha llevado hasta ellos todo el silencio de la Biblioteca de Alejandría. Callar también constituye es una tradición oral. El interior de ese silencio, que es el pensamiento abstracto más intenso, contiene toda la sabiduría que guardaban aquellos anaqueles sumergidos. El sonido de las bellas palabras que nunca se pronuncian, los aromas que constituyen nuestra memoria, la luz que se convierte en música, los placeres que se producen en el límite de la imaginación: esa es la verdadera biblioteca de Alejandría, que sigue en pie porque la sostienen nuestros sentidos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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